permitirme soñar

Cuando era pequeño viví en la calle con mis padres y hermanos, pero ahora también he estado en la calle con mis niños pequeños y no quiero que mis hijos vean eso, quiero que vean el esfuerzo y lo difícil que es tener todo lo que les rodea, pero que se puede conseguir.

Permitirme SOÑAR, con que mañana tendré seguridad y que será mejor, permitirme soñar con que los problemas de la vida que tienen todos serán los míos, porque ahora las limitaciones que tengo son más grandes que las que la sociedad pone a los demás.

Permitirme soñar con que aunque no tengo estudios podré tener un trabajo, solo pido una oportunidad, pido que no me vean como un vago, porque camino mil km diarios, con frío, sin comer…, para poder llevar algo a casa, me contento si consigo 3 euros e incluso doy las gracias por tenerlos.

Permitirme soñar en la humanidad de las personas, en que un día pensarán, ¿cómo hacer juntos para que las generaciones futuras no pasen ni la mitad de lo nosotros pasamos, para que no vivan malamente?

Permitirme soñar porque hasta yo me sorprendo de mí mismo cuando quiero escribir poesía, cuando quiero contar y escribir un cuento para mis niños.

Conmibiciazul, Madrid

cansado, cansado…

 Un compendio bien condensado de análisis y juegos de espejos en el que es difícil no sentirse reflejado, al menos para quienes andamos entrampados en esa dinámica de activismo infinito que nos atrapa y empuja hacia adelante, siempre hacia delante…

 «Hay diferentes tipos de actividad. La actividad que sigue la estupidez de la mecánica es pobre en interrupciones. La máquina no es capaz de detenerse. A pesar de su enorme capacidad de cálculo, el ordenador es estúpido en cuanto le falta la capacidad de vacilación. (…) Según Nietzsche, uno tiene que aprender a «no responder inmediatamente a un impulso, sino a controlar los instintos que inhiben y ponen término a las cosas». La vileza y la infamia consisten en la «incapacidad de oponer resistencia a un impulso», de oponerle un No. Reaccionar inmediatamente y a cada impulso es, al parecer de Nietzsche, en sí ya una enfermedad, un declive, un síntoma del agotamiento. Aquí, Nietzsche no formula otra cosa que la necesidad de la revitalización de la vita contemplativa. Esta no consiste en un Abrir-Se pasivo, que diga Sí a todo lo que viene y a todo lo que sucede. Antes bien, opone resistencia a los impulsos atosigantes que se imponen. En lugar de exponer la mirada a merced de los impulsos externos, la guía con soberanía. En cuanto acción que dice No y es soberana, la vida contemplativa es más activa que cualquier hiperactividad, pues esta última representa precisamente un síntoma del agotamiento espiritual.»

Esta y otras píldoras nos ofrece Byung-Chul Han en su primera obra con repercusión internacional, «La sociedad del cansancio«. Su lectura me atrapa, o más bien me refleja atrapado en este juego de exigencias propias por dar más, por llegar hasta el máximo de entrega, disponibilidad y rendimiento, en todas las dimensiones de la vida. Una dinámica lanzada quién sabe hacia donde, que no sé muy bien cómo se para, que consume y agota al no permitir ser ni estar realmente en ningún lado.

La cosa está difícil. Como plantea el autor, habrá que recuperar la capacidad de aburrirse, de mirar con calma y en profundidad, de cansarse con otros y no cada vez más encerrado en la propia torre de marfil.

Habrá que aprender a decir «no». A decirse «no» a uno mismo.

Dani García Blanco, Madrid

rompiendo barreras inexistentes, ¡yo sí puedo!

130409 BOLIVIA BDC Barrio Andino (35)-1

La mayoría de las personas tenemos la tendencia de construir ideas negativas sobre nosotros mismos; sea por comentarios de terceras personas, la subestimación de nuestras habilidades y capacidades o solamente por centrarnos en nuestras limitantes. Todo ello cimienta barreras en el subconsciente, que predisponen y frenan nuestro accionar. Lastimosamente, la niñez es una etapa donde también se produce esto.

El hacer cosas nuevas puede ocasionar un cierto miedo o frustración en algunos niños, porque surgen dificultades iniciales. Estos pueden dar cabida a los comentarios externos de los mismos pares o por juicios personales negativos, todo ello influye en la conformación de barreras. Lo fundamental en estos casos es animarlos en su caminar y no forzarlos. Lo maravilloso es que más tarde ese ánimo surge de ellos mismos.

He visto como María, una niña de 7 años, al principio no se sentía capaz de hacer determinadas actividades; sin embargo, una vez que lo consiguió era ella quién alentaba a sus compañeros en el logro de sus tareas. Siempre empezaba por un: “Yo no puedo”, esto la predisponía y la limitaba en lo que emprendía. Es sorprendente ver como ha ido afianzado sus habilidades y capacidades, no lo ha hecho sola, se han utilizado diferentes estrategias; pero siempre le hemos recordado y demostrado que era capaz. Paso el tiempo y ella cambió su actitud. No le ponía ninguna objeción a lo que debía efectuar, queriendo hacer más. En una ocasión, ella escucho decir a una de sus compañeras que “no podía” y le animó a seguir con el trabajo, argumentándole que todo se puede hacer en la vida. Cuando el aliento y el ánimo vienen de los mismos niños, llega con mayor fuerza; porque se identifican y motivan con lo que logran.

El romper con las barreras de nuestro subconsciente no es una tarea sencilla. En el hacer constante de la vida cotidiana nos damos cuenta de las habilidades y capacidades que poseemos y las de los demás, es decir, que no todos tenemos las mismas y por ende no todos somos buenos o buenas para hacer determinadas actividades; pero eso no tiene porqué limitarnos. Lo importante es entender que cada quién tiene un tipo de inteligencia y debemos tratar de potencializarla. Por ello, debemos romper y hacer que los demás rompan con ellas, tal como lo hacen los niños. La niñez es una etapa sorprendente y de la que podemos aprender mucho.

Tania Erika Poma Mollinedo, La Paz

 

pobres avergonzados: una expresión de la dignidad humana

relief.medair.org

Pobres o ricos, todos tenemos un valor que preservar: la dignidad. Precisamente de la preservación de este valor surge la expresión «pauvres honteux» [pobres avergonzados] en Trou du Nord (al noreste de Haití).

El primer fin de semana de mayo de 2015, fui por primera vez a Trou du Nord con el objetivo de participar en la celebración de los 310 años de la Parroquia de Saint Jean-Baptiste y descubrir el potencial de esta zona. Así es como descubro la expresión «pobres avergonzados» durante una conversación con el cura. En toda la tierra, hay gente que se gana la vida a partir de nada, que depende de la solidaridad de los demás para poder vivir el día a día. No tienen qué comer, tan solo un lugar donde pasar la noche o a veces ni tan siquiera eso. En Trou du Nord, sucede lo mismo porque es un pequeño trozo de tierra.

Como había muchos pobres sin abrigo que montaban su tienda de campaña frente a la iglesia, la parroquia decidió construir una casa para alojar y alimentar a estos seres humanos de forma digna. «Kay pòv» (la casa de los pobres) es como se llama esta casa de acogida y de cuidado de personas sin recursos. Aquí duermen, reciben ropa y alimentos. A medida que pasan los días, el nombre «Kay pòv» se vuelve inadecuado porque no respeta demasiado la dignidad de las personas. «Podemos ser pobres, pero esa no es razón para ponernos etiquetas», murmuran los habitantes de la casa. La iglesia se da cuenta rápidamente de que es necesario cambiar el nombre a este lugar. De «Casa de los pobres» pasa a llamarse «Hogar de solidaridad . En este espacio, hay personas que se ocupan de los pobres, el cura los visita a menudo y habla con ellos, da misa.

A pesar de todo, hay pobres que no tienen nada y que se niegan a ir a vivir a la casa. El cura cuenta que uno de los hombres más pobres del barrio se presentó en la casa parroquial para pedirle un poco de comida. «Ve a vivir al hogar de solidaridad, allí encontrarás comida cada día para ti y para tu familia», le dice el cura. El hombre sacude la cabeza y responde: «no puedo vivir en esa casa, es demasiado humillante que todo el mundo sepa que eres pobre. En cuanto vives en la casa, ya se sabe que eres pobre. Soy un pobre avergonzado, si quieres ayudarme, vendré a la casa parroquial cada semana para buscar lo que quieras darme discretamente». El cura acepta la propuesta sin dudar. En la actualidad, hay un nutrido grupo de pobres que hacen el mismo camino que este hombre y reciben el apoyo de la parroquia sin estar viviendo en el hogar de solidaridad.

Saint Jean Lhérissaint, Haití. [Traducción del original en francés publicado en el blog colectivo Pour un monde riche de tout son monde]