una brecha cada vez más profunda

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Cada vez más, en Guatemala, ya sea por la búsqueda de mejores condiciones de vida o a causa de la violencia local, miles de personas se desplazan anualmente desde el campo a la ciudad. Se espera que en la ciudad la vida sea “mejor”. Este sueño desaparece, desde el momento en el que no se encuentra un lugar digno para vivir. Es así como inicia la búsqueda de un pedazo de tierra.

En América Latina, se dice que más de 100 millones de personas viven en asentamientos informales, careciendo de agua potable, energía eléctrica, drenajes, desagües, etc exponiéndose de igual manera a derrumbes y/o inundaciones a causa de los terrenos poco seguros. Vivir cerca de basureros, provoca enfermedades por la contaminación, lo que evidencia el poco o nulo acceso a servicios médicos para familias enteras y pone de manifiesto la vulnerabilidad de los niños, principalmente. El hacinamiento es otra característica de estos lugares.

Estas condiciones de vida van más allá de lo físico, de tener o no tal o cual cosa; en la mayoría, sino en la totalidad de los casos, está asociada con el aislamiento a toda participación y relación con otros. La exclusión es evidente. La reproducción de estas desigualdades crece cada vez más en las grandes ciudades. El desarrollo llega, pero no a todos. Aquí la pobreza se pasa de generación en generación y los derechos son vulnerados a diario.

Pero, ¿cómo romper con el problema de la desigualdad? Todos somos miembros de una misma sociedad, y por lo tanto tendríamos que tener acceso a los mismos derechos.

La vida en estas comunidades no es fácil. El hecho de estar muy próximos unos de otros, provoca tensiones entre sus habitantes. ¿Cómo no sentir esta tensión, cuando los esfuerzos por la sobrevivencia ponen énfasis en la fragilidad de unos y otros? ¿Cómo no vivirla cuando las presiones por la comida, por la escuela, por el trabajo, etc, etc, nos tocan diariamente? Personas que vienen de los asentamientos son etiquetados automáticamente como gente violenta y problemática. Es así que acceder a un trabajo digno o a otras oportunidades es casi siempre un desafío. Por otro lado, esta proximidad también permite construir fuertes lazos, los que se manifiestan de diferentes maneras en la cotidianidad, como lo decía doña M. “en el Asentamiento estábamos en las buenas y en las malas”.

Todo parece que son países de América Latina o África u otro continente los que afrontan esta problemática. Es difícil imaginar “países de un continente desarrollado”, con realidades de vida parecidos a los nuestros. Quizá no son declarados como asentamientos informales, pero a simple vista puede verse la precariedad en la que viven las familias, lo lejos que se encuentran de relacionarse con la sociedad y que ésta pueda abrir sus puertas para ofrecerles, por lo menos, un trabajo digno. Son pequeños grupos de caravanas, dispersos dentro del paisaje. Esta realidad vista en París, Francia me choca. ¿Hacia dónde vamos como sociedad? ¿A qué precio, o de quiénes, logran unos avanzar y otros quedarse solamente para sobrevivir?

Elda García, Guatemala/Francia

Foto FrançoisPhliponeau(C)ATDCuartoMundo

no te quieren libre

Lleva toda su vida viviendo luchando por salir adelante en condiciones muy difíciles. Ha vivido en chabolas y caravanas, ha ocupado pisos vacíos, le han acogido en casa de familiares cuando esto ha sido posible, pero siempre de manera temporal. Cada año, y van más de diez, vuelve a retomar el ritual de completar la solicitud de vivienda social, pero su situación es tan complicada que ni siquiera consigue cumplimentar los requisitos que le piden desde la administración pública. No hay salidas, o al menos no las encuentra, y desespera de darse siempre contra uno y mil muros. Golpes que duelen y dejan marca. Cada vez es más difícil reunir fuerzas para volver a intentar la fuga hacia un futuro donde él y su familia puedan tener unas condiciones mínimas de seguridad y bienestar.

En él pensaba cuando escuchaba el otro día la presentación del proyecto «Ciudad de los cuidados» en el pleno del Ayuntamiento de Madrid. Una vez más, se utiliza como ariete el tema de la sacrosanta «libertad individual» (min 1:20:00), pero en esta ocasión Javier Barbero, Concejal que presenta esta propuesta, rebate con claridad y precisión (1:39:40) explicando que es responsabilidad de las instituciones el asegurar las condiciones que permiten el ejercicio real de esa libertad, de la que no tod@s podemos disfrutar en igual medida: “La libertad individual de las personas que viven en el Gallinero es muy inferior a cualquiera de los que estamos aquí”.

Efectivamente, cuando vives en la pobreza el margen de decisión del que puedes disfrutar es bien escaso: «La normativa siempre se actualiza en contra del más débil. Desde la administración te ofrecen una ayuda a la que no puedes decir que no, porque no tienes otra cosa a la que agarrarte, pero que te obliga a ponerte bajo su control. Es una ayuda que no te da para vivir, es una miseria, y luego encima te andan preguntando si te buscas la vida con la chatarra para descontártelo de lo poco que te dan».

Hace tiempo, una persona con una vida realmente difícil me contaba: «Antes no tenías, pero te podías buscar la vida. Ahora tenemos una mochila muy grande, con todos los servicios sociales detrás de nosotros, una mochila que te echan a la espalda y con la que apenas puedes moverte».

La libertad es un bien precioso, sí. Pero para todos y todas, no sólo para quienes disfrutan de una posición privilegiada que les permite asumirla como algo dado de manera natural. Quienes viven en condiciones de pobreza y exclusión luchan día a día por generar unas condiciones que ensanchen su horizonte de libertad, y muy especialmente el de sus hijos. Sin embargo, nuestras sociedades no están dispuestas a ello por lo que parece. Porque su libertad obliga a una transformación colectiva, y antes que eso es más fácil la imposición de las normas más asentadas.

Por eso no me extraña que algunas personas rechacen los senderos de integración que se les ofrecen. Porque han experimentado de manera dura y clara que su libertad no es bien vista ni tolerada, aunque no haga daño a otras personas. Pero esta libertad, si se ejerce, puede dar la vuelta a las bases de nuestra sociedad:

«Yo si me dejaran, me iba a la chabola, fíjate lo que te digo. Aunque tuviera que pagar un alquiler, da igual. Pero ahí tendría libertad. Además, en las chabolas, cuando vivíamos allá, estábamos en comunidad. Aquí en los pisos dicen que tenemos que aprender a vivir en comunidad… Pero si en comunidad ya vivíamos antes, toda nuestra vida. Cuando hablan de vivir en comunidad, lo que quieren decir en realidad es que no molestes y no hagas ruido. ¿Eso es comunidad?».

Dani García Blanco, Madrid

 

pobres avergonzados: una expresión de la dignidad humana

relief.medair.org

Pobres o ricos, todos tenemos un valor que preservar: la dignidad. Precisamente de la preservación de este valor surge la expresión «pauvres honteux» [pobres avergonzados] en Trou du Nord (al noreste de Haití).

El primer fin de semana de mayo de 2015, fui por primera vez a Trou du Nord con el objetivo de participar en la celebración de los 310 años de la Parroquia de Saint Jean-Baptiste y descubrir el potencial de esta zona. Así es como descubro la expresión «pobres avergonzados» durante una conversación con el cura. En toda la tierra, hay gente que se gana la vida a partir de nada, que depende de la solidaridad de los demás para poder vivir el día a día. No tienen qué comer, tan solo un lugar donde pasar la noche o a veces ni tan siquiera eso. En Trou du Nord, sucede lo mismo porque es un pequeño trozo de tierra.

Como había muchos pobres sin abrigo que montaban su tienda de campaña frente a la iglesia, la parroquia decidió construir una casa para alojar y alimentar a estos seres humanos de forma digna. «Kay pòv» (la casa de los pobres) es como se llama esta casa de acogida y de cuidado de personas sin recursos. Aquí duermen, reciben ropa y alimentos. A medida que pasan los días, el nombre «Kay pòv» se vuelve inadecuado porque no respeta demasiado la dignidad de las personas. «Podemos ser pobres, pero esa no es razón para ponernos etiquetas», murmuran los habitantes de la casa. La iglesia se da cuenta rápidamente de que es necesario cambiar el nombre a este lugar. De «Casa de los pobres» pasa a llamarse «Hogar de solidaridad . En este espacio, hay personas que se ocupan de los pobres, el cura los visita a menudo y habla con ellos, da misa.

A pesar de todo, hay pobres que no tienen nada y que se niegan a ir a vivir a la casa. El cura cuenta que uno de los hombres más pobres del barrio se presentó en la casa parroquial para pedirle un poco de comida. «Ve a vivir al hogar de solidaridad, allí encontrarás comida cada día para ti y para tu familia», le dice el cura. El hombre sacude la cabeza y responde: «no puedo vivir en esa casa, es demasiado humillante que todo el mundo sepa que eres pobre. En cuanto vives en la casa, ya se sabe que eres pobre. Soy un pobre avergonzado, si quieres ayudarme, vendré a la casa parroquial cada semana para buscar lo que quieras darme discretamente». El cura acepta la propuesta sin dudar. En la actualidad, hay un nutrido grupo de pobres que hacen el mismo camino que este hombre y reciben el apoyo de la parroquia sin estar viviendo en el hogar de solidaridad.

Saint Jean Lhérissaint, Haití. [Traducción del original en francés publicado en el blog colectivo Pour un monde riche de tout son monde]

 

la vivienda es lo primero… que dejamos atrás

Hace unos días estuve en unas Jornadas sobre Housing First (Primero Vivienda) organizadas por RAIS. El planteamiento es muy sencillo: en vez de marcar procesos para las personas sin hogar a través de diferentes recursos sanitarios y sociales, con la vivienda como un premio al final de un camino que se convierte en una carrera de obstáculos, se comienza facilitando el acceso a una vivienda como seguridad básica que permite afrontar el resto de retos a los que se enfrenta a la persona. Que no son pocos en los casos seleccionados, ya que hasta ahora el programa se ha realizado con personas con problemas de salud mental, discapacidad o toxicomanías. En estas Jornadas han presentado los resultados obtenidos hasta ahora, y son espectaculares: todas las personas siguen manteniendo su vivienda y ha mejorado en gran medida su bienestar a todos los niveles, con un coste económico similar o incluso inferior al de otros recursos tradicionales, como albergues y demás.

Pero más allá de los datos, están las vidas concretas, las miradas y la palabra de estas personas:

Todo parece apuntar a que este modelo de intervención se va a poner de moda, al menos en cuanto a atención de personas sin hogar. Muchas otras personas y colectivos apuntan a que esta filosofía de intervención debe aplicarse de manera más global, también con familias y otros colectivos.

Pero yo, cuanto más lo pienso, menos entiendo. ¿En qué momento hemos perdido el contacto con la realidad de tal manera que una propuesta que en realidad es simple sentido común se convierte en algo revolucionario? ¿De verdad estamos inventando el fuego al decir que la seguridad de una vivienda, de una estabilidad básica, es una condición fundamental para poder construir en positivo las condiciones para una vida digna? ¿Cuándo y cómo perdimos esta perspectiva?

Al comenzar la dinámica de los Talleres de Vivienda Digna para Todas las Personas (animados por Movimiento Cuarto Mundo España), un padre de familia que nunca ha podido acceder a una vivienda propia me comentaba: «¿Tú sabes lo que supondría poder tener una llave con la que abrir la puerta de mi casa? ¿Y entrar en ella sabiendo que mis hijos están durmiendo seguros, protegidos, que no les va a pasar nada? Eso es lo más importante que me puede pasar en la vida». Por el momento sigue igual, sin haber avanzado nada en esta dirección. Porque cuando va a Servicios Sociales le insisten en que lo que tiene que hacer es encontrar trabajo, sin ofrecerle alternativa de vivienda, ya que eso se lleva en otro departamento que en la práctica constituye otro mundo con otros intereses. Como si dentro de los apoyos que necesita una persona o familia para salir de la precariedad no hubiera que considerar el tema de la vivienda. Pero claro, es que unir urbanismo y necesidades sociales obligaría a volver del revés las políticas de vivienda, enfocadas primordialmente a mercadear con ella.

Y así, de este modo, borrando y fragmentando la realidad, consiguen que nos olvidemos de las cosas esenciales y básicas para la vida.

Dani García Blanco, Madrid