el cantar del pajarito

Oye mamá, el susurrar del río,
Oye mamá, el cantar del pajarito,
Oye mamá, el viento cómo silba,
Oye mamá, el llanto del niño.

Mira mamá, el tiempo ha cambiado,
ya no hay paz como cuando yo era chiquita.
Mira mamá, hay cada vez más miseria,
el pobre es más pobre que cuando yo era chiquita.
Mira mamá, ¡hay tanta violencia, no hay igualdad, ya no se ama como antes!

¿Sabes, mamá, qué es lo más hermoso?
¡Es que nuestro amor no ha cambiado!,
Ni cambiará, ¡porque madre sólo una hay!

Dios te bendiga, madre querida,
por enseñarme a amar
y aprender a escuchar al río,
cuando viene calmado o con furia.

Raquel Juárez, Guatemala

¿qué es el tiempo?

Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo,
van por la tenebrosa vía de los juzgados:
buscan a un hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen,
lo absorben, se lo tragan”.

MIGUEL HERNÁNDEZ. El hombre acecha

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¿Qué es el tiempo? / Una bestia”. Así iniciaba uno de sus poemas Emilio, uno de los 500 jóvenes en el penal de menores cercano a mi casa en la Ciudad de México.

Era jueves. Yo visitaba el centro por primera vez. Me sorprendió la apertura de su patio interior, que a la manera de las haciendas mexicanas, nos permitía ver el cielo desde el interior del edificio. Emilio nos guiaba a Julieta y a mí a lo largo de una muestra de poemas fruto de un taller de literatura. Nos paramos largo y tendido en sus poemas, leyéndolos en voz alta, disfrutando de la frescura de los versos del poeta incipiente, de la vida afirmándose en los versos del poeta preso, de la fuerza en los versos del poeta niño. “Soy inocente”, dijo Emilio en voz alta sin añadir nada más, como una plegaría a nuestra humanidad. Miré largo rato sus ojos grandes de sueños, de joven de quince años, de vida incierta… y regresamos juntos a la lectura de sus poemas y los de otros jóvenes, todos ellos presos de ese tiempo-bestia.

Habíamos llegado hasta ese patio por invitación de Juan Manuel, maestro en la escuela de mis hijos. Juan Manuel recorre todas las tardes las pocas calles que separan nuestra escuela del penal. Allá trabaja, junto a un grupo de profesionales, para convertir ese largo tiempo en una oportunidad para cada joven. Como en la escuela de mis hijos, el maestro imparte talleres de literatura, comparte su pasión y cuenta historias… Como en la escuela de mis hijos, el maestro dice  que alberga, en el penal también, esperanza para cada joven. Nos cuenta que nunca hablan de las razones que les llevaron hasta allí, sino de literatura. Pero nos cuenta también de la injusticia y el sinsentido. Con los ojos tristes, Juan Manuel nos habla del círculo infernal de la violencia que arrastra a jóvenes y niños… de los indecibles delitos que nos rodean. De la misma manera, nos cuenta lo que es bien sabido por las autoridades judiciales y penitenciarias: que la gran mayoría de estos 500 presos de entre 12 y 17 años no han cometido sino pequeñas faltas, el robo de unas botellas en un supermercado, un enfrentamiento verbal con un oficial de la policía… Su delito, en realidad, no es otro sino el de provenir todos ellos de colonias y familias muy pobres, sin los medios para pagar abogados, para pagar fianzas, para hacer frente a los vericuetos y corrupciones del sistema judicial. “Ni un solo chavo de nuestra escuela hubiera llegado hasta aquí por la misma falta, lo más sería pasar unas horas en la policía. A veces, estos chavos [los del penal] pasan años aquí hasta que puede celebrarse un juicio, hasta que pueden defenderse”. Una vez más, como decía el poeta Miguel Hernández desde su propio encierro: las cárceles buscan a un hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen / lo absorben, se lo tragan.

Tras la muestra de poemas, visitamos también a algunos jóvenes en el taller de pintura, en la biblioteca, en sus dormitorios… Con los ojos adoloridos, les vimos caminar de un lado a otro en fila y paso militar, vestir sus uniformes, a algunos de ellos, apoyar sus manos en los barrotes de un cuarto de aislamiento. Era muy difícil mirar. Yo quería también decirles, como Emilio a nosotras, “soy inocente”. Quería, de alguna manera, desligarme de una sociedad que condena brutalmente a tantos jóvenes en situación de pobreza.

Los oficiales nos fueron abriendo las puertas a lo largo de nuestro camino de salida. Antes de alcanzar la última, recuperamos nuestras cosas. Ya en la calle, a tan poca distancia de nuestras casas, sentí que recuperaba, muy poco a poco, el sosiego que había perdido en el mismo instante de nuestra llegada, del registro, de la primera puerta con llave… de la conciencia de que nos adentrábamos en otro mundo, el mismo, en realidad, que amanece ardiendo de injusticia cada día.

Unas semanas después, Juan Manuel, en la puerta de la escuela de mis hijos, me entregó un libro de poemas de Emilio editado en la cárcel. Lo habían preparado juntos, y Emilio le había pedido entregarme una copia. Quedé profundamente conmovida. En secreto, pensé que quizás Emilio, como yo a él, me había oído desear ser inocente, que quizás Emilio, como yo en él, había tenido fe en mí.

Sólo unos días después, Juan Manuel me contó que Emilio había salido del penal esa misma mañana, declarado inocente y libre de todos los cargos. Fueron casi dieciocho meses en la cárcel, cada uno de esos meses, de esos días, de esos minutos, injusto desde todo punto de vista: “¿Qué es el tiempo? / Una bestia.”

Vivir es un don divino,/ ver es como poder volar./ Oler, el poder de la alegría. / Escuchar, el regalo del alma y del viento./ sentir para poder amar./ Saborear los pigmentos naturales./ vida, misterio indescifrable.”  Valgan, Emilio, estos versos tuyos repletos de vida, tus ojos grandes de sueños de niño de quince años, tu fe en la humanidad del otro… para ayudarte en tu libertad. Valgan tus versos para acompañarnos en nuestra lucha común por un mundo más justo y fraterno, en el que cada ser humano, liberado de toda miseria, podrá desarrollar su potencial.

Beatriz Monje Barón, Ciudad de México

en twitter @beatriz_monje_

con mi bici azul

Es la necesidad la que te hace salir de casa, no poder tener otra opción. Me gustaría despertarme cada mañana con un lugar al que ir a trabajar. He estado trabajando antes y me ha gustado esa manera de buscarme la vida, más segura, con un sueldo fijo todos los meses. Me permitía vivir mejor, podía salir a cenar con mi mujer, a hacer compras, etc. Pero ahora, con la crisis, es más difícil encontrar un trabajo. Para quienes tenemos menor formación es casi imposible que encontremos un trabajo. Antes podías mostrar que podías trabajar como otra persona más. Ahora no tienes oportunidad.

Cobro una ayuda social, pero con esa ayuda no me llega para vivir y tengo que salir cuando nos quedamos sin dinero, cuando necesitamos alimentos, cosas de casa…

La recuperación de la chatarra se ha vuelto una forma de trabajo para muchísimas personas. En mi día a día veo muchas personas, incluso con formación y buenos coches, que rebuscan en la basura, o que van a la chatarrería.

Utilizo la bici porque vivo muy lejos, y en el pueblo donde vivo no hay chatarrería. Tengo que ir al pueblo de al lado. Si vengo andando con un carro tardo mucho y con la bici me da tiempo a hacer más cosas y a volver a casa a estar con los niños.

Para mí, esta manera de buscarse la vida es dura, porque hay días que se te da bien y puedes hacer algo de compra para casa, de leche, carne, etc., pero otros en los que vendo solo 3 euros, y vengo a casa sin nada. Lo que tiene dedicarse a la chatarra es que es muy cansado, mucho esfuerzo físico.

Pero eso lo hago, lo aguanto. Sin embargo, cuando vuelvo tras un día entero buscando y no he conseguido nada, es muy duro. Esto no es nada seguro. Hay que pasar en el momento adecuado, cuando tiran algo, para que lo encuentres. Es cuestión de suerte.

No sé leer, pero tengo cualidades que han hecho que valoraran mi trabajo en las empresas donde he estado, necesitamos que las oportunidades sean para todos.

Conmibiciazul, Madrid