el derecho a la vivienda

“Ser partícipes de forma activa del cambio”. Esta es quizá la frase que mejor podría resumir la experiencia que los Talleres de Vivienda realizados por  ATD Cuarto Mundo nos permitió vivir, y que, como estudiantes de arquitectura, nos ayudó a conocer y ser conscientes de las realidades que nos rodean y que a menudo son invisibles en torno al tema de la vivienda. Realizamos entrevistas para ser capaces de desgranar y entender, junto a las personas que viven estas situaciones, el porqué de las mismas y las consecuencias de las escasas alternativas de las que a menudo se disponen. Con ellos, activamente, juntos, aprendimos y entendimos lo que significa el ejercicio verdadero de lo que llaman derecho a la vivienda, y lo que significa encontrarse en situación de exclusión habitacional.

El debate sobre la posible modificación de la Constitución para establecer el carácter fundamental del derecho a la vivienda parte, en buena medida, de que su valor como principio rector de la actuación del gobierno y la administración no tiene consecuencias exigibles ante ningún órgano judicial, lo que ha desencadenado situaciones de abandono y olvido en lo que a la consecución de este principio respecta. Sin embargo, asumimos que todos los ciudadanos han de poder disponer de una vivienda para poder desarrollar una vida digna -bajo unas condiciones mínimas de habitabilidad, higiene, seguridad, etc.- sin ser realmente conscientes de la importancia de este principio en la vulneración de otros derechos que afectan directamente a la vida de los ciudadanos. Sin entrar en diferenciaciones sobre las diversas situaciones alrededor de la omisión de este derecho fundamental, hablemos de todos aquellos aspectos vitales, sociales y humanos que se ven alterados y que muchas personas padecen.

La pérdida del componente social del principio del derecho a la vivienda, como mero rector de las actuaciones políticas, se ha traducido en la ausencia de medidas no sólo ante la vulneración del derecho a la vivienda sino también ante el ejercicio de muchos otros como la educación, la asistencia sanitaria gratuita, la intimidad, la igualdad social y ante la ley, la autonomía, la seguridad, la solidaridad, la familia y la dignidad. De este modo, la necesidad imperiosa de disponer de una vivienda no es sólo un objetivo en sí misma, sino que forma parte de la consecución de todos esos estados vitales indispensables para poder alcanzar unos niveles de estabilidad y de desarrollo social mínimos.

madridLa imposibilidad de hacer efectivos estos derechos, unido a la falta de vivienda, agravan la exclusión habitacional y social. Ante esto, los organismos de los que dispone la Administración responden con los programas de vivienda pública por sorteo, el realojo -mediante la tipología de vivienda social- para la desaparición de los poblados chabolistas, y el asistencialismo para las personas que no disponen de hogar. Esta forma de entender la exclusión habitacional -y las soluciones que implementa- tiene como resultado la falta de alternativas y posibilidades para quienes no cumplen los requisitos establecidos para estas opciones, o para aquellos que aun pudiendo optar a alguna de ellas no las contemplan como soluciones viables para sus vidas, o  son incapaces de abordar los pagos necesarios (por pequeños que estos sean), lo que se traduce en  desahucios y la total pérdida de oportunidad de acceder a la adquisición de vivienda pública de cualquier tipo, volviendo a una situación aún más precarizada y con menos futuro si cabe.

Todos los criterios establecidos por las instituciones para la adjudicación de vivienda excluyen de manera sistemática la experiencia y aproximación vital de los afectados. Esta falta de participación produce que las soluciones propuestas sean, en muchos casos, contraproducentes y que empeoren o no lleguen a solventar los problemas originales. Quienes padecen estas situaciones plantean en ocasiones modos de vida alternativos a los convencionales que no por ello tendrían que dejar de ser lícitos. De ese modo proponen la posibilidad de llegar a acuerdos con las instituciones para participar de los procesos de realojo, la autoconstrucción mediante cesiones de terrenos que permitan por su carácter legal disponer de todos los servicios básicos de los que dispone cualquier ciudadano, la posibilidad de emplear vehículos habitables como caravanas y la opción de un alquiler social tanto de nueva implementación como para aquellas personas que habiéndose visto obligadas a ocupar un inmueble para disponer de un techo, lo han cuidado, mantenido e incluso rehabilitado.

La participación de los ciudadanos de forma activa por y para el cambio de sus vidas, y la consideración del valor de su experiencia, habría de ser el punto de partida para el desarrollo de soluciones ante estas realidades de gran repercusión económica, política, social y sobre todo humana. En palabras de Fernando Vidal: “La exclusión social es una institución de explotación, dominación o alienación que desempodera a los sujetos y sus comunidades, de modo que anula socialmente su presencia, impidiendo satisfacer sus necesidades libremente”.

Os invitamos a visitar el vídeo generado a partir de estos talleres de vivienda impartidos por ATD Cuarto Mundo, posible con la participación conjunta y activa de todos. Os ayudará a entender qué significado tiene el poder hacer efectivo el derecho a la vivienda y qué significa encontrarse en situación de exclusión habitacional:

 

Texto de Irene Aguirre y Carlos Conejo,

participantes en los Talleres “Vivienda Digna para Todas las Personas”

tierra doliente que camina

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Con el objetivo de influir en los debates desarrollados durante la Conferencia sobre el Cambio Climático (COP21) en diciembre 2015 en París, ATD Cuarto Mundo hizo público un documento que argumentaba la necesidad de hacer frente a este desafío en un marco de especial atención a los derechos y los padecimientos del 20% de la población más pobre del planeta.

Esta manera de vincular la lucha contra la pobreza y la protección del medio ambiente constituye una provocación intelectual y política para la larga tradición que ha tendido a percibir como opuestas entre sí las luchas de los movimientos ambientalistas o de defensa de los animales y aquellas de los movimientos de promoción de los derechos humanos o contra la pobreza. Si bien aún insuficiente, es notable el esfuerzo que se pone de manifiesto en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ONU, 2015) para reconocer igual importancia al desarrollo de las poblaciones más pobres y a la protección del planeta.

En este incipiente contexto unificador, se ha celebrado entre el 1 y el 5 de junio en la Ciudad de México el primer Foro Internacional por los Derechos de la Madre Tierra. El foro, organizado por más de 150 grupos y asociaciones, reunió a algunos de los más conocidos activistas de los derechos humanos y de la tierra del mundo entero. El objetivo principal de la reunión era profundizar y promover la necesidad de una Declaración Universal de los Derechos de la Tierra que habría de ser una orientación para todos los países.

El foro no trataba de abordar cuestiones medioambientales —entendido, se dijo, el medio ambiente sólo como el entorno que sirve al ser humano— sino de considerar el planeta tierra como pleno sujeto de derecho, un “otro” que tiene derecho a la existencia y a la perdurablidad. “La tierra está viva —dijo el teólogo y filósofo Leonardo Boff (Brasil)— tiene dignidad y es portadora de derecho. (…) La Declaración de los Derechos Humanos tuvo la virtud de decir que todos los seres humanos tienen derechos; tuvo sin embargo el defecto de pensar que sólo los seres humanos tienen derechos. (…) El ser humano es parte de una gran comunidad de vida, es la porción pensante de la tierra que tiene la obligación de cuidar a la madre*”. Esta concepción, largamente compartida por los diferentes participantes originarios de comunidades indígenas, rechaza cualquier visión antropocéntrica del mundo y reconoce el valor intrínseco de cada ser: la tierra entendida como un super-organismo vivo con derecho propio, dadora de bondades, pero no sólo fuente de recursos para el ser humano.

Al mismo tiempo, a lo largo de estos días de trabajo colectivo, se profundizó la necesidad de dejar de considerar contradictorios los derechos humanos y los derechos de la tierra. “El desprecio que a menudo se ha hecho desde la lucha social a la lucha medioambiental es un error histórico capital —dijo la bióloga Esperanza Martínez (Ecuador)—. (…) Es importante considerar las diferentes generaciones de derechos y unirlas. No podremos hacer avanzar los derechos de la tierra si no consideramos al mismo tiempo el derecho a la soberanía alimentaria, al agua, a habitar la tierra… de los seres humanos. Es una misma lucha”.*

Si el siglo XX, se decía, fue el siglo de los derechos humanos, el siglo XXI ha de ser el de los derechos de la tierra. Dos ejemplos latinoamericanos, Ecuador y Bolivia, pretendieron ilustrar el avance que representa incluir los derechos de la tierra en las constituciones nacionales y junto a éstos la visión, la tradición, la espiritualidad y el vínculo con la Pachamama de los pueblos indígenas, cuidadores ancestrales de la tierra. Sin embargo, una vez más, el diálogo puso de manifiesto hasta qué punto las leyes pueden volverse en contra de las personas y comunidades más pobres. En Ecuador—explicaba Esperanza Martínez a través de varios ejemplos— se han condenado solamente los agravios a la tierra perpetrados por personas pobres y nunca los que fueron cometidos por familias ricas o grandes empresas. Así, a pesar de la ilusión que provoca la existencia de una Declaración Universal de los Derechos Humanos, no es posible afirmar que éstos ya fueron conquistados en el siglo XX: entre otras numerosas violaciones, la persistencia de la pobreza extrema y la violencia que padecen los más pobres contradicen radicalmente tal optimismo. Las personas y comunidades más pobres son sistemáticamente excluidas de los procesos de desarrollo, siempre más vulnerables a los efectos devastadores del cambio climático, a menudo estigmatizadas y desconsideradas en las reflexiones sobre la protección de la tierra y finalmente el blanco de la utilización injusta de las leyes.

ATD Cuarto Mundo no ha dejado de afirmar que no será realmente posible hacer frente al desafío del cambio climático sin incluir la participación de los más pobres: su experiencia, su visión, su reflexión. Ellos, los desposeídos de todo poder, los grandes creativos de alternativas económicas, los supervivientes de la escasez, los expertos de la recuperación y el reciclaje, del trabajo de la tierra, de la regeneración de los bosques, del cuidado de la diversidad de los cultivos, de la auto-construcción, del ahorro de recursos, de la gestión del hambre y los golpes de la naturaleza… serán imprescindibles en los debates y las reflexiones que un día —tenemos esperanza— darán a luz a la Declaración Universal de los Derechos de la Tierra. Sin ellos, sufridores en carne propia del sufrimiento de la tierra, no seríamos capaces de nombrar una nueva generación de derechos verdaderamente universal. Ellos son la tierra doliente que camina; con ellos tenemos la responsabilidad de construir el futuro.

Beatriz Monje Barón, Ciudad de México

en twitter @beatriz_monje_

* Las citas de Leonardo Boff y Esperanza Martínez provienen de mis notas, podrían no representar sus palabras exactas. Sus conferencias, y muchas otras, pueden encontrarse a través de la página facebook Derechos de la Madre Tierra.
[En el centro de la fotografía: la científica y filósofa Vandana Shiva (India) durante el foro.]

el conocimiento de los más pobres

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Cuyo Grande, Cusco

Muchas son las iniciativas dirigidas hacia la población más pobre que no toman en cuenta la experiencia y el conocimiento que tiene esta población, iniciativas que se construyen sobre la sola lógica del que busca aportar la ayuda o el proyecto de desarrollo. A la larga, estas iniciativas no son sostenibles, implican casi siempre el despilfarro de recursos económicos y humanos y, lo que es peor, pueden ser contraproducentes para los más pobres de la comunidad.

Algunos ejemplos para ratificar esto:

La construcción en la comunidad de Cuyo Grande de un reservorio de agua que debía llenarse durante toda la noche para que los campesinos rieguen durante el día, sin tener en cuenta que el riego lo hacen durante la noche, como es lógico el reservorio nunca se utilizó y continúa abandonado cual elefante blanco.

En el Bosque, barrio en el que desarrollábamos la Biblioteca de Calle, las familias fueron desplazadas por vivir sobre una zona de riesgo; las familias más pobres que dependían de sus actividades en el mercado cercano al barrio fueron fuertemente afectadas en sus medios de subsistencia, ello provocó que al poco tiempo regresaran a los lugares de riesgo de los cuales las habían evacuado.

En otra ocasión, en la Comunidad de Cuyo Chico, vecina a la de Cuyo Grande, el proyecto de una organización que quería contribuir a mejorar las condiciones de vida en la región desarrolló una serie de iniciativas, una de ellas era la construcción de cocinas que buscaba cambiar la forma tradicional de cocinar, para ello el proyecto construía en la casa de las familias cocinas en altura, pues consideraban que las cocinas a ras del suelo eran insalubres y peligrosas. Cuando las cocinas fueron terminadas, luego de la novedad las familias volvían a cocinar como tradicionalmente lo habían hecho ya que tener la cocina a ras del suelo les resultaba más cómodo, podían sentarse frente al fogón y colocar en torno suyo todo lo necesario para cocinar sin tener que levantarse; por otro, lado la mujer en el mundo rural es parte de la fuerza de trabajo en la chacra por lo cual está casi siempre ausente de la casa y cuando los hijos llegan del colegio es más fácil y seguro para ellos atenderse su comida si la cocina está a su alcance; finalmente existe una razón ideológica, pues está fuertemente extendida entre la población andina la creencia que el fuego esteriliza, por ello las mujeres evitan tener el fogón a la altura del vientre.

Estas experiencias ratifican una manera de actuar frente a los problemas de la pobreza y la exclusión que están anclados en una comprensión construida sobre la base de un saber, ya sea el saber académico o el saber profesional, que niega la existencia o la relevancia del saber que nace de la experiencia de vida de las personas que viven directamente la pobreza y a quienes finalmente los proyectos buscan beneficiar. Así el conocimiento de partida es un conocimiento parcial e incompleto, que a pesar del rigor que pueda tener, no llega a dar cuenta plenamente de la complejidad que encierran la pobreza y la exclusión.

Un principio fundamental de la acción del Padre Joseph Wresinski desde los inicios de ATD Cuarto Mundo fue el de reconocer que cada uno tiene capacidades reales o potenciales para reflexionar y actuar junto con otros y que todos pueden ser portadores de un punto de vista indispensable.

Estas capacidades no son puestas en duda y esto será inimaginable hacerlo para las personas que trabajan en el medio universitario o para las personas del medio profesional que tienen saberes y competencias que les permiten actuar para mejorar o resolver problemas.

Pero es más complicado considerar que las personas en gran pobreza tienen también la capacidad de desarrollar un saber particular que tiene valor y relevancia si queremos actuar eficazmente contra la pobreza y la exclusión.

Esta intuición llevó a ATD Cuarto Mundo desde un inicio a buscar las condiciones que podían hacer posible que el conocimiento de los más pobres sea reconocido como válido y pertinente para en cruce con las otras fuentes de conocimiento, el académico y el profesional, co-construir un conocimiento nuevo de los problemas vinculados a la pobreza y la exclusión.

A partir de la segunda mitad de los años 90 dos programas fueron puestos en marcha para experimentar el proceso y las condiciones que hacen posible poner en diálogo y reciprocidad los tres tipos de saber. Estos dos programas: Cuarto Mundo Universidad (1996-1998) y Cuarto Mundo Profesional (2000-2001) puestos en marcha en el marco de una colaboración franco-belga que reunió a instituciones universitarias y profesionales junto con militantes y voluntarios de ATD Cuarto Mundo, permitió demostrar, a partir de la experiencia en estos países, la pertinencia y la validez de la dinámica del Cruce de Saberes.

A modo de conclusión, podemos señalar que una dinámica como la del Cruce de Saberes puede también en otros contextos, teniendo en cuenta las particularidades sociales y culturales, permitir crear el marco y las condiciones a partir de las cuales el objetivo de la participación de los más pobres y excluidos sea posible y no una simple ilusión.

Alberto Ugarte Delgado, Perú/Francia