no podemos dejarlos mirándolos solos

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Montagne Nicolas es una aldea en construcción. Se trata de un lugar con un acceso bastante difícil donde los servicios básicos no existen. No pueden acceder los vehículos. No hay agua, ni electricidad, ni colegio. Para muchas de las necesidades más básicas hay que salir de la aldea y tomar caminos realmente arduos.

Es en este contexto en el que decidimos animar una biblioteca bajos los árboles de mango. Desde que se inauguró la biblioteca en abril de 2015 vemos dos niños que cada “día de biblioteca” nos observan perplejos desde la valla de una casa vecina. Esta valla es de lona y telas, como las de hojear el libro.

Jean-Pierre, un niño de 10 años que nunca falta a la biblioteca con los animadores y los demás niños dijo de repente: « Toma, voy a ver los libros con aquellos niños, no podemos dejarlos mirándolos solos, puede que necesiten que les expliquemos». Entonces fue a hojearlos con ellos, les vimos a los tres hablando. Luego se unió otro niño. Ahora ya eran cuatro niños mirando los libros juntos, muy felices al otro lado de la valla que tenían prohibida atravesar a los dos niños de entre 6 y 8 años. Desde este día forman parte de la biblioteca y también de la comunicación con los demás niños. Del gesto de este niño podemos aprender que todo el mundo puede salir de la exclusión si alguien le tiende la mano. muchas de las casas de la aldea. Como no les permiten salir cuando la actividad no les interesa a los padres, apartan la tela y desgarran un poco la lona para poder ver. Un día, durante el “momento del libro”, los animadores les acercaron un libro para que también pudieran, por ellos mismos, viajar al mundo de la cultura, dondequiera que estuvieran. Se pusieron muy contentos y comenzaron a hojear el libro.

Solo esperamos que algún día estén con nosotros si valla de por medio, que sus padres puedan perder el miedo y no tener que tener encerrados a sus hijos detrás de una valla para protegerles del exterior. Que un día los libros y la cultura sean suficientes para romper las barreras y que aunque tarde en llegar, al menos, un niño nos haga ver y entender que hay otros detrás y que si les esperamos, todos ganamos.

Saint Jean Lhérissaint, Haití. [Traducción del original en francés publicado en el blog colectivo Pour un monde riche de tout son monde]

 

 

no es lo mismo sin estar ellos aquí

 

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El sábado pasado acompañé a dos amigos que van a menudo al vertedero a recoger chatarra para intentar sacar algo de dinero. Ese día me levanté por la mañana y estuve preparando las cosas que llevo habitualmente para buscarme la vida: la mochila y las bolsas, por si salía algo de chatarra, para bajarla nosotros mientras que viene a buscarnos otro compañero con su coche. Me levanté temprano y también lo hicieron los niños. Como vieron que me estaba preparando me dijeron “Hoy no te vayas… ¿hoy te vas a ir? Quédate y damos un paseo en familia”. Hace ya algunos fines de semana que quiero salir a dar un paseo con los enanos [los niños], pero tenía que ir a buscarme la vida.

Fui en bici a encontrarme con mis amigos allí donde viven. Ellos pueden entrar en el vertedero, pero sólo cuando han terminado otros que también recogen chatarra allí. Lo malo es que cuando se van, los primeros han estado mirando por todos lados los sitios y lo que haya de valor se lo llevan ellos.

Los que están por la mañana no dejan pasar a nadie más. Sólo a mis amigos, y porque hace ya mucho tiempo iban con sus abuelos. Uno de ellos me lo contaba: “Bueno, antes tocábamos a un poquito menos, porque venía el abuelo, pero te daban compañía. Tu madre traía latas cada vez que podía y venía, y nos hacíamos compañía. No es lo mismo sin estar ellos aquí, estamos más solos. Ellos tenían cercanía, esa mano cercana de la familia”.

El aire estaba muy cargado, había un olor muy fuerte. Cada vez que se levantaba algo de aire se llenaba todo de partículas y de polvo, de todo lo que hay allí en el vertedero. Es una manera muy difícil de ganarse la vida. Dice uno de mis amigos que le han dicho los operarios del vertedero que se pongan mascarillas, que les puede entrar infección respiratoria a los pulmones.

Fuimos los tres sin comer, y no comimos ninguno mientras estuvimos allí. Mis amigos no tenían nada que pudieran llevar, porque el día anterior no habían sacado nada. Yo llevé unas naranjillas que tenía aquí en casa.

Uno de mis amigos hace tiempo se pinchó con una aguja en el vertedero, revisando cosas de hospitales, jeringuillas, material, bolsas… muchas cosas. Pese a que le dijeron que se fuera al médico para que le hicieran pruebas, al final no fue. Es arriesgado estar ahí con muchos productos que son peligrosos para la salud.

De mis dos amigos, uno no cobra nada, y tiene un niño pequeño. Siempre, a pesar de todo, él lo intenta, busca cómo poder traerse un cacho [trozo] de pan a su casa. El otro también estaba en la misma situación, pero menos mal que le pusieron este verano la Renta Mínima de la Comunidad de Madrid.

Estuvimos ahí y no vino ningún camión. Bueno, sí, vinieron algunos camiones, pero no trajeron nada. Es cuestión de suerte, como cuando voy yo a rebuscar. Sacamos unos 10 eurillos, pero como éramos tres (más otro familiar que venía después con el coche a recoger la chatarra) les dije que no me guardaran nada del dinero cuando lo vendieran, que habíamos sacado muy poquito y que no íbamos a tocar a nada. Que si hubiéramos sacado algo más pues sí.

Conmibiciazul, Madrid

títeres desde abajo,títeres pobres, títeres con cabeza, con corazón y con manos

Algunos títeres, titiriteros y titiriteras nos han mirado siempre desde abajo, porque comparten con los pobres, con los mendigos, con los que transitan rebuscando en las basuras, con los que hacen cola para obtener caridad, comparten la calle, las aceras y sus penas.

Los títeres y sus titiriteros buscan, como los pobres desde su miseria, enganchar la mirada cómplice y curiosa, solidaria y crítica del que camina con prisa egoísta, del que no hace más que pasar.

Tienen como nosotras y nosotros, cartones para cubrirse, miles de historias que contar y un deseo loco de justicia mecida entre risas. Se ganan la vida con inteligencia y deshechos, viven de la cultura aunque los del poder en las manos dicen que quieren vivir del cuento.

A esta sociedad y a sus poderosos le gustan los títeres sin cabeza, les gusta que pensemos sólo en estadísticas, en el infortunio de la crisis y que pasemos de largo, sin cuestionarnos nada más. Y sobre todo, que te sigas comiendo la sopa, que hagas cola, que vayas al ropero, recojas el ticket de la trabajadora social, una saco para el frío de la noche en la calle. La sociedad de los títeres sin cabeza no sabe de personas, sabe de macro-estadísticas, que es un tipo de pescado con la que llenan sus redes banqueros y avaros.

Pero la lucha contra la miseria es una cuestión de cultura. Una cultura que saque a la sociedad de su ignorancia, para que deje de ignorar a los pobres y las riquezas que atesoran. Una cultura que ataque de frente la cuestión del poder, de las desigualdades, del dominio, de la explotación, de la deriva totalitaria del dinero, de la barbarie de una sociedad egoísta.

Esta es la cultura solidaria de pobres de siempre, es la cultura de los titiriteros y titiriteras con cabeza. Es la cultura que necesita la cabeza y la inteligencia y el corazón y las manos de todas y de todos.

Pero eso los jóvenes ya lo saben, y desde hace años se lanzan a las calles de nuestros barrios, y rapean, y bailotean, y riman, y leen, y buscan juntos la humanidad que nos falta, la solidaridad que nos queda por construir, una cultura del “nadie se queda atrás1”.

A los títeres del poder no les gusta que pensemos, no les hace gracia la ironía de la calle.

A los títeres pobres, títeres y titiriteros, mano y cabeza, corazón y estómago, a nosotros y nosotras, tantas veces convertidos en marionetas por la vida, en personajes de cuento, no nos callan con sus cárceles, con sus censuras y con sus leyes cínicas.

La humanidad se construye desde abajo, en un abrazo continuado a pie de calle.

Titiriteros y títeres desde abajo, ayer os dejasteis el espectáculo a medias, nosotras y nosotros, con nuestros cartones2, os guardamos el sitio.

Bienvenidos de nuevo al terreno de los titiriteros y titiriteras pobres, luchar contra la miseria es nuestra cultura. Bienvenidos a la calle.

Jaime Solo

1Bibliotecas de calle, Festival del saber, Arte para Todos,Cartón Libro, Crea-Existe-Resiste… y otros tantos proyectos vitales del encuentro de la inteligencia de los pobres, a pie de calle.

2Pienso en personas con nombre propio que me enseñan el valor de la dignidad, El abuelo, Óscar, David… un saludo, os echamos de menos.

¡…empezando a vivir!

foto: juegosdetiempolibre.org

Joaquín era uno más de los 4.9 millones de jóvenes de los que hablan las estadísticas en Guatemala. Lo encontré en mi camino de compromiso como maestra. Como muchos jóvenes en mi país, la vida no le correspondió de la mejor manera. Desde un inicio, la escuela para él fue difícil. Por eso muchas veces fui a su casa, para que junto a sus hermanos y algunos vecinos, tomaran un tiempo de repaso. Y es que a las dificultades de la escuela se sumaban también las de la comunidad, las de la misma familia. Aún con todo el peso del día a día, su madre estaba allí, pendiente de lo que necesitaban sus hijos. El día que yo llegaba todo estaba listo: la mesa, los cuadernos, los lápices..; y ella sentada junto a mí, atenta a lo que hacíamos.

¿Cómo olvidar el ayer? Si está lleno de miradas, de rostros, de desesperanza, de frustración, de luchas, de amor, pero sobre todo de sueños. Sí, de sueños de niños, de padres y de amigos.

La vida para las familias más pobres sigue siendo aún más dura. Ante la cruda realidad que a muchos les ha tocado enfrentar, uno de los amigos de infancia de Joaquín me decía: “Mejor nos hubiéramos quedado jugando cincos”. Pero, ¿por qué querer detener el tiempo?, podría preguntar alguien. Sólo puede entenderse cuando somos testigos de la violencia cotidiana que se vive en las comunidades, cuando por esa causa, es mejor quedarse dentro para no exponerse a las tantas sorpresas que puede vivirse afuera. Muchos padres buscan diferentes maneras para proteger a sus jóvenes: es triste decirlo, pero, muchas veces no funciona! Nada detiene a ese monstruo de la violencia, de la droga, de las maras, de la prostitución. Estando fuera de la escuela y no encontrando oportunidades que permitan una vida mejor para el presente y el futuro, lo más probable es caer en sus garras.

¿Dónde está el Estado? ¿Qué estrategias se les brindan para que su vida pueda cambiar? Urge la aprobación de la Ley Nacional de la Juventud que los reconozca como sujetos de derecho y que a través de su implementación se brinden condiciones dignas para su presente.

Joaquín ya no está, pero miles de jóvenes siguen de pie, en contra de la corriente, con fuerza, buscando caminos que les permitan cambiar su realidad, siguen soñando con un futuro mejor. Junto a ellos, sus familias seguirán con los esfuerzos cotidianos. Seguimos aprendiendo de ustedes. Que esa fuerza sea la luz en nuestro compromiso.

Elda García, Guatemala/Francia