ante la precariedad, movilicémonos

“La precariedad aumenta a nuestro alrededor. En nuestro día a día, a veces parece que no podemos hacer nada. Pero atreverse a tomar la palabra en en un lugar público para expresar que esta realidad te duele y que no aceptas que nos acomodemos, es un acto político al alcance de todos. Quizás no cambie nada, pero hacer existir otro discurso en el silencio impuesto a nivel social desde el “así son las cosas”, es una invitación a la movilización… y eso, en realidad, lo puede cambiar todo.”

Álvaro Iniesta Pérez, Madrid

 

 

 

gestos de solidaridad: pistas para un futuro digno para todos

Un año más, la conmemoración del 17 de octubre, Día Mundial para la Erradicación de la Pobreza, nos permite juntarnos, motivados por la convicción de que, si queremos ser capaces de construir sociedades justas, solidarias y en paz, tenemos que unirnos tomando en cuenta las fuerzas e inteligencia de todos.

Cada año, esta jornada nos invita especialmente a descubrir a aquellos que viven en situaciones de pobreza como los principales actores con los que asociarse en esta lucha.

Demasiadas veces ignorados e invisibles para el resto de la sociedad, sus gestos muestran mejor que todos nuestros discursos, que nadie es tan pobre que no tiene nada que dar y confirman que los primeros en sostener a otros que lo pasan mal por culpa de la pobreza son aquellos que la viven en carne propia.

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Estos son algunos de estos actos de los que he sido testigo. Los nombres son inventados, pero las historias son reales.

Gracias a Cándida, que le visita regularmente y está pendiente de él, Manuel pudo ser hospitalizado y ser tratado de urgencia como consecuencia de un paro cardíaco. Ambos viven en chabolas, en una gran precariedad, apartados de la ciudad. Si no es por Cándida, Manuel no hubiera sobrevivido.

Miguel apoyó a María y a sus hijos durante una temporada muy dura para ella en la que su marido estaba en la cárcel y ella fue desahuciada del piso en el que vivían. Miguel la apoyó, entre otras cosas, a encontrar una casa en la que poder entrar a vivir para no quedarse en la calle.

La señora Marisa acogió a su hijo en su piso de realojo durante varios meses para que él y su mujer pudieran recibir en mejores condiciones a su bebé recién nacido, ya que en ese momento estaban viviendo en un camión, en una zona industrial a las afueras de la ciudad. Al mismo tiempo, la señora Marisa acoge y cría a tres nietos ante la situación de vida difícil de varios de sus hijos.

Unas señoras de grupos familiares enfrentados, superan sus diferencias y se reúnen una vez a la semana para elaborar jabones juntas. Además de generar recursos propios, demuestran que es posible ir más allá de sus conflictos y potenciar una economía de paz en un barrio secuestrado por el tráfico de drogas.
Ana María conoce a sus compañeros de albergue en el que viven muchas personas en situación de abandono. Ella sabe que tienen cosas importantes que aportar, por lo que cada vez que se acercan encuentros y reuniones del Movimiento Cuarto Mundo lleva varias cartas de preparación y les pregunta, anota sus respuestas y se las entrega al equipo para que su saber sea tomado en cuenta.
Alfredo sabe que Ramón ha tenido un conflicto que le impide participar en una asociación. En vez de desentenderse, Alfredo se implica y motiva a otros responsables de dicha asociación para que hablen con Ramón, entiendan la raíz del problema y encuentren juntos una solución.
Concepción ha sacado a su hermana pequeña del basurero en el que vivía, acogiéndola, ofreciéndole un lugar en el que vivir y ayudándola a salir de la droga.
Antonio es un jubilado que acaba de salir de la cárcel. Estaba cobrando una pensión no contributiva que recibía en el Banco de prisiones y a la que había dejado de tener acceso. José le está acompañando a diferentes citas en Servicios sociales para que pueda arreglar su situación administrativa y pueda seguir accediendo a su pensión.
Ernesto acoge en su casa a Eva después de que ella se hubiera quedado a la intemperie tras una pelea con su familia. Ernesto ha vivido una temporada en la calle y consciente de los riesgos, se aprieta en su nueva casa para encargarse de Eva como si fuera su padre.

No es habitual que se tome en cuenta a las personas en situación de pobreza para buscar soluciones a lo que viven, o que se les escuche en los grandes eventos sobre solidaridad. Es una verdadera pena, porque en su día a día, entrelazando vida y actos concretos, ellas realizan gestos de reconocimiento y apoyo hacia otros en situaciones también muy difíciles, llenando de contenido la palabra esperanza y mostrando posibilidades de vida digna para todos.

Álvaro Iniesta Pérez, Madrid

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