reciclaje en la pobreza: entre la sobrevivencia y la conciencia

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Mucho se lee o se escucha de los grandes eventos que tratan sobre el tema del cambio climático. Luego de la COP21 en París en diciembre 2015, ahora se habla de la Cumbre Climática COP22 que se desarrolla en Marruecos estos días de noviembre 2016. Entre los objetivos de la COP22 está el de ayudar a los países en vías de desarrollo a elaborar programas contra el cambio climático. Al mismo tiempo de este evento mundial, en Guatemala, mi país, se presenta la iniciativa de ley que prohibirá el uso de las bolsas plásticas, un primer paso en esta responsabilidad ambiental asumida por los Estados.

La mayoría de veces, las frases y conceptos técnicos se pierden en los documentos; nadie desconoce que la mayoría de los desechos y de las conductas consumistas vienen de los países “desarrollados”, que si bien es cierto proponen medidas para reducir los impactos ambientales, también son los primeros en evidenciar la falta de un compromiso real. Eso puedo verlo en el día a día y es una de las cosas que siguen impactándome desde que vivo en Francia.

Más allá de estas cumbres internacionales, están los esfuerzos cotidianos invisibilizados que llevan a los habitantes de ciudades, de barrios y de los más sencillos lugares habitados, a realizar cosas concretas para hacer frente a esta problemática mundial.

Caminando un día por la calle en Francia, me encontré con una cantidad de muebles en buen estado. No entendí qué hacían en las puertas de las casas hasta que alguien me explicó que son las cosas que las personas tiran porque ya no son útiles. No entiendo bien cómo las personas pueden tirar estos muebles y objetos. En mi país es casi imposible ver esto. Los objetos se venden como de segunda mano o se tiran cuando verdaderamente ya no pueden servir. Otros se comparten entre nuestra familia o se ofrecen a alguien muy cercano. Pero claro, Francia es un país donde cada día hay algo nuevo para comprar.

Viendo esta realidad no dejo de pensar en Guatemala, donde muy a menudo nos encontramos con personas que están recuperando lo que se estropea. Es tan difícil obtener todo, que no podríamos desecharlo tan fácilmente. Hasta lo que parece ya inservible ¡puede ser rescatado! Para unos, recuperar o reciclar es un trabajo, para otros simplemente es una manera de ahorrar.

Viene a mi memoria un hombre cuyo trabajo es hacer reparaciones de todo lo que encuentra. Cuando lo veía, siempre estaba con algún proyecto en sus manos: una plancha, las láminas de su casa, el radio del vecino, etc. Un día que vino a nuestra casa porque el ventilador se había descompuesto, rápidamente nos dijo: “eso es fácil de arreglar”. Y claro, lo hizo funcionar luego de un rato trabajando. Para él era difícil imaginar que un objeto fuera a la basura; sabía muy bien cómo sacar provecho de todas las cosas que para algunos “ya no tenían solución”. Era de esa manera como lograba obtener algunos quetzales para la comida del día. Todo en su casa había sido recuperado: la televisión, la radio, la plancha, las camas, realmente todo ¡Y lo contaba con orgullo! Lo que me parecía increíble, era que muchas veces elaboraba el producto que necesitaba para la reparación. Cuando le preguntaba ¿cómo ha aprendido esto?, siempre me contestaba: ¡la vida me ha enseñado!

Otro joven que trabaja todos los días vendiendo cosas de segunda mano en un mercado popular me explicaba cómo lograba rescatar algunas cosas: a veces recogía de la basura muñecas viejas que sabía que podían reparar. Con mucho cuidado desarma cada pieza. Si tienen ropa, la lava y la plancha. Las que son de tela, hay que descoserlas con cuidado. Algunas necesitan cambio. Las partes que son de plástico las limpia muy bien y luego la arma. La muñeca vuelve al mercado, donde alguien podrá pagar por ella un precio cómodo. Es un trabajo artesanal que requiere de mucho cuidado. También es claro que la mayoría de personas no lo hace por una conciencia ecológica, sino más bien por sobrevivencia.

Para los más pobres reutilizar es la única opción. Y así nos encontramos frente a los verdaderos expertos, aquellos que resisten, descubren y ponen en práctica mecanismos certeros para frenar la destrucción acelerada de nuestra tierra. Inconscientemente se declaran como los primeros colaboradores de esta limpieza mundial,  ¿a qué esperamos entonces para tomarlos en cuenta y enriquecer esta búsqueda de las soluciones para salvar nuestro planeta?

Elda García, Francia / Guatemala

En la portada: doña Ester Hernández con una de sus creaciones. Taller ‘Trabajar y Aprender Juntos’, artesanías hechas de papel reciclado. Guatemala.

tierra doliente que camina

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Con el objetivo de influir en los debates desarrollados durante la Conferencia sobre el Cambio Climático (COP21) en diciembre 2015 en París, ATD Cuarto Mundo hizo público un documento que argumentaba la necesidad de hacer frente a este desafío en un marco de especial atención a los derechos y los padecimientos del 20% de la población más pobre del planeta.

Esta manera de vincular la lucha contra la pobreza y la protección del medio ambiente constituye una provocación intelectual y política para la larga tradición que ha tendido a percibir como opuestas entre sí las luchas de los movimientos ambientalistas o de defensa de los animales y aquellas de los movimientos de promoción de los derechos humanos o contra la pobreza. Si bien aún insuficiente, es notable el esfuerzo que se pone de manifiesto en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ONU, 2015) para reconocer igual importancia al desarrollo de las poblaciones más pobres y a la protección del planeta.

En este incipiente contexto unificador, se ha celebrado entre el 1 y el 5 de junio en la Ciudad de México el primer Foro Internacional por los Derechos de la Madre Tierra. El foro, organizado por más de 150 grupos y asociaciones, reunió a algunos de los más conocidos activistas de los derechos humanos y de la tierra del mundo entero. El objetivo principal de la reunión era profundizar y promover la necesidad de una Declaración Universal de los Derechos de la Tierra que habría de ser una orientación para todos los países.

El foro no trataba de abordar cuestiones medioambientales —entendido, se dijo, el medio ambiente sólo como el entorno que sirve al ser humano— sino de considerar el planeta tierra como pleno sujeto de derecho, un “otro” que tiene derecho a la existencia y a la perdurablidad. “La tierra está viva —dijo el teólogo y filósofo Leonardo Boff (Brasil)— tiene dignidad y es portadora de derecho. (…) La Declaración de los Derechos Humanos tuvo la virtud de decir que todos los seres humanos tienen derechos; tuvo sin embargo el defecto de pensar que sólo los seres humanos tienen derechos. (…) El ser humano es parte de una gran comunidad de vida, es la porción pensante de la tierra que tiene la obligación de cuidar a la madre*”. Esta concepción, largamente compartida por los diferentes participantes originarios de comunidades indígenas, rechaza cualquier visión antropocéntrica del mundo y reconoce el valor intrínseco de cada ser: la tierra entendida como un super-organismo vivo con derecho propio, dadora de bondades, pero no sólo fuente de recursos para el ser humano.

Al mismo tiempo, a lo largo de estos días de trabajo colectivo, se profundizó la necesidad de dejar de considerar contradictorios los derechos humanos y los derechos de la tierra. “El desprecio que a menudo se ha hecho desde la lucha social a la lucha medioambiental es un error histórico capital —dijo la bióloga Esperanza Martínez (Ecuador)—. (…) Es importante considerar las diferentes generaciones de derechos y unirlas. No podremos hacer avanzar los derechos de la tierra si no consideramos al mismo tiempo el derecho a la soberanía alimentaria, al agua, a habitar la tierra… de los seres humanos. Es una misma lucha”.*

Si el siglo XX, se decía, fue el siglo de los derechos humanos, el siglo XXI ha de ser el de los derechos de la tierra. Dos ejemplos latinoamericanos, Ecuador y Bolivia, pretendieron ilustrar el avance que representa incluir los derechos de la tierra en las constituciones nacionales y junto a éstos la visión, la tradición, la espiritualidad y el vínculo con la Pachamama de los pueblos indígenas, cuidadores ancestrales de la tierra. Sin embargo, una vez más, el diálogo puso de manifiesto hasta qué punto las leyes pueden volverse en contra de las personas y comunidades más pobres. En Ecuador—explicaba Esperanza Martínez a través de varios ejemplos— se han condenado solamente los agravios a la tierra perpetrados por personas pobres y nunca los que fueron cometidos por familias ricas o grandes empresas. Así, a pesar de la ilusión que provoca la existencia de una Declaración Universal de los Derechos Humanos, no es posible afirmar que éstos ya fueron conquistados en el siglo XX: entre otras numerosas violaciones, la persistencia de la pobreza extrema y la violencia que padecen los más pobres contradicen radicalmente tal optimismo. Las personas y comunidades más pobres son sistemáticamente excluidas de los procesos de desarrollo, siempre más vulnerables a los efectos devastadores del cambio climático, a menudo estigmatizadas y desconsideradas en las reflexiones sobre la protección de la tierra y finalmente el blanco de la utilización injusta de las leyes.

ATD Cuarto Mundo no ha dejado de afirmar que no será realmente posible hacer frente al desafío del cambio climático sin incluir la participación de los más pobres: su experiencia, su visión, su reflexión. Ellos, los desposeídos de todo poder, los grandes creativos de alternativas económicas, los supervivientes de la escasez, los expertos de la recuperación y el reciclaje, del trabajo de la tierra, de la regeneración de los bosques, del cuidado de la diversidad de los cultivos, de la auto-construcción, del ahorro de recursos, de la gestión del hambre y los golpes de la naturaleza… serán imprescindibles en los debates y las reflexiones que un día —tenemos esperanza— darán a luz a la Declaración Universal de los Derechos de la Tierra. Sin ellos, sufridores en carne propia del sufrimiento de la tierra, no seríamos capaces de nombrar una nueva generación de derechos verdaderamente universal. Ellos son la tierra doliente que camina; con ellos tenemos la responsabilidad de construir el futuro.

Beatriz Monje Barón, Ciudad de México

en twitter @beatriz_monje_

* Las citas de Leonardo Boff y Esperanza Martínez provienen de mis notas, podrían no representar sus palabras exactas. Sus conferencias, y muchas otras, pueden encontrarse a través de la página facebook Derechos de la Madre Tierra.
[En el centro de la fotografía: la científica y filósofa Vandana Shiva (India) durante el foro.]

pobreza y cambio climático en los Andes

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El Perú ocupa una parte importante de la Cordillera de los Andes en la América del Sur. En su territorio se concentran alrededor del 70% de los glaciares tropicales, los cuales juegan un rol fundamental en el equilibrio pluviométrico natural, al regular el flujo de agua en tiempos de fuertes lluvias así como en tiempos de sequía. Los Glaciares tropicales, tienen pues una influencia crucial en el equilibrio climático de toda la región de la América del Sur y cualquier alteración en ellos tendría un impacto a nivel mundial.

Los glaciares tropicales juegan un rol de reguladores de los fenómenos pluviométricos. Cuando se producen precipitaciones excesivas, las bajas temperaturas en los meses invernales retienen y congelan el agua de lluvia, permitiendo que cada año millones de Cm3 de agua sean retenidos en los glaciares, los cuales se derriten en la época primaveral y ruedan hacia abajo irrigando las laderas de los Andes, permitiendo así el desarrollo de un sistema productivo que depende fuertemente de estos flujos de agua. La casi mayoría de los ríos en los Andes se originan de estos deshielos a los 4000msnm.

A lo largo de los últimos 10 mil años, la temperatura promedio del planeta se ha mantenido en 15° centígrados; sin embargo, en el último siglo la temperatura media se ha incrementado en 0.6° y se estima que para fin de siglo aumente entre 1.4° a 5.8°1. Este incremento en la temperatura es consecuencia del aumento de los gases a efecto invernadero por acción humana, es así que la cantidad de CO2 existente hoy en el ambiente es superior a la capacidad de absorción y emisión de nuestro planeta, este exceso de CO2 retenido en el ambiente es un factor fundamental en el calentamiento global.

Desde los años 70 a la fecha, se estima que los glaciares tropicales de los Andes peruanos se han reducido en un 22%; sólo el glaciar Quelccaya (a 5560 msnm y el más grande glaciar tropical del mundo) se ha venido reducido en 60m por año, el 2010 evidenció una reducción de 150m, hoy se estima que habrá desaparecido completamente para el 20202. La Cordillera Blanca ha decrecido sobre el 15% desde 1970 y los científicos estiman que en unos 10 años habrán desaparecido todos los glaciares que se encuentran entre los 3500 y los 4200 msnm. Por tanto, estudios científicos señalan que para el año 2050 el Perú habrá perdido el 50% de sus reservas de agua dulce3.

La pérdida de los glaciares tropicales impediría que el agua de lluvia sea retenida, provocando que cada año alrededor de 7000 millones de m3 de agua se vayan al océano pacífico4, elevando el nivel de sus aguas, y provocando catástrofes como inundaciones, aluviones, deslizamientos de terrenos, etc. Esto provocaría a su vez el colapso de todo un sistema productivo del cual dependen millones de personas.

El equilibrio del medio ambiente en los Andes ha sido siempre frágil, las poblaciones que históricamente se han sucedido después de que empezará a ser poblado hace más de 20 000 años tuvieron que hacer frente a condiciones sumamente adversas para adaptarse; este proceso de adaptación duró miles de años e implicó una adaptación no sólo del organismo humano, sino también el desarrollo de una tecnología de producción que respondía a los límites y condiciones propios del medio ambiente andino.

Este medio ambiente andino que se caracteriza por lo abrupto y escarpado de su geografía, presenta pocos espacios planos aptos para el desarrollo de la agricultura; ante ello y desde muy temprano en la historia, el hombre andino tuvo que aprender a producir en las laderas de las montañas, desarrollando un sistema de terrazas llamados andenes que permitían aumentar el número de tierras cultivables así como aprovechar el agua que baja de los deshielos a través de un ingenioso sistema de canales. Hizo de la adversidad que significaban las elevadas alturas en pocos kilómetros, una ventaja comparativa al desarrollar un sistema productivo basado en el uso de diferentes pisos ecológicos, lo cual permitió la aclimatación de muchas plantas y hacer frente a períodos de sequías. En su mejor momento y en el apogeo de la época incaica, este sistema de producción permitió sostener una población que algunos historiadores estiman en 12 millones de personas.

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Desde los años 40, las zonas rurales en los Andes se han ido despoblando, este proceso que se ha acentuado las últimas tres décadas debido a la pobreza y la falta de oportunidades en el medio rural frente a la atracción que ejercen los principales centros urbanos ha llevado a que la población rural pase de 40% en 1972 a 23% el presente año5. Hoy hay cada vez menos campesinos y por ende menos personas para mantener los sistemas de producción agrícola, es decir las terrazas, los canales de irrigación etc.

En este contexto, es más importante que nunca establecer un diálogo con aquellos que, a causa de su propia vida, han sido siempre los primeros en hacer saltar las alarmas sobre las consecuencias del cambio climático para la vida de las personas y del medioambiente.

Alberto Ugarte Delgado, Perú/Francia