cuesta arriba

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«No todos avanzamos en la vida de la misma manera. Algunas personas, pocas, tienen un camino llano delante de ellas, sin obstáculos. Otras tienen algunas cuestas que subir. Pero algunos tenemos que subir constantemente montañas, bien empinadas. Y no nos podemos parar. Si te paras, te caes abajo. Siempre subiendo».

Con esta imagen tan gráfica trataba de representar un amigo que ha vivido siempre en condiciones muy difíciles lo que es la vida en la pobreza. Y al escucharle me acordaba de una mujer de mi barrio, también luchadora frente a mil y una adversidades, que me contaba como sentía que no podía permitirse el lujo de rendirse, pese a que a veces sentía que no podía más, o que la trataban injustamente cuando iba a pedir ayuda a los Servicios Sociales o a las parroquias: «En el momento en el que dejas de luchar estás acabada».

Vivir en la precariedad exige un ejercicio de resistencia firme y constante. Aunque el agotamiento termina apareciendo constantemente, con consecuencias muchas veces devastadoras. De ahí que se busquen maneras y modos de aguantar, de refugiarse, agarrando muchas veces clavos  mentirosos y ardientes. Pero no queda otra: resistir, un resistir que es lo contrario de la dejadez o el inmovilismo, que es compromiso activo por no caer.

De ahí también la importancia de contar con otras personas. Pero no cualquiera. Esto me contaba otro luchador en precario comentando sobre el compromiso de quienes formamos parte de ATD Cuarto Mundo: «Estamos cansados de oír promesas. Con vosotros es diferente, porque os conocemos desde hace años y os hemos visto mancharos con el barrio de las calles. Sabemos que siempre habéis estado ahí».

La pobreza, la miseria, encierran y aíslan empujando hacia un ejercicio autista de supervivencia. Por eso de repente aparece como fundamental la presencia de otras gentes, no solo para recibir apoyos, sino para construir algo que de verdad se sienta con sentido y que lance más allá de la montaña castigadora: «Para luchar por mí, ya lucho yo solo todos los días. Pero lo que tenemos que hacer juntos es luchar por todos, por lo colectivo».

Pues eso. Luchemos.

Daniel García Blanco, Madrid

senderos de vida

-¿De qué esta hecha la miseria?

– De personas, sólo de personas, como tú y como yo

El Centro International Joseph Wresinski en Baillet – Francia, es el lugar donde se puede encontrar una historia desconocida para muchos, un legado poco común pero extraordinario que merece ser conocido.

Cuando estás lejos y escuchas hablar del lugar, aún cuando lo has visitado una vez, te parece tan frío, lleno de papeles, con olor a vejez a lo antiguo; para alguien como yo que ama la transformación, la evolución, la actividad; era algo así como un lugar pasivo, casi muerto.

Hace unos meses que estoy aquí, impregnada de unos documentos de América Latina, y debo decir que estoy en un mundo, algo así como irreal, como en un castillo, que a inicio tienes miedo de entrar, pero al pasar la puerta, quedas como encantada, con las pequeñas y grandes cosas que vas descubriendo. Es eso, me siento como en un castillo, descubriendo mucha vida al interior, todo me habla; esos viejos papeles, me hablan de vidas, de esfuerzos, de luchas y dudas, de esperanzas y desesperanzas; pero hablan fuerte, esperando que alguien más las escuche, las descubra, porque están repletos de vida, de sensaciones, de color y de olor del país, del clima, de la gente…

Cada día es una aventura nueva, a veces ríes con las anécdotas y ocurrencias, a veces lloras con los que lloran y entre otras cosas, te reconoces entre unos y otros.

Es mucho más intenso, que cuando lees una obra literaria, porque sabes que en estos escritos, las personas son reales, los lugares también, nada son invenciones, quizá algunas incomprensiones y también, grandes silencios.

Y yo no sólo me desengaño satisfactoriamente, sino que también voy evolucionando junto a ellos, voy impregnándome de cada uno de ellos, de esos niños que duermen para olvidar el hambre, de aquellos que cantan sin olvidar sus ansias de aprender; de esos hombres que tienen las manos encalladas o de aquellos que se dejan sumir en la pasividad cansados de buscar trabajo y no encontrar; de esas mujeres que oran, que ríen, que se buscan la vida a costa de su propia vida, para poner algo en la boca de sus hijos; de esas mujeres y hombres que comparten sonrisas y hacen suyas, los sufrimientos y las esperanzas de los otros.

Este «castillo» que transforma, que evoluciona a medida que vas descubriendo, a medida que te vas perdiendo y encontrando en ese mar de frases que destilan vida en cada letra; me hace descubrir una vez más al hombre, en toda su complejidad, en toda su fragilidad y en toda su fortaleza. Al hombre que camina a veces con pasos apesadumbrados, a veces con pasos ágiles, a veces yendo y a veces viniendo en este sendero que esta hecho más de vida que de sueños.

María Angélica Quispe, Perú/Francia

la familia

Cuando miro esta mesa sosteniendo la familia
pienso que así nos sostiene el mundo a todos
los habitantes, sin exclusión a nadie
a todos nos aguanta y nos tiene paciencia
y saca del olor rico que tiene dentro de sí la tierra
para que tenga donde vivir y donde sembrar
el agua, para que estén limpios y no tengan sed
y con el sol y la lluvia de regalo para todos.

Raquel Juárez, Guatemala

esas sus manos

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El mes de febrero me regaló un viaje a Bolivia. Regreso con placer al abrigo del frío del Illimani, de las alturas. Hace años que el equipo de ATD Cuarto Mundo en Bolivia trabaja junto a las familias que habitan el distrito de Senkata en la ciudad de El Alto. Ahora, el equipo de voluntarios permanentes vive también en el barrio junto a estas familias, toda una nueva manera de hacer frente a los desafíos de la vida cotidiana en la pobreza, toda una nueva manera de construir acciones para el cambio.

Quince días en el seno de esta comunidad que nos empuja con urgencia hacia ese otro mundo que soñamos han llenado mi awayo para el año. Ahora camino con una carga de sajraña y kantutas que insiste en la importancia de lo que llevo a las espaldas, de lo que hemos elegido cargar, de lo que viene con nosotros. En medio de todo, de las reflexiones que eran necesarias, de los proyectos y las evaluaciones, de las decisiones que tomar… en medio de todo, siempre las manos, las manos capaces y útiles que nos ayudan a pensar, las manos en mi awayo.

Reflexionamos sobre nuestros próximos proyectos y doña Lucía hila, hace hilo la mujer repleta de manos y en el huso se arrejuntan todas las ideas. Reflexionamos y Emma deshace la costura errada, doña Agustina prepara la sajraña con raíces de cardo secadas al sol, doña Primitiva limpia el cordero, Juan Carlos mueve las piedras que sostendrán el piso, Sandra acomoda las papas, Miguel busca alimento para la vaca, y juega con el ternero… un día preparamos el horno de adobe, otro cambiamos los muebles de lugar, el día después limpiamos la cocina… hacemos, y se llenan nuestras manos de ideas y palabras.

IMG_2411IMG_2544IMG_2521IMG_2569Un poco más allá, en la comunidad de Hornuni, Agustina nos reúne alrededor del alimento y nos lo explica “En el campo, esas sus manos harto trabajan”. Llegamos y pude yo también hacer mis manos útiles, tomar conciencia del proceso, trabajar con ellas y las manos de otros. Harto piensan nuestras manos en el campo. Al final, el apthapi y un canto de niña en aymara son recompensa y sonrisa para el hambre.

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Como ocurrió durante mi viaje a Senegal hace unos años, este viaje a Bolivia me hace sospechar de la ciudad y el desarrollo, hacerme aún más preguntas sobre la división del trabajo, sobre los procesos que desaparecen, sobre nuestra manera de organizarnos… esa firme sutileza que nos organiza para que sean unos los que piensan y otros los que usan las manos. Hay un viaje de ida y vuelta necesario. Hay en este viaje una invitación que yo elijo cargar en el awayo, junto a la sajraña y las kantutas que también traje conmigo, como carga, como vuelo, junto a la belleza de un Illimani que nos abriga con su frío.

Beatriz Monje Barón, El Alto / Ciudad de México

en twitter @beatriz_monje_

IMG_3568Kantutas sobre mi awayo,  y la sajraña que prepararon Emma y doña Agustina para cuidar mi cabello.

 

una brecha cada vez más profunda

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Cada vez más, en Guatemala, ya sea por la búsqueda de mejores condiciones de vida o a causa de la violencia local, miles de personas se desplazan anualmente desde el campo a la ciudad. Se espera que en la ciudad la vida sea “mejor”. Este sueño desaparece, desde el momento en el que no se encuentra un lugar digno para vivir. Es así como inicia la búsqueda de un pedazo de tierra.

En América Latina, se dice que más de 100 millones de personas viven en asentamientos informales, careciendo de agua potable, energía eléctrica, drenajes, desagües, etc exponiéndose de igual manera a derrumbes y/o inundaciones a causa de los terrenos poco seguros. Vivir cerca de basureros, provoca enfermedades por la contaminación, lo que evidencia el poco o nulo acceso a servicios médicos para familias enteras y pone de manifiesto la vulnerabilidad de los niños, principalmente. El hacinamiento es otra característica de estos lugares.

Estas condiciones de vida van más allá de lo físico, de tener o no tal o cual cosa; en la mayoría, sino en la totalidad de los casos, está asociada con el aislamiento a toda participación y relación con otros. La exclusión es evidente. La reproducción de estas desigualdades crece cada vez más en las grandes ciudades. El desarrollo llega, pero no a todos. Aquí la pobreza se pasa de generación en generación y los derechos son vulnerados a diario.

Pero, ¿cómo romper con el problema de la desigualdad? Todos somos miembros de una misma sociedad, y por lo tanto tendríamos que tener acceso a los mismos derechos.

La vida en estas comunidades no es fácil. El hecho de estar muy próximos unos de otros, provoca tensiones entre sus habitantes. ¿Cómo no sentir esta tensión, cuando los esfuerzos por la sobrevivencia ponen énfasis en la fragilidad de unos y otros? ¿Cómo no vivirla cuando las presiones por la comida, por la escuela, por el trabajo, etc, etc, nos tocan diariamente? Personas que vienen de los asentamientos son etiquetados automáticamente como gente violenta y problemática. Es así que acceder a un trabajo digno o a otras oportunidades es casi siempre un desafío. Por otro lado, esta proximidad también permite construir fuertes lazos, los que se manifiestan de diferentes maneras en la cotidianidad, como lo decía doña M. “en el Asentamiento estábamos en las buenas y en las malas”.

Todo parece que son países de América Latina o África u otro continente los que afrontan esta problemática. Es difícil imaginar “países de un continente desarrollado”, con realidades de vida parecidos a los nuestros. Quizá no son declarados como asentamientos informales, pero a simple vista puede verse la precariedad en la que viven las familias, lo lejos que se encuentran de relacionarse con la sociedad y que ésta pueda abrir sus puertas para ofrecerles, por lo menos, un trabajo digno. Son pequeños grupos de caravanas, dispersos dentro del paisaje. Esta realidad vista en París, Francia me choca. ¿Hacia dónde vamos como sociedad? ¿A qué precio, o de quiénes, logran unos avanzar y otros quedarse solamente para sobrevivir?

Elda García, Guatemala/Francia

Foto FrançoisPhliponeau(C)ATDCuartoMundo

el verdadero terror

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A inicios de este mes, explotó una bomba en un bus en Guatemala. El delito fue atribuido a las maras. En los medios, se hablar de terror.

En la cárcel, asesinaron a un miembro de la mara 18. Supuestamente por ordenar el bombazo sin autorización de los demás. Con su muerte, y la muerte de los presuntos autores materiales en distintos lugares de la ciudad, se van las probabilidades de conocer la verdad.

Por las noches, evito pasar por la Plaza Central, hay dos o tres muchachos asaltando, casi siempre. Todos los vecinos del centro lo sabemos. Lo sabe la mujer que vende atol en la esquina. Lo saben los niños que venden chicles por las noches. Unos días después del bombazo, la “inteligencia” policial del sector evitó que estallara otra bomba en un bus. El crimen se combate con selectividad ¿o forman parte del mismo plan?

Simultáneamente a los bombazos, dos eventos importantes se desarrollaban en el país. El primero, la elección de magistrados para la Corte de Constitucionalidad, máximo orden de resolución de conflictos legales. El segundo, las enmiendas en el Congreso a la Ley Electoral y de Partidos Políticos. Dos hechos de suma importancia para reformar, de fondo, a este espacio de tierra llamado Guatemala. Pero las bombas en los buses, venden más.

Otro debate se reactiva: la pena de muerte, unos que sí, otros que no. Siempre de la mano con “el terrorismo”.

Mientras tanto, en algún asentamiento de la ciudad, Erik intenta de nuevo mantenerse en el tercer grado. Ya casi tiene 12 y se empieza a sentir incómodo entre los niños más pequeños. La escuela es aburrida y poco útil. Por las mañanas intenta vender con su mamá, a pesar de las burlas y de los dolores de la mujer que le dio la vida por la artritis.

Finalmente, se eligió a los magistrados de la Corte de Constitucionalidad, no todos están limpios, de hecho, casi nadie. Y las reformas a la Ley Electoral pasaron sin pena, ni gloria, dejando fuera importantes demandas como la validez del voto nulo, el transfuguismo y la igualdad de género.

Los bombazos se vuelven a mencionar de vez en cuando. En la Plaza Central siguen asaltando. Las opiniones respecto a la pena de muerte, nos dividen. Entre todo hay algo que realmente me aterra: que Erik deje de ir a escuela. Que él y tantos niños, niñas, adolescentes y jóvenes, se sumen a los otros 4 millones de niños, niñas y adolescentes guatemaltecos al margen de la educación. Me aterra que la escuela no se adapte y haga lo imposible porque estos niños, niñas y adolescentes aprendan y desarrollen todo su potencial. Me aterra que no existan programas de Estado para que los jóvenes encuentren algo en lo que son buenos y encuentren oportunidades. Me aterra pensar que pueden terminar explotados por una bomba, o explotándola, asaltando en la Plaza, haciéndose de la vista gorda frente a la corrupción, votando por incapaces, que no ocupen cargos de elección popular, o los ocupen para oprimir, me aterra que crean en los medios de comunicación sin cuestionar o que mueran por una inyección letal. Este es el verdadero terror.

Linda Gare, Guatemala