hojas en blanco para la supervivencia

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Desde hace algunas semanas, leo unos textos de Joseph Wresinski que me llevan de un lado a otro en mis recuerdos y de un lado a otro sobre textos o reflexiones de otras personas. Así llegué de nuevo a unas palabras sobre una hoja en blanco que había pronunciado el activista y artista guatemalteco Guillermo Díaz durante un tiempo de trabajo conjunto en México en el mes de Mayo. Sus palabras me empujan hoy a tratar de escribir sobre lo que presencié una mañana en Puerto Príncipe en el 2013 durante mi participación en el encuentro semanal del equipo de ATD Cuarto Mundo con un grupo de niños que viven —luchan por la supervivencia y la vida— en la calle.

ATD Cuarto Mundo desarrolla proyectos en Haití desde el año 1981: entre otros, un proyecto nutricional y de estimulación temprana para apoyar a las madres en la crianza de sus bebés, una escuela para niños de tres a seis años, un taller de informática para jóvenes, un sistema de atención médica para familias… En realidad, el hilo conductor de todos ellos no es otro si no el tratar de llegar a las familias más duramente castigadas por la pobreza, aquellos que difícilmente tienen acceso a los programas de ayuda convencionales. Construyendo los proyectos y revisándolos día a día junto a los más pobres, ATD Cuarto Mundo asegura caminos de participación plena necesarios para cualquier iniciativa de lucha contra la pobreza y en favor de los derechos humanos. En el momento del terremoto en el año 2010, está búsqueda que fue siempre, y continúa siendo, brújula para cada proyecto fue la clave para lograr que la ayuda de emergencia alcanzará también a las personas y familias más pobres, a los más excluidos o los que vivían en las llamadas zonas rojas de peligro, allí donde otros no llegaban.

Con esta brújula en la mano, una parte del equipo de ATD Cuarto Mundo —en aquel momento Rosanna, Mogene y David— se encuentra todas las semanas con un grupo de niños que viven en las calles de la capital haitiana. Sus historias son muy diversas, pero se sabe que el número de niños en la calle se multiplicó de manera notable tras el terremoto. Aquella mañana en la que yo tuve oportunidad de encontrarles, los niños se reunían alrededor de un tiempo de biblioteca en la calle. No deja de emocionarme a lo largo de los años como todos los niños del mundo, sean cuales sean sus circunstancias, desean el encuentro con los libros, con la ilustración y la palabra, con la posibilidad de mirar a través de una ventana, con la alegría y la paz. Participé maravillada de aquel tiempo de lectura y después, maravillada y profundamente conmovida, del tiempo que se dedicaba a la posibilidad de dibujar. Uno por uno, los niños fueron tomando una hoja en blanco y un lapicero, algunos ya muy pequeños de tanto haberse usado, y de la manera más meticulosa y pausada que una pueda imaginar empezaron cada uno a dibujar, primero muy lentamente los trazos y después el color. He visto a lo largo de mi vida a muchos niños dibujar, pero nunca nunca nunca de manera tan extraordinaria, tan llenos de mirada sobre el mundo, tan cargados de proyecto visual y de cuidado, tan plenos de deseo de expresión, tan llenos de infancia.

La verdad es que había tratado muchas veces de poner palabras sobre aquello que vi —y con tanto empeño quise retener en mí—, pero siempre había desistido. Como antes, ahora tampoco me parece posible hacer justicia a lo extraordinario de aquella manera de dibujar, de aquellas manos y ojos, de tanta infancia resistiendo, pero me decido, empujada por las palabras de Guillermo, a compartir algunas de las fotografías que tomé aquella mañana.

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Guillermo es originario de una de las aldeas del municipio de San Jacinto en Chiquimula, Guatemala, y fue esto lo que dijo en Ciudad de México y yo pude escuchar: “Yo fui un niño de la biblioteca de calle en mi aldea en los años 70, cuando Guatemala se encontraba en guerra. Gracias a las bibliotecas que llegaban yo podía dibujar en una hoja en blanco. Era un momento de paz. Mi país sufría mucho y nosotros los niños no teníamos una luz. Esta hoja en blanco me abrió muchos caminos, me dio muchas luces. Muchos niños en el mundo necesitan esa luz. El simple hecho de tener una hoja en blanco era mucho para mí. Ver esos libros hermosos que llevaban era para mí soñar… era soñar en un mundo diferente, era soñar que, como niño, yo tenía derechos también. Puedo decir que gracias a esa biblioteca soy quien soy: soy un profesor de escuela primaria… me gusta pintar… y fue la biblioteca de calle la que me enseñó eso, la que me dio muchas luces para seguir. Si nos unimos, podemos llegar a muchos niños».

Supongo que pueden imaginar hasta qué punto sus palabras iluminaron aquel momento que yo había atesorado durante tanto tiempo. No las comparto ahora a modo de conclusión: no concluyen, no explican, no nos permiten estar en paz con lo intolerable, no justifican lo que hacemos, no acaban con nuestras preguntas sobre nuestros pasos, no nos quitan de la impaciencia, no nos calman… pero iluminan, dan luz, nos animan a seguir ofreciendo hojas en blanco a la esperanza, nos animan, sobre todo, a mirar a cada niño dibujar con la misma pausa que ellos dibujan, a mirar cada dibujo con la pausa de las manos de nuestros niños de la supervivencia, con la lucidez de sus ojos: un niño, un niño enfermo y un amigo llevándole flores, una escuela, dos coches, un terreno de juegos, un campo de fútbol y una casa, un niño y una niña de la mano, un trazo, una hoja en blanco, una hoja en blanco.

Un niño que dibuja en una hoja en blanco.

Hojas en blanco para los niños de la supervivencia.

Hojas para la esperanza, y seguir.

Seguimos.

Beatriz Monje Barón, Puerto Príncipe / Ciudad de México

en twitter @beatriz_monje_

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lámpara maravillosa

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Ocurre algunas veces que dos seres humamos se entienden de inmediato, como si hubieran sido ambos capaces, en tan solo unos segundos, de leer los secretos del corazón del otro.

Era sábado de Biblioteca de Calle en uno de los sectores más castigados por la pobreza en la capital guatemalteca. El barrio se levanta a lo largo de una sola calle de tierra; a mano derecha, una quebrada pone a todos sobre aviso de la cercanía del abismo. La biblioteca se instala en un pequeño terreno vacío a pocos metros de la entrada del barrio. Un puñado de niños nos recibe, impacientes de historias. De inmediato comienzan algunos de los animadores a preparar el espacio y los libros; otros caminan en busca de todos los niños y todas las niñas.

David me invita a acompañarle. Calle abajo, toca las puertas, saluda a adultos y niños, platica y anuncia la llegada de la biblioteca. Algunos patojos se unen inmediatamente a esa suerte de procesión hacia los libros en la que va progresivamente convirtiéndose el caminar de David; otros explican que todavía están preparándose y se unirán a su vuelta. Sigue la bajada hasta el final de la calle. Yo estaba de visita en Guatemala y era mi primera vez en el barrio. Mientras camino, ya rodeada de niños y tomada de la mano, pienso que, aún estando en medio de la ciudad, los barrios de la pobreza siempre parecen estar al final, al límite, al margen de todo… así insiste la quebrada mientras unos y otros trabajan: preparan atole para salir a vender, apilan el cartón rescatado de la basura, peinan a los niños, lavan la ropa…

En una de las casas hay una niña de unos ocho años que asoma su cabecita a través del espacio que queda entre el techo y la puerta, ambas de lata. David habla con ella y Lucía explica que su mamá trabaja desde el día anterior y ella cuida a su hermanito de tres años; la casa estaba cerrada y no tenían permiso para salir. Su abuelita —explica Lucía— vive muy cerca y quizás pueda darle permiso. “Va pues —decimos— vemos a la vuelta si se puede”, y seguimos la bajada hacia más niños. De regreso, caminamos en el alboroto de los numerosos patojos a nuestro alrededor. Ahora está también Vivi con nosotros, otra de las animadoras de la biblioteca. Lucía sigue encaramada a la puerta de su casa. Me conmueve profundamente lo visible de sus esfuerzos de niña valiente para no romper a llorar mientras nos dice que no vio a su abuelita y no podrá venir. También yo me esfuerzo para ser valiente y seguir nuestro camino hacia la biblioteca.

Años antes, yo había participado en un grupo de trabajo durante la investigación-acción participativa La miseria es violencia en el que unas madres describían justamente esto: tener que salir a trabajar y dejar a los niños solos en casa, tener siempre miedo de que algo les pase, estar obligadas a correr tales riesgos para buscar el alimento, tener que elegir entre el peligro de dejar la casa abierta y que la violencia entre, o cerrar la casa y que algo les pase dentro, salir de casa con los niños aún dormidos y regresar por la noche con ellos dormidos de nuevo, dejar a los hijos mayores a cargo de los pequeños y ser en realidad todos pequeños… todos estos riesgos para la supervivencia, peligros que a penas se esquivan para la supervivencia que a penas se logra… Todo esto me lo había dicho de nuevo el rostro de Lucía en unos pocos minutos, y también su profundo deseo de venir con nosotros al encuentro con los libros.

Ya en el espacio de biblioteca, hablan David y Vivi sobre Lucía. David agarra unos libros y retoma el camino hacia su casa para cumplir la promesa que acabábamos de hacerle Vivi y yo: leer para ella cuentos desde fuera. Yo me quedo en la biblioteca junto al resto de animadores, y un grupito de niños se reúne a mi alrededor. Al ratito, como por arte de magia, veo llegar a Lucía junto a otros dos niños; se acerca a mí rápidamente, abre los brazos y sonríe una sonrisa inmensa sin decir una sola palabra. Yo también sonrío y abro los brazos, y nos abrazamos como si acabáramos de salir las dos victoriosas de una gran aventura, como si acabara de cumplirse para nosotras nuestro deseo común para el genio de la lámpara maravillosa, como si esos minutos de conocernos a la puerta de su casa hubieran sido suficientes para leer todos los secretos de nuestros corazones… Su abuelita había regresado y David había podido hablar con ella para traer a Lucía, a su hermanito y a su tía, también niña pequeña. Tras nuestro abrazofiesta, los tres se sientan a mi lado, junto a los otros niños que ya me acompañaban, y leemos y después cantamos y después juntos hacemos la actividad manual que se había preparado.

Durante más de diez años participé semanalmente en una Biblioteca de Calle, primero en Madrid, después en Londres. Ahora lo hago a menudo durante mis viajes con motivo de mi responsabilidad en el seno de la delegación de ATD Cuarto Mundo para América Latina y el Caribe. A lo largo de los años, he atesorado numerosos momentos que dan testimonio de lo que permanece intacto en el corazón de los niños a pesar de la dureza de la vida en la miseria, la infancia intacta en ellos a pesar de las dificultades a las que tienen que hacer frente. Nuestra suerte compartida son estos espacios en los que eso que es esencial y permanece en cada niño y cada niña puede abrirse, mostrarse, celebrarse, crecer… estar en la luz. En Guatemala, David, Vivi, Nathalie, Cristina, Miriam, Lorena, Delphine, Guillermo… animan cada semana la Biblioteca de Calle de ATD Cuarto Mundo y junto con los niños y niñas frotan y frotan la lámpara maravillosa de Aladino, logran hacer salir al genio, salir victoriosos, compartir lo que cada uno lleva en su corazón. De esta manera se suman las Bibliotecas de Calle a los esfuerzos que cada día hacen las madres y padres en situación de pobreza para construir un futuro mejor para sus hijos.

Tras el rato de lectura y el canto, llega la propuesta de actividad manual. En esta ocasión, se trata de un corazón para celebrar el día de la madre. Lucía prepara su corazón de cartulina al tiempo que ayuda a su hermanito a hacer el suyo, y después dibuja otros muchos corazones y escribe: «Mami te amo. Te amo mami. La adoro mami».

Lucía, su hermanito y su pequeña tía aprovechan la biblioteca hasta el final. David va a acompañarles hasta su abuelita, y así compartir con ella sobre lo que los niños vivieron durante la mañana. Antes de irse, Lucía abre de nuevo los brazos y nos reúne a los cuatro en un solo abrazo. Sus bracitos de niña de ocho años son infinitos, plenos de fuerza y ternura. Agradezco conmovida a los tres niños y les digo “He sido muy feliz hoy con ustedes”. Lucía sonríe y nos abarca de nuevo a todos en un último abrazo: celebración de los cuentos compartidos y los secretos de nuestros corazones, de la Biblioteca de Calle, sus niños, los padres y los animadores, del reconocimiento y el amor para su madre que lleva entre sus manos, de toda la belleza e infancia que hay en Lucía, lámpara maravillosa.

Beatriz Monje Barón, Ciudad de México / Guatemala

en twitter @beatriz_monje_

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gobernanza e innovación

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Con el 2017 inicia también la andadura de la nueva delegación general del Movimiento Internacional ATD Cuarto Mundo. Isabelle Perrin renueva su compromiso de liderazgo en calidad de delegada general. Martine Le Corre, Bruno Dabout y Álvaro Iniesta Pérez asumen por primera vez esta responsabilidad, los tres en calidad de delegados generales adjuntos. Se trata por tanto de un equipo nuevo que habrá de asumir durante cinco años lo que nosotros llamamos la animación del Movimiento ATD Cuarto Mundo, un movimiento de personas desarrollando acciones contra la pobreza en casi 40 países de todos los continentes y en el ámbito de las instituciones internacionales. El equipo ha sido nombrado mediante un proceso de discernimiento que se prolongó durante más de un año y reunió a 20 miembros de diferentes países que recibieron la responsabilidad de establecer un diálogo —con el fin de nombrar a la delegación general y definir su mandato— con el conjunto de los miembros de ATD Cuarto Mundo.

Desde sus inicios, ATD Cuarto Mundo explora caminos de innovación en lo que se refiere a la toma de decisiones y el nombramiento de personas para responsabilidades precisas. A lo largo de los años, hemos tratado de no utilizar como herramienta la votación, sino de buscar vías que sean capaces de incorporar las ideas minoritarias a los procesos de toma de decisiones. Esta búsqueda de una nueva gobernanza reconoce la debilidad intrínseca a lo que se decide por medio de una votación: la victoria de la mayoría deja fuera las ideas albergadas por las minorías; si perdieron, ya no necesitan ser tomadas en cuenta. Desde luego, las democracias han encontrado maneras de contrarrestar esta debilidad, en particular a través de los llamados movimientos sociales. Pienso, por ejemplo, en la lucha contra la segregación racial que toma fuerza en Estados Unidos a partir del año 1955. El Movimiento por los Derechos Civiles trataba entonces de combatir una legalidad injusta protegida por un gobierno democrático legitimado por la mayoría, encontrar una manera de hacer avanzar un pensamiento minoritario que reivindicaba igualdad de derechos para todos los ciudadanos, fueran estos blancos o negros. Este ejemplo notable subraya la importancia del pensamiento minoritario para el avance de nuestras sociedades. Por supuesto, no daría mi acuerdo a todas las ideas minoritarias —como tampoco a todas las mayoritarias—, y sin embargo me entusiasma la idea de encontrar caminos para tomar decisiones que incorporen desde el principio el pensamiento minoritario, su originalidad, su valentía, su punto de partida distinto, su capacidad de confrontar lo establecido, su potencial de innovación.

Existe un vínculo muy estrecho entre la búsqueda de ATD Cuarto Mundo en cuestiones de gobernanza y la lucha contra la pobreza. Joseph Wresinski, fundador de ATD Cuarto Mundo, trabajó a lo largo de toda su vida para que la inteligencia de los que se encuentran en situación de pobreza fuera tomada en cuenta en todos los ámbitos, no sólo para la erradicación de la pobreza sino para el conjunto de los desafíos a los que el mundo se enfrenta. «Es imprescindible —decía Wresinski en 1980 ante un comité científico en la UNESCO— dar un lugar al conocimiento que los muy pobres y los excluidos tienen de su condición y del mundo que les impone tal situación, rehabilitar ese conocimiento como único, indispensable, autónomo, complementario a toda otra forma de conocimiento, y ayudarlo a desarrollarse». Los más pobres tienen una experiencia del mundo que necesita ser reconocida; pero no sólo tienen una experiencia, los más pobres tienen también un conocimiento y un pensamiento nunca tomado en cuenta o aprovechado por nuestras sociedades. Con el objetivo de profundizar esta idea, ATD Cuarto Mundo inicia en los años 90 un proyecto piloto que pone en diálogo tres tipos de saber: el saber de los que han vivido la pobreza y la exclusión, el saber de las personas que están comprometidas y trabajan junto a ellos, y el saber de los científicos. El proyecto experimenta las condiciones necesarias para que se produzca un verdadero cruce de saberes y el alumbramiento de un saber nuevo construido colectivamente. Los frutos de este proyecto piloto influyen de manera muy importante el concepto de participación plena y han inspirado posteriormente numerosos trabajos de investigación sociológica o política.

El cruce de saberes —como proceso— se relaciona a la vez con la producción de conocimiento y con las cuestiones de gobernanza. En relación a esto último, ATD Cuarto Mundo lleva décadas explorando un modelo de gobernanza basado en la noción de têt ansamn, expresión en criollo haitiano que se traduce como “cabezas juntas”. Se trata de una búsqueda que persigue desarrollar la participación y la co-responsabilidad de todos los actores, y hacer uso de todas las inteligencias al servicio del bien común y el de cada uno; una búsqueda —un proceso, y no ya un territorio conquistado— fundada a la vez en el reconocimiento de la inteligencia de cada uno —de la importancia de trabajar a partir de todas las ideas, también las minoritarias—, y en la necesidad de alcanzar una visión común sobre los retos que podemos asumir juntos; un modelo de gobernanza que nace del convencimiento y la experiencia de que la suma de las cabezas de todos no es solamente el número total de cabezas, sino una cabeza totalmente nueva: una inteligencia colectiva que es mucho más capaz y tiene mucha más potencia para identificar las valentías que podemos vivir juntos, lo nuevo que podemos crear.

No cabe duda de que esta forma de gobernanza es mucho más trabajosa que las que depositan su confianza solamente en el sufragio o en la jerarquía de poderes. Lograr gobernarse de este modo necesita de la invención y re-invención de procesos de participación muy exigentes para nuestras —a veces pequeñas—habilidades para las relaciones humanas, para los hábitos de las jerarquías de acción y pensamiento, para la repartición del poder y, sobre todo, para la muy compleja cuestión del reconocimiento mutuo. Sin embargo, esta búsqueda es también mucho más fructífera para el aprovechamiento de todos los talentos y la innovación.

Mi trabajo en el seno de ATD Cuarto Mundo me ha llevado muchas veces a estar en situación de participación en procesos de toma de decisiones, otras muchas a estar en situación de co-animar este tipo de procesos. Puedo decir con enorme entusiasmo que rara vez la conclusión de estos procesos ha coincidido con mi idea de partida: ni con lo que yo creía al comenzar que era conveniente decidir, ni con lo que pensaba que podríamos alcanzar juntos. No creo que se trate de una falta de juicio por mi parte, sino más bien que el fruto de lo colectivo es sorprendente siempre para cada uno de los participantes: no son unas ideas las que ganan el pulso a otras ideas, sino ideas nuevas naciendo; no es tampoco una negociación que alcanza un punto de la línea más acá o más allá, sino la creación de una línea nueva. Desde luego, la creación y el nacimiento son siempre sorprendentes. Si expreso mi entusiasmo en relación a los frutos de este tipo de procesos, lo hago también sobre el proceso en sí mismo, sobre su capacidad para hacernos crecer en reconocimiento mutuo, en libertad de escucha, en creatividad, en confianza en nuestras ideas, en potencial de eficacia a largo plazo, en originalidad individual y colectiva. Añado además una última razón para mi entusiasmo: haber tenido la oportunidad de experimentar este tipo de procesos de participación de las inteligencias de todos, me lleva a confiar fácilmente en los frutos de otros procesos de esta naturaleza, aun si yo misma no he participado. Si un grupo de personas suficientemente diverso ha construido las condiciones para la participación de todos, especialmente de los que aportan ideas minoritarias y de los más pobres, yo puedo confiar en los frutos de su trabajo.

A través de los años, ATD Cuarto Mundo ha trabajado mucho para superar los obstáculos para la plena participación —entre otros: los miedos personales y colectivos, el acceso desigual a la información, la experiencia de cada uno de ser o no escuchado, o la desigualdad en la oportunidades que cada uno ha tenido para profundización su propio pensamiento—. No podemos decir que hemos alcanzado nuestro ideal, pero estamos seguros de estar en búsqueda permanente para construirlo, y de que avanzamos. La composición de nuestra nueva delegación general y su mandato es el fruto de uno de estos procesos reuniendo a personas en un verdadero esfuerzo por cruzar sus inteligencias —compendio de experiencia, pensamiento y sensibilidad — y por pensar también junto a muchos otros. Es sólo una expresión más de nuestro esfuerzo cotidiano de gobernanza têt ansamn, pero no deja de ser un testimonio sobresaliente de nuestra voluntad de transformar el mundo practicando alternativas en carne propia.

Como bien puede imaginar el lector, este texto pretende no sólo ser alegre bienvenida para los miembros de la nueva delegación general: Isabelle, Martine, Álvaro y Bruno, sino sobre todo servir para animar a otros a buscar y experimentar nuevos modos de gobernanza y producción de conocimiento. La lucha contra la pobreza y la promoción de los derechos humanos necesita, sin lugar a dudas, de procesos que aseguren la participación de la inteligencia de todos, en particular de los más pobres. Pero no sólo eso, el mundo entero —las escuelas y los hospitales, los gobiernos locales y nacionales, los partidos políticos y nuestras familias, las instituciones internacionales, la poesía y todas las artes, las empresas y las universidades…— necesitan de estos procesos que permiten a cada ser humano dar lo mejor de sí mismo y expandir su potencial. Creo muy sinceramente que de estos procesos nacería la innovación que el mundo verdaderamente necesita.

Beatriz Monje Barón, Ciudad de México

en twitter @beatriz_monje_

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En Ciudad de Guatemala, grupo de trabajo para la definición del mandato de la delegación nacional de ATD Cuarto Mundo.

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Miembros de ATD Cuarto Mundo en Montreal trabajando para generar propuestas sobre un proyecto de ley sobre el acceso al sistema de salud nacional.

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Miembros de ATD Cuarto Mundo en Dar es Salaam en co-investigación sobre el tema «Educación para todos».

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Foto de grupo al concluir una reunión entre el Sr. Ban Ki-Moon, entonces Secretario General de la ONU, y miembros de ATD Cuarto Mundo de diferentes países del mundo.

éramos aprendices

bruno

Revista Educación y Biblioteca. Nº 48. Junio 1994

Me cuenta al teléfono Carola Diez —promotora de lectura y colaboradora de la magnífica Biblioteca Vasconcelos de Ciudad de México— que prepara junto a otros una Biblioteca Humana que tendrá lugar el sábado 19 de noviembre. Me explica que se trata de un rato de encuentro entre personas que se convierten en libros y lectores que los toman prestados por 15 o 20 minutos. En esta ocasión buscan “libros humanos” para una sesión que titulan “Cuando las pequeñas bibliotecas tienen algo que contarte”; nos pide compartir la experiencia de Bibliotecas de Calle de ATD Cuarto Mundo… ponerme a mí misma un título, escribir una sinopsis… De inmediato, vienen a mi mente recuerdos de rostros, cuentos, manitas y ojos eligiendo historias para leer juntos… Me titulo “De Madrid a México: 20 años leyendo libros sobre un plástico” y me regocijo recordando, inevitablemente, mi primera Biblioteca de Calle cada lunes en el Pozo del Huevo en Madrid, aquel «érase una vez» de un cuento verdadero del que no he dejado de disfrutar hasta hoy, nuestro madrileño «érase una vez» de la lucha por construir juntos la belleza y los derechos humanos que había iniciado Joseph Wresinski en los años 60 en Francia.

La Biblioteca Vasconcelos nos recibe con toda su belleza y amplitud, con la energía de los lugares vivos, con pulso, con ser humano… La sensación al llegar evoca en mí el gusto que sentía siempre al entrar en la Tate Modern en Londres, la antigua central de energía que es hoy el Museo Nacional Británico de Arte Moderno. Tiene que ver, creo yo, con esa magia que se da cuando hay encuentro entre edificios extraordinarios y personas que saben provocar a otros para habitarlos. Camino por la galería central de la biblioteca celebrando interiormente esa evocación que me devuelve también los recuerdos de la Doorstep Library que inventamos en el sur de Londres, una biblioteca semanal que empezó ofreciendo lectura puerta a puerta, alcanzó después la calle y provocó finalmente el encuentro entre los vecinos de un barrio londinense verdaderamente pobre y la también vivísima Biblioteca de Peckham. Rodeada ya de otros muchos “libros humanos”, me recibe Carola y unos minutos después Ramón Salaberria, subdirector de la biblioteca. Ramón me cuenta que conoce nuestra Biblioteca de Calle desde los años 90 y promete enviarme el artículo que publicó en el 94, siendo él director de la hoy desparecida revista española “Educación y Biblioteca”. No tardo en acomodarme en mi lugar y esperar a los que deseaban escucharme. Como lo son las Bibliotecas de Calle, la mañana en la que me hago «libro prestado» y converso con los muchos que se sentaban a mi alrededor es también una celebración de la oralidad y la escucha.

Yo había conocido ATD Cuarto Mundo y la Biblioteca de Calle a través de Bruno Couder, quien escribe el artículo del que me habla Ramón. Recibo el texto prometido —pueden ahora los nostálgicos y los curiosos leerlo aquí, a partir de la página número 18— y encuentro de nuevo aquel español afrancesado con el que Bruno nos hablaba de la pedagogía y la política de nuestras Bibliotecas de Calle. Admito haber aprendido también algo de la teoría y la práctica de la promoción de los Derechos Humanos a través de algunos textos especializados; sin embargo, el recuerdo de la manera de hablar de Bruno me hace tomar conciencia y celebrar haber aprendido el oficio junto a él y a Yolaine Couder, con quienes hice mis primeras Biblioteca de Calle; tomar conciencia de la suerte que fue para mí aquel espíritu de aprendices que habitaba a los jóvenes que habíamos sido reclutados como animadores de la Biblioteca de Calle, el espíritu de observarlo todo —mirar con la nariz adentro, como los niños—, de escucharlo todo del que ya conoce el oficio, del maestro. Como lo hacen los aprendices de carpintero, observábamos las maneras de los que ya sabían hacer: la precisión, el cuidado… y Bruno y Yolaine nos contaban los porqués de cada pequeña madera que construía la Biblioteca de Calle: elegir bien los libros, conocerlos y entusiasmarse; sentarse en la calle, a la vista de todos; invitar a cada niño, pero ir personalmente a buscar a los más pobres y rechazados, decirles cuánto contábamos con ellos, hacerlo sin desfallecer, a veces durante meses antes de que se animaran a participar; acompañar a los niños de regreso a casa y hablar a sus padres de sus éxitos en la biblioteca de aquel día; no intimidarles con preguntas sobre si sabían leer o no, animarles en sus esfuerzos y celebrar sus logros; permitirles escoger sus lecturas, y leer en voz alta para ellos o acompañarles en su leer incipiente, o las dos cosas, según pareciera mejor… Y en medio de todo eso, sobre todo, ver  los esfuerzos de los adultos de aquellos barrios, tan castigados por la pobreza y la exclusión, para que sus niños tuvieran un mejor futuro; reconocer los esfuerzos y los logros de aquellos padres a menudo acusados de no escolarizar a sus hijos, de no dar importancia a la escuela, de no saber nada… Llegábamos, decían Bruno y Yolaine, para compartir nuestro saber-leer, pero sobre todo para advertir, reconocer y unirnos a los innumerables esfuerzos que los padres hacían, en medio de la supervivencia, para permitir a sus hijos aprender más allá de los saberes que ellos podían transmitirles. Se trataba de una pedagogía, pero sobre todo de una opción política, de una manera muy particular de estar en la lucha contra la pobreza y la promoción de los Derechos Humanos. Éramos aprendices, ¡y cuántisimo aprendimos!

La mañana de Biblioteca Humana en la Biblioteca Vasconcelos trajo a mí el deseo de detenerme en esta suerte de hilo conductor recorriéndome en las que han sido mis ciudades, en las bibliotecas y los lugares de la cultura que me han entusiasmado, en el encuentro con la comunidades y personas muy pobres con las que he hecho camino, en mi trabajo junto a otros voluntarios permanentes de ATD Cuarto Mundo…: ser aprendiz de quienes ya lo eran de las personas en situación de pobreza. Así, la Biblioteca Humana, como expresión de la historia compartible que hay en cada uno de nosotros, realizó en mí algo mucho más hermoso: volver al recuerdo de los que me iniciaron en esta lucha contra la pobreza y a la importancia de aprender el arte o el oficio practicádolo con quienes ya lo dominan, la inmensa suerte de ser aprendices.

Beatriz Monje Barón, Ciudad de México

en twitter @beatriz_monje_

construir juntos la palabra

02Don Quijote de la Mancha / Estampa de F. Bouttats en 1697

Un hombre y una mujer, los dos bastante mayores, duermen desde hace unos meses bajo un techo en un edificio abandonado muy cerca de donde yo vivo. Allí se resguardan por la noche y resguardan también un carro de supermercado lleno de cosas, sus cosas. Suelen llegar al final del día, a menudo cargados de cables eléctricos que les veo limpiar mientras conversan. Imagino que durante el día buscan comprador para el cobre que recuperan de los cables viejos, pero en realidad nunca les encuentro durante el día sino por las noches, con frecuencia compartiendo cena con otras personas que parecen también dormir en la calle. Como vecinos, solemos saludarnos, hablar un poquito del frío o del calor o de la lluvia, desearnos una buena noche.

Hace un par de semanas, vi como alguien les insultaba por tener su carro de supermercado todavía en medio de la acera —la banqueta, según decimos en México—. Vi al hombre retirar el carro sin decir nada y al otro hombre, el que les insultaba, gritar cada vez más fuerte. Quise hacer algo e inicié una frase con la intención de detener aquello que me parecía tan violento e injusto. El hombre del carro, mi vecino, me paró a través de un gesto hecho con los ojos y yo paré las palabras que se preparaban en mí. Había entendido que mi vecino me pedía no decir nada, y continué mi rumbo llena de desasosiego, incapaz de aceptar aquel silencio.

Todos nosotros hemos sido alguna vez testigos de violencia contra personas pobres. Desde luego, yo me he visto muchas veces antes en situaciones parecidas a la del otro día, a veces en la calle o en un comercio, otras veces con personas verdaderamente cercanas. En particular, recuerdo aún con angustia lo que viví a menudo en Madrid o en Londres acompañando a personas en situación de pobreza durante sus encuentros con profesionales de los servicios sociales, y en cuántas ocasiones tuve que callarme ante la humillación a la que eran sometidos. Supongo que era natural, e incluso deseable, que yo iniciara algunas veces frases de protesta, y sin embargo aprendí a lo largo de los años que mi rebeldía no me ponía en riesgo a mí sino a ellos, no les defendía a ellos, sino que más bien terminaba defendiendo sólo mi propia imagen de mí misma —lo que es desde luego legítimo, pero inútil para los más pobres—.

Hace unos años, los trabajos de investigación que miembros de ATD Cuarto Mundo desarrollaron alrededor de la violencia en la pobreza me permitieron entender mejor el uso que los más pobres hacen del silencio y lo que es necesario para salir de él, para romperlo. A menudo he leído o escuchado que los pobres se callan por desconocimiento de sus derechos o, peor aún, porque, a fuerza de golpes, ya no son conscientes de estar recibiendo un trato injusto o violento. Sin embargo, ellos dijeron entonces de manera muy firme «nos callamos para que la situación no empeore» y lo que es todavía más importante para mí: «Aun confrontados a todo tipo de injusticias, queda en nosotros la conciencia plena de que lo que vivimos constituye una violencia».

Habitada todavía por estas reflexiones y el desasosiego de aquel momento de silencio compartido con mi vecino de calle, llegué pocas noches después a un pasaje de Don Quijote de la Mancha que resultó absolutamente conmovedor para mí en aquel momento:

—Todo lo que vuestra merced ha dicho es mucha verdad —respondió el muchacho—; pero el fin del negocio sucedió muy al revés de lo que vuestra merced se imagina.

—¿Cómo al revés? —replicó don Quijote—.Luego ¿no te pagó el villano?

—No sólo no me pagó —respondió el muchacho—, pero así como vuestra merced traspuso del bosque y quedamos solos, me volvió a atar a la mesma encina y me dio de nuevo tantos azotes, que quedé hecho un San Bartolomé desollado; y a cada azote que me daba, me decía un donaire y chufeta acerca de hacer burla de vuestra merced, que, a no sentir yo tanto dolor, me riera de lo que decía. En efecto, él me paró tal, que hasta ahora he estado curándome en un hospital del mal que el mal villano entonces me hizo. De todo lo cual tiene vuestra merced la culpa; porque si se fuera su camino adelante y no viniera donde no le llamaban, ni se entremetiera en negocios ajenos, mi amo se contentara con darme una o dos docenas de azotes, y luego me soltara y pagara cuanto me debía. Mas como vuestra merced le deshonró tan sin propósito, y le dijo tantas villanías, encendiósele la cólera, y como no lo pudo vengar en vuestra merced, cuando se vio solo descargó sobre mí el nublado, de modo, que me parece que no seré más hombre en toda mi vida.

Me estremece tomar conciencia de esta larguísima historia de silencios para la supervivencia, de la larguísima historia de los que no pueden defenderse y no pueden dejarse defender, de la larguísima historia de los que no logran defender a otros. Mucho antes de don Quijote, en el mismo tiempo del caballero andante y hoy, cuatrocientos años después, siguen los pobres obligados al silencio, y en nosotros el miedo de ponerles en riesgo con nuestras valentías.

Desde luego, podemos fácilmente caer en la tentación de la desesperanza o en la trampa de concluir que debemos aceptar la violencia sin hacer nada. Hay sin embargo un camino posible y necesario que tiene que ver con crear las condiciones para romper el silencio de manera colectiva, que tiene que ver con el reconocimiento de la experiencia y el conocimiento de las personas a las que se les ha impuesto el silencio, con tomar las rutas que a ellos les parecen posibles y suficientemente seguras. No es el camino de la urgencia —aunque es urgente—, ni tampoco el que nos salva del desasosiego y la impotencia de no poder defender al hombre del carro de supermercado o al muchacho al que trató de salvar don Quijote. No es tampoco el camino que salva inmediatamente a los más pobres de la violencia —lo que sería lo único verdaderamente aceptable—. Se trata más bien de un proyecto a largo plazo —más lento, pero más seguro—, una invitación a unirnos a personas en situación de pobreza y a otros para construir juntos la palabra.

Como no dudo de la buena voluntad de don Quijote y no lo hago de mi buena voluntad al iniciar mi frase de defensa aquel día con mis vecinos de calle, no dudo tampoco de la buena voluntad de la mayoría de los académicos, los profesionales del sector social, los activistas, los intelectuales o incluso los burócratas o políticos dedicados a la defensa de los derechos de todos y la erradicación de la pobreza. Pero hay a menudo una distancia demasiado grande con la realidad. Falta, sin lugar a dudas, en sus mesas de trabajo, en esa palabra y acción que ellos construyen y difunden, la experiencia y el pensamiento de las personas en situación de pobreza, del muchacho, de mi vecino de calle y de todos los pobres que no dejan de reflexionar sobre su propia realidad y sobre cómo hacerle frente de manera segura. —El daño estuvo—dijo don Quijote—en irme yo de allí”. Falta quedarnos allí, estar a largo plazo para pensar y construir juntos la palabra y la acción que servirá para romper de una vez por todas el silencio, para construir de una vez por todas la justicia que necesitan los más pobres, y con ellos necesitamos todos.

Beatriz Monje Barón, Ciudad de México
en twitter @beatriz_monje_

donde por luz te tengo

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Georgina Simmonds

 

Algunas personas creen que la magia no es real,
pero un pájaro canta: ¿qué hay acerca de los sueños?

Quizá me puedas decir que un unicornio es falso,
pero un niño dice: ¿qué hay acerca de los sueños?

What about the dreams? Draco Laca

Desde hace casi veinte años convivo con niños, adultos y familias enteras en situación de pobreza, primero en los barrios muy pobres de la periferia de Madrid, después en pleno corazón de Londres, y ahora en los diferentes países de América Latina y el Caribe en los que ATD Cuarto Mundo está presente.

No hay nada hermoso en la violencia que es la vida en la pobreza, y sin embargo, a lo largo de todos estos años, he sido testigo de cómo los más pobres buscan y crean la belleza en sí mismos y en el entorno hostil en el que viven. Mientras escribo, numerosos ejemplos vienen a mi mente: una mujer que cuida flores en la puerta de su vieja casa hecha de madera recuperada; un hombre que alegra la habitación de su hijo con pinturas encontradas en la basura; una anciana que hace ganchillo para vestir a sus niños Jesús; un padre que recupera del vertedero rollos de tetra-briks para hacer mantelitos para los estantes de su casa de lata; una familia entera que coloca la leña a modo de escultura dentro de la casa; otra familia que coloca las mantas durante el verano bien dobladas unas encima de otras, combinando los colores y a la vista de todos; unos niños que cuelgan sus dibujos en la parte más alta de las paredes de su casa, donde más se ven y parecen más a salvo; una madre que barre sin cesar su casa de piso de arena… Cuando los miramos desde lejos, es difícil encontrar belleza alguna en los hogares que se ven obligados a habitar las familias más pobres; desde cerca y al detalle, podemos notar fácilmente esa pulsión por la belleza que hay en cada uno de nosotros, ese deseo de lo hermoso que permanece en cada ser humano incluso en las circunstancias más adversas.

De todos esas cosas que sólo se ven de cerca, no ha dejado de maravillarme a lo largo de los años el deseo de escribir poesía de tantas personas pobres que he conocido, como si ellos —sin haber estudiado literatura o haber tenido oportunidad de aprender junto a otros, a veces incluso sin haber logrado leer o escribir— supieran más que nadie sobre la capacidad de un poema para trascender la realidad, para alcanzar en el otro un lugar verdadero, para permitirnos una forma particular de exactitud con la palabra.

Hace unos días, he recibido desde Madrid un libro de poemas escrito por Antonio Jiménez, a quien conocí hace veinte años en el barrio en el que vivió de niño. No olvido sus ojos apasionados y la fuerza de sus juegos y rebeldía, y recuerdo perfectamente el día en el que Antonio me dijo que por fin conocía todas las letras del abecedario, que ya solo le faltaba juntarlas. Algunos años después, celebramos que Antonio ha logrado juntar todas las letras y ofrecernos Avenida de la Gavia, un libro cargado de verdad y encuentros con la belleza.

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Los golpes que en medio de la noche hacen temblar mi puerta
vienen de la mano del frío.
Con el aliento congelado vienen
para arrancarme,
para arrastrarme las bestias al campo sembrado,
donde por luz
te tengo.

Avenida de la Gavia. Antonio Jiménez

La lectura del libro de Antonio me hace pensar de inmediato en otras personas que en medio de la pobreza buscan también la palabra y la belleza a través de la poesía: en Georgina Simmonds, mujer que camina Londres siempre con una libreta en la mano, que participa siempre en todo lo que ocurre a través de la escritura y la lectura de un poema, como única manera posible para ella de estar en un lugar desde la libertad de palabra; en Emilio ‘Draco Laca’, joven que conocí hace un tiempo en un penal de menores en México; en las mujeres y hombres pobres que quisieron salir de las sombras a través del libro de poemas Out of the Shadows; en Raquel Juárez, guatemalteca en resistencia sostenida a través de su trabajo mal pagado y su vocación de poeta, en busca de mi talento, según lo dice ella.

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Cuando miro que ya el sol se va metiendo,
pienso que pronto va a hacer frío
y me pongo a abrigar a mis pequeños
para que no tengan frío ni se enfermen.

Raquel Juárez

Cada uno de nosotros deberíamos tener los medios para desarrollar nuestro potencial, para salir al encuentro de nuestro talento, para dar lo mejor de nosotros mismos. Cada uno de nosotros deberíamos tener la posibilidad de realizar nuestra aspiración de belleza sin tener que agotarnos haciendo frente a los innumerables obstáculos que presenta la vida en la pobreza. Como millones de personas en el mundo, Georgina, Raquel, Emilio y Antonio lo tienen mucho más difícil que quienes no conocemos la pobreza, y sin embargo, en medio de la batalla por la supervivencia que se ven obligados a librar cada día —las interminables caminatas buscando chatarra para re-vender; las largas horas lavando ropa ajena; las humillaciones que vienen con las ayudas sociales; la energía necesaria para protegerse de la violencia de los barrios; los sacrificios para que el alimento alcance para todos; el peso del agua que es necesario cargar hasta el hogar… —, ellos buscan también la belleza y la realizan; obligados a convivir con tanta fealdad, ellos buscan la belleza como forma de resistencia, lo hermoso con la urgencia de los que saben que no les será regalado, que serán ellos mismos, sus manos hacedoras, quienes habrán de crearlo. Si miramos de cerca, podemos notar fácilmente esta búsqueda incansable, y ahí, en nuestra aspiración común, reconocer la humanidad que compartimos.

Beatriz Monje Barón, Ciudad de México

en twitter @beatriz_monje_

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                                                                                                       Out of the Shadows. Georgina Simmonds.

 

 

resistencia & togetherness

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[Read it in English]

Conocí a Rita y Graham Edwards en Londres en el año 2000, al poco de llegar yo a vivir y trabajar a esa ciudad extraordinaria que tantas veces nos daba la impresión de poder albergar todos nuestros sueños.

Por aquel entonces, Rita y Graham ya eran miembros muy activos de ATD Cuarto Mundo en el Reino Unido. Ellos, que tenían que luchar tanto para sobrevivir a la pobreza, participaban llenos de entusiasmo en los numerosos proyectos que se inventaban con el objetivo de incidir en las políticas sociales del país, y eran de los que no perdían oportunidad de atraer a otros, personas pobres como ellos que podrían tomar fuerzas del combate colectivo. Aún hoy me acuerdo muchas veces de cuánto repetía Graham que todo se trataba de togetherness, un estado o sentimiento que tiene que ver con estar cerca los unos de los otros, con estar juntos… una de esas palabras en inglés que resultan tan difíciles de traducir al español y que una vez conocidas no dejamos de necesitar.

Muy poco tiempo después de mi llegada, Rita y Graham se mudaron en busca de una vida mejor a Hull, una ciudad al noreste de Inglaterra. Es difícil imaginar la desesperación que pudo haberles hecho creer que lograrían un mejor futuro allí, en la ciudad más pobre del Reino Unido según la mayoría de la mediciones.

En medio de aquel barrio asediado por la pobreza extrema en el que se instalaron, Rita y Graham crearon muchos vínculos, lazos de amistad que eran fuertes en solidaridad, pero también precarios, debilitados por las tensiones que provoca la supervivencia, por las necesidades de todos, por el hambre y el frío, ¡qué frío tan cortante en aquellas calles de vieja ciudad portuaria que ya no tiene trabajo que ofrecer a nadie!

A pesar de la fragilidad de aquellas relaciones incipientes, con el deseo de ser capaces de fortalecerlas, Rita y Graham compartían incansablemente con sus vecinos sobre ATD Cuarto Mundo y nuestra manera de concebir la lucha contra la pobreza: movimiento de unidad y combate fraternal y colectivo, movimiento de personas que pone el pensamiento de los más pobres en el centro de toda acción, lugar en el que cada uno puede dar lo mejor de sí mismo. Más allá de su vecindario, buscaron también alianzas con organizaciones locales, iglesias y movimientos sociales. A pesar de su vida cotidiana, fuertemente golpeada por la pobreza, ellos fueron capaces de construir togetherness y organizarse alrededor de varios proyectos de participación política que podrían cambiar algunas cosas.

Graham llamaba muchas veces a la sede en Londres para hablar de todos aquellos proyectos. Con el entusiasmo que le caracterizaba, decía siempre al principio y al final de cada conversación “Hull is growing!”. A través de aquella frase que repetía —»¡Hull está creciendo!»— Graham estaba hablado de ver crecer los lazos personales y lograr que otros se unieran al proyecto de ATD Cuarto Mundo, así medía él el crecimiento de la ciudad. Un día, Rita y Graham nos hablaron de un nuevo proyecto: unir personas y recaudar fondos para levantar en el cementerio de Hull una losa en memoria de todos los pobres que habían sido enterrados en una fosa común, sin losa que marcara su existencia con su nombre. Aunque decidimos desde el principio acompañarles en el proyecto, ahora no estoy segura de que entonces hubiéramos entendido realmente su profundidad. Han sido, creo yo, una serie de acontecimientos posteriores los que me lo han permitido y me motivan hoy a escribir.

Rita y Graham lograron convencer a otros y reunir el dinero necesario para inaugurar, el 17 de octubre de 2002, en el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, una losa en el cementerio que decía: “En homenaje a todas las personas de Kingston upon Hull enterradas en tumbas sin nombre”.

Unos meses después, tuve oportunidad de visitar con ellos el cementerio. Apenas llegando, vimos desde el portón de entrada a una anciana que caminaba muy lentamente unos metros delante de nosotros, tambaleándose levemente con un ramo de flores en su mano izquierda. Todavía desde lejos, vimos a la mujer dejar sus flores en una losa de color negro, junto a otras que ya estaban ahí. Estando ya lo suficientemente cerca como para leer, descubrí por fin que se trataba de la losa de los muertos sin nombre. Ahí vimos a la mujer hablar o rezar y ahí mismo me explicaron Rita y Graham cuantísimas personas llegaban para cuidar la losa, para ponerle flores, para tener por fin lugar en el que honrar a sus muertos. Después, en la capilla del cementerio, recorrí conmovida el libro de oro en el que se invitaba a los vecinos de Hull a escribir los nombres y apellidos de sus muertos, de los que habían sido enterrados sin nombre. Decenas de páginas con cientos de nombres de personas por fin nombradas y mensajes que repetían que aquella losa era un acto de justicia y reconocimiento que permitía a los familiares y amigos vivos un poco de paz.

Unos años después, Rita y Graham quisieron hacer un álbum que contara la historia de su combate personal y familiar contra la pobreza, como manera de dar testimonio y situar la historia de una familia pobre, la suya, en la historia de la humanidad. Un miembro del equipo de ATD Cuarto Mundo les acompañó en ese proyecto, invirtiendo juntos horas y horas para grabar y transcribir relatos. El resultado fue un álbum bellísimo del que se hicieron varias copias, y después momentos de difusión alrededor de ese álbum y de ellos mismos. Una noche, en nuestra casa, un pequeño grupo de personas nos reunimos para escuchar a Rita y Graham alrededor de su álbum. Aquella noche supe de la muerte prematura de uno de sus hijos, una niña que tuvieron que enterrar en una fosa común sin nombre. Nada habíamos sabido de la pequeña Amanda durante el año de unir personas alrededor de la losa del cementerio, pero allá estaba la fotografía de Amanda y, una páginas más tarde, la fotografía de la losa. Ahí estaban las dos en el álbum que contaba su historia, en el álbum que daba sentido a su sufrimiento y su lucha. Ahí estaba la justicia posible realizada, no sólo para la pequeña Amanda, sino para otros también.

Graham murió a los cincuenta y pocos años, no mucho después de haber acabado aquel álbum, era todavía demasiado joven, pero la muerte llega a menudo pronto a los cuerpos que han sido tan castigados por la precariedad. Rita y todos los miembros de ATD Cuarto Mundo en Londres nos movilizamos con el propósito de reunir el dinero para grabar su tumba, como forma visceral de oposición a la miseria sin fin, a la injusticia que no se acaba si no hay quien le pone freno. Poco después murió Rita, de nuevo sin haber pasado los sesenta. La enterramos junto a su esposo y logramos también entonces grabar su nombre en la losa.

Como círculo que se cierra, como final para mi propio entendimiento, como suerte de homenaje a la comprensión a la que me empujaban Rita y Graham, un trabajo de investigación me llevó de nuevo a un cementerio. Allí vi con mis propios ojos el lugar para la muerte de los pobres: ni tumbas, ni losas, ni nombres, ni el verdor de los cementerios de Inglaterra, solamente montículos de arena sin ningún tipo de marca, apenas perceptibles cuando ya había pasado algo de tiempo; una metáfora del abandono de parte de una ciudad que da la impresión de poder albergar todos los sueños.

Ahora me cuesta entender cómo no pude sentir desde el principio toda la profundidad del proyecto de Rita y Graham, todo lo que había de resistencia en aquel proyecto. En realidad, me doy cuenta de lo invisible que es a nuestros ojos esta resistencia que practican los más pobres a lo largo de su vida, para sí mismos y para otros; de lo invisible que nos resulta esta cultura de resistencia a la injusticia y la violencia, esta cultura que es hilo conductor para sus vidas, manera de seguir en pie y construir togetherness.

A pocos días de un nuevo 17 de octubre, Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, escribo sobre Rita y Graham Edwards para subrayar la vida y no la muerte, para decir que hay en esta resistencia a la injusticia y a la violencia una cultura que yo anhelo para cada uno de nosotros, un don del que el mundo no puede prescindir, un motor de cambio que puedo elegir yo también poner en marcha.

Beatriz Monje Barón, Reino Unido / Ciudad de México

en twitter @beatriz_monje_

 

 

 

Anna ha dado a luz

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Hace días que leemos en la prensa española detalles sobre las circunstancias que han obligado a una familia pre-adoptiva a entregar a su madre biológica al pequeño que cuidaban. Al parecer, los servicios de protección de la infancia y los jueces implicados han considerado, cuatro años después del nacimiento y la retirada inmediata del niño, que hay suficiente evidencia sobre la capacidad de su madre para ofrecer una crianza en seguridad material y afectiva. Más allá de este caso concreto, la noticia ha iluminado no solamente la incompetencia institucional de la que han sido víctimas esta madre biológica, este niño y esta familia pre-adoptiva, sino también y sobre todo la violencia institucional que padecen las personas en situación de pobreza y exclusión social.

A lo largo de los días, hemos sido testigos a través de la televisión, la prensa y las redes sociales del sufrimiento, sin duda natural y terrorífico, de la familia pre-adoptiva; hemos visto sus rostros de dolor repetidamente mostrados en los medios de comunicación, y sido testigos de la compasión que ha nacido en los que de una manera u otra se sienten identificados con esta pareja. Desde luego, es difícil imaginar nada peor que el dolor que ha de provocar una separación así. Pero lo hay, hay algo peor, mucho peor, y es justamente el dolor que, en nombre de la protección de la infancia, soportan miles de padres y madres en situación de pobreza en Europa, miles de hijos también; el dolor de una brutal separación, casi siempre definitiva y demasiado a menudo sustentada sólo sobre los prejuicios de los servicios de protección de la infancia y su incapacidad para comprender las circunstancias de crianza que rodean a las familias en situación de pobreza.

A lo largo de mis ocho años de trabajo en Londres en el seno de ATD Fourth World, inventamos numerosos proyectos para desafiar esta violencia que parecía inevitable en el Reino Unido: que la mayoría de los hijos de los padres y madres jóvenes en situación de pobreza que conocíamos fueran retirados de la guardia y custodia de sus padres y entregados en adopción en contra de su voluntad. Junto a estos padres y madres, inventamos maneras de desarrollar sus habilidades de crianza a pesar de las circunstancias adversas de pobreza, maneras de hacer visibles sus iniciativas para asegurar el bienestar de sus hijos, caminos de resistencia a la violencia institucional, lenguaje para defenderse frente a los tribunales, estrategias de protección de la familia pobre… Sin embargo, a pesar de todos nuestros esfuerzos, vi muchas veces con mis propios ojos y mi propio corazón el rostro totalmente roto de las madres viendo partir a sus hijos, a menudo recién nacidos, o de los hijos separándose de sus padres. Aquellos rostros adoloridos e impotentes —que sólo la rabia y las lágrimas que vuelven a mí en este mismo instante podrían describir— no aparecieron nunca en los medios de comunicación, no fueron nunca objeto de compasión o empatía, no hicieron nunca a los medios o a los ciudadanos de a pie señalar la incompetencia y violencia institucional. De la misma manera, hemos visto ahora el dolor de la familia pre-adoptiva, pero no vimos hace cuatro años el rostro de dolor de la madre biológica de este niño retirado y dado en adopción en España. Es escalofriante darnos cuenta de hasta qué punto el sufrimiento de los pobres es ignorado.

Sería justo dar ahora testimonio de todo lo que vi, pero no tengo las fuerzas —y me consuelo pensando que lo hicimos a lo largo de aquellos años y lo sigue haciendo hoy el equipo en Londres —. Hay, sin embargo, una noche que no deja de palpitarme desde el mismo momento en que leí la noticia que provocó en mí escribir. Anna tenía 22 años y había sido ella misma retirada de su madre y criada en una institución. Su primera hija, Mary, ya había sido retirada por los servicios sociales años antes y sin embargo, Anna deseaba tanto criar a un hijo, ofrecer algo. Los servicios sociales, que quitaron a Anna de su madre para salvarla, no consideraron en aquel primer embarazo que ella tenía el potencial de ser buena madre, no le dieron siquiera una oportunidad. Anna volvió a quedarse embarazada, y poco después yo, de mi primera hija. Muy rápidamente Anna preguntó a los servicios sociales qué debía hacer para guardar, cuando naciera, a su bebé con ella, pero todo el mecanismo se puso en marcha y la decisión de retirada y entrega en adopción fue tomada, como en tantos otros casos, antes del nacimiento del bebé. Cada día que pasaba para Anna, era un día más cerca del parto, un día más cerca del final, no del principio. Era muy difícil para mí estar cerca de ella, muchas veces sentí ganas de abandonarla en su dolor para estar yo sólo en mi ilusión de nacimiento, de principio. Anna ya había salido de cuentas, pero el bebé no nacía. Todo parecía de una sabiduría natural más allá de nuestro entendimiento. Casi quince días después, me llamó al final de una tarde la madre de Anna para decirme que era una niña y que Anna me pedía ir a visitarla aquella misma noche, la única que estarían juntas. Por supuesto, mi corazón se resistía a pasar por aquello. Llegué al hospital ya de noche, con una cámara de fotos, un regalito para la pequeña Sarah y unas flores para Anna. Estuve con ellas unas horas y tomé muchas fotos, muchísimas. A invitación de Anna, tomé también yo a Sarah en brazos unos minutos, sobre mi vientre embarazado de mi hija Lucía. Cada segundo que la sostenía me parecía estar robándoles algo, pero Anna me lo había pedido y quiso también tomarme una foto con Sarah.

No estoy segura si fue en ese mismo momento o de camino a casa o unos días después, pero entendí que Anna quiso que yo fuera esa noche al hospital para hacerme testigo, para fijar memoria con otros de que eso había ocurrido: Anna había dado a luz a Sarah, había sido madre, había dado un nombre a su hija; Sarah había llegado al mundo. Al día siguiente, Anna salió del hospital sin su hija, bajo la custodia de los servicios sociales desde esa misma mañana. No recuerdo nada de lo que nos dijimos Anna y yo la primera vez que nos vimos después de aquello, pero no olvido el rostro de dolor y de vergüenza. A lo largo de los años siguientes, alrededor de mi hija ya nacida, Anna me pidió muchas veces hablar de aquella noche con Sarah de la que yo había sido testigo, hablar de aquella noche para que no pudieran ser ignorados ni el nacimiento, ni la maternidad, ni el dolor.

Para esto mismo escribo hoy: contra el dolor ignorado de los pobres, a favor de nuestra humanidad compartida.

Beatriz Monje Barón, Londres/Ciudad de México

en twitter @beatriz_monje_

 

La cabecera de este post es un fotograma de la extraordinaria película de Ken Loach Ladybird, Ladybird (1994). Vi la película en Madrid en el 94, seis años antes de llegar a vivir y trabajar en Londres; entonces pensé que seguramente se trataba de una exageración para servir al cineasta; después supe que la realidad podía ser mucho más cruda.

tierra doliente que camina

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Con el objetivo de influir en los debates desarrollados durante la Conferencia sobre el Cambio Climático (COP21) en diciembre 2015 en París, ATD Cuarto Mundo hizo público un documento que argumentaba la necesidad de hacer frente a este desafío en un marco de especial atención a los derechos y los padecimientos del 20% de la población más pobre del planeta.

Esta manera de vincular la lucha contra la pobreza y la protección del medio ambiente constituye una provocación intelectual y política para la larga tradición que ha tendido a percibir como opuestas entre sí las luchas de los movimientos ambientalistas o de defensa de los animales y aquellas de los movimientos de promoción de los derechos humanos o contra la pobreza. Si bien aún insuficiente, es notable el esfuerzo que se pone de manifiesto en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ONU, 2015) para reconocer igual importancia al desarrollo de las poblaciones más pobres y a la protección del planeta.

En este incipiente contexto unificador, se ha celebrado entre el 1 y el 5 de junio en la Ciudad de México el primer Foro Internacional por los Derechos de la Madre Tierra. El foro, organizado por más de 150 grupos y asociaciones, reunió a algunos de los más conocidos activistas de los derechos humanos y de la tierra del mundo entero. El objetivo principal de la reunión era profundizar y promover la necesidad de una Declaración Universal de los Derechos de la Tierra que habría de ser una orientación para todos los países.

El foro no trataba de abordar cuestiones medioambientales —entendido, se dijo, el medio ambiente sólo como el entorno que sirve al ser humano— sino de considerar el planeta tierra como pleno sujeto de derecho, un “otro” que tiene derecho a la existencia y a la perdurablidad. “La tierra está viva —dijo el teólogo y filósofo Leonardo Boff (Brasil)— tiene dignidad y es portadora de derecho. (…) La Declaración de los Derechos Humanos tuvo la virtud de decir que todos los seres humanos tienen derechos; tuvo sin embargo el defecto de pensar que sólo los seres humanos tienen derechos. (…) El ser humano es parte de una gran comunidad de vida, es la porción pensante de la tierra que tiene la obligación de cuidar a la madre*”. Esta concepción, largamente compartida por los diferentes participantes originarios de comunidades indígenas, rechaza cualquier visión antropocéntrica del mundo y reconoce el valor intrínseco de cada ser: la tierra entendida como un super-organismo vivo con derecho propio, dadora de bondades, pero no sólo fuente de recursos para el ser humano.

Al mismo tiempo, a lo largo de estos días de trabajo colectivo, se profundizó la necesidad de dejar de considerar contradictorios los derechos humanos y los derechos de la tierra. “El desprecio que a menudo se ha hecho desde la lucha social a la lucha medioambiental es un error histórico capital —dijo la bióloga Esperanza Martínez (Ecuador)—. (…) Es importante considerar las diferentes generaciones de derechos y unirlas. No podremos hacer avanzar los derechos de la tierra si no consideramos al mismo tiempo el derecho a la soberanía alimentaria, al agua, a habitar la tierra… de los seres humanos. Es una misma lucha”.*

Si el siglo XX, se decía, fue el siglo de los derechos humanos, el siglo XXI ha de ser el de los derechos de la tierra. Dos ejemplos latinoamericanos, Ecuador y Bolivia, pretendieron ilustrar el avance que representa incluir los derechos de la tierra en las constituciones nacionales y junto a éstos la visión, la tradición, la espiritualidad y el vínculo con la Pachamama de los pueblos indígenas, cuidadores ancestrales de la tierra. Sin embargo, una vez más, el diálogo puso de manifiesto hasta qué punto las leyes pueden volverse en contra de las personas y comunidades más pobres. En Ecuador—explicaba Esperanza Martínez a través de varios ejemplos— se han condenado solamente los agravios a la tierra perpetrados por personas pobres y nunca los que fueron cometidos por familias ricas o grandes empresas. Así, a pesar de la ilusión que provoca la existencia de una Declaración Universal de los Derechos Humanos, no es posible afirmar que éstos ya fueron conquistados en el siglo XX: entre otras numerosas violaciones, la persistencia de la pobreza extrema y la violencia que padecen los más pobres contradicen radicalmente tal optimismo. Las personas y comunidades más pobres son sistemáticamente excluidas de los procesos de desarrollo, siempre más vulnerables a los efectos devastadores del cambio climático, a menudo estigmatizadas y desconsideradas en las reflexiones sobre la protección de la tierra y finalmente el blanco de la utilización injusta de las leyes.

ATD Cuarto Mundo no ha dejado de afirmar que no será realmente posible hacer frente al desafío del cambio climático sin incluir la participación de los más pobres: su experiencia, su visión, su reflexión. Ellos, los desposeídos de todo poder, los grandes creativos de alternativas económicas, los supervivientes de la escasez, los expertos de la recuperación y el reciclaje, del trabajo de la tierra, de la regeneración de los bosques, del cuidado de la diversidad de los cultivos, de la auto-construcción, del ahorro de recursos, de la gestión del hambre y los golpes de la naturaleza… serán imprescindibles en los debates y las reflexiones que un día —tenemos esperanza— darán a luz a la Declaración Universal de los Derechos de la Tierra. Sin ellos, sufridores en carne propia del sufrimiento de la tierra, no seríamos capaces de nombrar una nueva generación de derechos verdaderamente universal. Ellos son la tierra doliente que camina; con ellos tenemos la responsabilidad de construir el futuro.

Beatriz Monje Barón, Ciudad de México

en twitter @beatriz_monje_

* Las citas de Leonardo Boff y Esperanza Martínez provienen de mis notas, podrían no representar sus palabras exactas. Sus conferencias, y muchas otras, pueden encontrarse a través de la página facebook Derechos de la Madre Tierra.
[En el centro de la fotografía: la científica y filósofa Vandana Shiva (India) durante el foro.]

mi nombre verdadero

Hace ya unos años —durante mi tiempo de trabajo en el centro internacional de ATD Cuarto Mundo en Méry sur Oise (Francia)— tuve la oportunidad de asociarme a la investigación-acción participativa que en aquel momento emprendía ATD Cuarto Mundo en 27 países. El objetivo de nuestra investigación era abordar la relación entre violencia, extrema pobreza y paz a partir de la experiencia y el pensamiento de quienes soportan el peso de la miseria.

Tres años de trabajo —con aproximadamente mil participantes en posición de co-investigadores— sirvieron para concluir que la miseria no es solamente una condición que acumula múltiples y sistemáticas violaciones de los derechos humanos, sino que es en sí misma violencia. Esta afirmación —la miseria es violencia— fue recibida y debatida durante una jornada abierta de diálogo en la Casa de la UNESCO en enero de 2012 en París. Desde entonces, ATD Cuarto Mundo ha podido, muy poco a poco, difundir las conclusiones de este trabajo de investigación y observar su impacto en los debates nacionales e internacionales sobre erradicación de la pobreza, en particular en las discusiones que han resultado en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (Naciones Unidas, 2015).

Desde entonces, en mí, seguramente también muy poco a poco, ha ido calando está afirmación, esta realidad insoportable, la conciencia de lo irreparable de esta  violencia que es la miseria. De todas las conclusiones alcanzadas, hay una que no ha dejado de revelarse ante mí, y golpearme: la violencia que es no ser ni reconocido ni tratado como un ser humano de igual dignidad.

Estos últimos días, he quedado de nuevo conmovida —y en pie de fraternal lucha— por esta violencia que tiene que ver con el reconocimiento de la dignidad humana. Les invito, antes de continuar leyendo, a mirar este breve fragmento de la serie documental “Pueblos Originarios” (Canal Encuentro. Ministerio de Educación. Argentina).

En remolino se quedaron conmigo todos esos nombres verdaderos —Karai, Vera Chunu, Jachuka Mirî, Karai Mirî, Vera Mirî, Karai Tataendy, Kuray Guyra, Jachuka Rete Jera’i—. En remolino, los nombres de mis hijos —Lucía, Maya, Oliver—, los míos, los de mis abuelas… En remolino, una comunidad que pregunta nombre a Ñanderu, esa búsqueda de nombre verdadero que emprende cada padre y cada madre como acto de amor y de derecho, la dignidad que se concentra en el instante en el que recibimos nuestro nombre… Por fin, la relación entre nuestro nombre propio y nuestra dignidad.

Inmediatamente recuerdo un mural pintado por un grupo de personas muy pobres en Londres. Se trataba de un gran código de barras y una sola la frase: «I am not a number» («No soy un número»). Recuerdo también sus explicaciones: «Nunca nos llaman por nuestro nombre, como si no fuéramos seres humanos».

En ese desasosiego, quise encontrar herramienta para el combate en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (Naciones Unidas, 1948). Estaba segura de recordar el derecho al nombre en uno de sus primeros artículos. He releído todos ellos varias veces y re-descubierto la belleza de su preámbulo. Desde luego, puede encontrarse implícito este derecho en algunos de los treinta artículos que conforman la Declaración, pero no como tal. Ciertamente confundida, pero aún convencida de la pertinencia de mi búsqueda, acudí a la Declaración de los Derechos del Niño (Naciones Unidas, 1959). Ahí, en el principio número tres, está lo que me pareció evidente en esos dos minutos y medio de nombres verdaderos: “El niño tiene derecho desde su nacimiento a un nombre”. Es sin duda una osadía, pero de golpe me pareció insuficiente la Declaración de los Derechos Humanos. Inútilmente me consuela saber que la de los derechos del niño es posterior —que lo hubiéramos hecho mejor once años más tarde— y  la plena conciencia de que el niño está contenido en el hombre, la niña contenida en la mujer. Sin embargo, en la honestidad de toda mi ambición para nuestra humanidad, echo en falta una expresión explícita del derecho a ser llamados por nuestro nombre.

Hay, creo yo, una violencia absolutamente inaceptable en la necesidad de renunciar a nuestro nombre propio, a nuestro nombre verdadero para existir “en documento”, frente a un Estado y los derechos que me corresponden. Esta comunidad Guaraní— los pueblos indígenas sistemáticamente ultrajados y desposeídos de sus bienes materiales e inmateriales—, las personas con nombre propio que nos hablan en este documental, las personas muy pobres con las que trabajé a lo largo de aquellos años de investigación, las personas que decían «Nunca nos llaman por nuestro nombre. Yo no soy un número», todas ellas señalan el corazón de la dignidad humana y la violencia que hemos institucionalizado.

“Incluso en la muerte —explicaba Moraene Roberts (Reino Unido)—, cuando todos deberíamos ser iguales, la identidad de las personas pobres es negada. [Durante la investigación] visitamos un cementerio que, como la mayoría, tiene un área en la que los pobres son enterrados. A lo largo de los años, la tierra se ha ido asentando y podíamos ver filas y filas de montículos. No había lápidas, ni nombres, ni nada que hablara de las personas que ahí yacían. En la muerte, como en la vida, los pobres son convertidos en nada, como si nunca hubieran existido. En la muerte, como en la vida, toda elección y toda dignidad les es negada. Y sin embargo, eran seres humanos, como también lo somos quienes seguimos viviendo en la pobreza”.

La miseria es violencia, concluíamos. Rompamos el silencio, busquemos juntos la paz.

Beatriz Monje Barón, Ciudad de México

en twitter @beatriz_monje_