¿acto de caridad, de justicia o de humanidad? ¡Las Patronas de Veracruz!

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Hace más de veinte años, unas niñas preguntaban a sus padres, trabajadores de la tierra, por las personas que viajaban encima de los techos de ese tren carguero que atraviesa México de Sur a Norte, ese que desde siempre pasaba cerca de La Patrona, su comunidad: ¿quiénes son, de dónde vienen? No pensaban entonces que esas sus preguntas de niñas las convertirían, años más tarde, en Las Patronas de Veracruz… No eran conscientes entonces de estar siendo testigos de una de las complejidades de la sociedad actual: «la migración no como derecho sino como un privilegio para quien lo pueda pagar», según ellas mismas lo dicen ahora.

Años más tarde, estas mismas niñas, ya jóvenes muchachas, caminaban cerca de las vías del tren cargando una bolsa de pan y leche. De pronto, una de aquellos que viajaban sobre el tren pidió lo que cargaban. Ellas, haciendo caso a ese llamado, aventaron su bolsa hacia él con la sola intención de ayudar. «Habíamos entendido, sorprendidas —según lo explican ahora—, que los viajeros traían hambre». Así empieza la historia de Las Patronas.

Después de aquello, las muchachas y otras mujeres de sus familias decidieron juntarse y organizarse. Eran campesinas que vivían en una comunidad que no destacaba por su bienestar material; sin embargo, decidieron actuar a sabiendas de que no recibirían nada a cambio… más aún, a sabiendas de que esa decisión las llevaría a compartir su compra del día, la que había de alimentar a sus propias familias. «Esas personas traen hambre, ¿qué vamos hacer?». Una dijo: «yo traigo un kilo de arroz»; otra: «yo los frijoles»; la otra: «yo las tortillas»… Así, sin escatimar esfuerzo alguno y con una enorme valentía, se precipitaron a apagar el hambre.

Desde entonces, ante el silbido del tren, las patronas se paran y se colocan a lo largo de la vía del tren todos los días; junto a ellas, las carretas que transportan las bolsas de comida que han preparado: un poco de arroz, frijoles, tortillas, pan y, sobre todo, botellas de agua. ¡Cada bolsa está preparada con mucho cuidado y esmero!, ¡cada bolsa es símbolo de una solidaridad profunda!

El tren, repleto de migrantes, se aproxima a gran velocidad… el ruido es estremecedor. Una concentración máxima se instala porque el más mínimo error puede traer graves consecuencias para ellas o los viajeros. Listas, con los brazos tendidos hacia arriba y las manos llenas de bolsas de comida y botellas de agua; los migrantes, encaramados en las escaleras del tren, toman lo que pueden. A menudo, el maquinista no reduce la velocidad, pero en cuestión de segundos, la increíble agilidad y admirable determinación de las patronas trata de cubrir el mayor número de vagones posible, ofreciendo un poco de alivio a los que llevan varios días sin probar alimento.

En medio del estruendo que provoca el tren, se dejan oír multitud de gritos de migrantes: «¡Gracias!», «¡Dios la bendiga, madre!». Ellas, en un respiro de alivio, sonríen por un instante y ven alejarse a la bestia que sigue su rumbo con el mismo ruido estremecedor.

Las patronas saben que no son esos pasajeros comunes: les espera todavía lo incierto. ¿Cuántos llegaran a destino, cuántos se quedaran en el camino? Todos ellos, incluso los muy jóvenes, son portadores de una historia de vida, portadores de esperanzas y sueños… Ellas saben que, durante ese trayecto incierto, algunos serán asaltados; otros, durmiéndose por el cansancio del viaje, serán mutilados o encontraran la muerte cayendo del tren; otros secuestrados o asesinados…

Ellas, ahí bien paradas, no se dejan desanimar por el paso de esa bestia; toman nuevamente sus carretas vacías y caminan de regreso a la comunidad a preparar el día siguiente, a seguir apagando el hambre sin desfallecer… ¡Así todos los días durante casi 22 años!

Junto a dos amigas, encontré a las Patronas hace solo unas semanas en un evento en la Ciudad de México organizado por la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Se empezó proyectando el documental «Héroes cotidianos». Al finalizar, podía sentirse el silencio absoluto y la emoción indescriptible de ese auditorio repleto de jóvenes universitarios y profesionales. Nora Romero, una de las niñas de entonces y hoy en día responsable de Las Patronas, introdujo el diálogo todavía invadida de la emoción del instante: «Nos debe lastimar en lo más hondo de nuestra humanidad cuando vemos alguien sufrir».

Hoy en día el grupo está formado por más de quince mujeres. A lo largo del tiempo, sus bolsas de comida se han ido enriqueciendo con una lata de atún, unos dulces y algunos pasteles… Ellas no han deseado constituirse como asociación u ONG, tampoco han querido recibir ayudas gubernamentales o de partidos políticos. «Queremos —Nora explica— seguir siendo lo que somos. Queremos seguir actuando con lo que tenemos y para eso hay que echarle ¡muchas ganas!»

Un escalofrío, mezcla de admiración y esperanza, me invadía al escuchar su testimonio. Me preguntaba si su labor representaría un acto de caridad, de justicia o de humanidad. Pensaba en el sentido de estas palabras, pero, sobre todo, aprendía que cualquiera que fuesen sus sentidos, cualquier acto de rebeldía ante el sufrimiento se desata en el momento mismo en el que decidimos dar un paso, por más sencillo que sea, en el momento en el que decidimos actuar como rebeldía… mezcla de humanidad, justicia e intolerancia al sufrimiento.

Nora continuó dirigiéndose al auditorio: «No tuvimos la suerte de hacer estudios universitarios, por eso yo hablo en sencillo, sin complicaciones. Hemos actuado de manera sencilla, hemos actuado por humanidad». Uno de los participantes aumentó: «Ese acto sencillo de ofrecer tortillas o simples frijoles, responde al derecho incondicional de comer todos los días».

¿Qué podemos hacer nosotros? preguntó después un joven estudiante universitario. «¡Sean buenos profesionales —respondió Nora— humanicémonos! No basta con estudiar, hacen falta ideas nuevas y humanizadas. La mayoría de las personas que viajan en La Bestia son jóvenes como ustedes. Para mí, una de las soluciones a la complejidad de este tipo de migración parte ante todo de nuestras comunidades ahí donde vivimos, aprendamos a comprometernos creativamente en ellas mismas».

Encontremos inspiración en los numerosos documentales que ponen en relieve esta hermosa y admirable experiencia. Conozcamos y multipliquemos el testimonio vivo de Las Patronas de Veracruz. En sencillo —lo dijo Nora— ¡humanicémonos y actuemos!

María Julia Pino, Ciudad de México

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ante la precariedad, movilicémonos

“La precariedad aumenta a nuestro alrededor. En nuestro día a día, a veces parece que no podemos hacer nada. Pero atreverse a tomar la palabra en en un lugar público para expresar que esta realidad te duele y que no aceptas que nos acomodemos, es un acto político al alcance de todos. Quizás no cambie nada, pero hacer existir otro discurso en el silencio impuesto a nivel social desde el “así son las cosas”, es una invitación a la movilización… y eso, en realidad, lo puede cambiar todo.”

Álvaro Iniesta Pérez, Madrid

 

 

 

j´ai faim

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Es una de las horas más concurridas, la hora pico. El tren y el metro están llenos.

El ir y venir de la gente hace que este lugar sea de un corre corre particular. Es el metro de París y sus pasillos reciben a miles y miles de personas todo el día.

Una rutina específica me permite hacer el recorrido casi a la misma hora, dos veces a la semana. Me tomo el tiempo para ver detalles que quizá otros pasan desapercibidos. Soy una de las pocas que camina sin tanta prisa.

En una esquina, varios músicos ponen a disposición de nuestros oídos, las hermosas notas de una melodía. Es agradable escucharlos en medio de toda la presión que una ciudad como ésta ofrece.

Al bajar las escaleras del pasillo, allí está de nuevo, justo en medio. A la misma hora y en el mismo lugar. Su presencia se pierde entre los pasos de la gente y de las notas de la melodía que ahora se escucha a lo lejos. Es un hombre relativamente joven. De rodillas, con una mano sostiene un rótulo, del que puedo leer “Tengo hambre” (J´ai faim). La otra mano permanece extendida, esperando que alguien le deje algo. Estando yo más cerca, trato de encontrarlo con la mirada, pero la suya está lejos, perdida. Cada vez que lo veo, casi las mismas preguntas están en mi cabeza: ¿Quién es? ¿De dónde viene? ¿Cuántos años tiene? ¿Cuánto tiempo pasa sobre sus rodillas? ¿Hasta qué hora espera? esos pensamientos pasan tan rápido como mis pasos. Lo dejo atrás. Así como yo, muchos seguimos el camino, sin detenernos.

Al otro lado, casi al salir a la calle, otro hombre me hace volver la mirada. Con la mano extendida me sale al encuentro. Como ellos, a lo largo del camino, ya sea en una calle grande, con turistas o en una más pequeña, otros nos alcanzan con su mirada o con su voz. Todos son compañeros de la sobrevivencia, de las miradas frías que los atraviesan o de los murmullos de algunos molestos por su presencia. La diversidad me sorprende. Mujeres, hombres y jóvenes, de todas las edades, están allí, en las calles de esta ciudad famosa. No es fácil imaginar esta realidad.

Hay algo que empiezo a entender, la miseria a este otro lado del mundo no es la misma que yo conozco. No es solamente una pobreza material. Eso puede notarse a través de su presentación: ropa limpia y en buen estado. Si no es eso la miseria, ¿entonces qué es?

Ese rótulo en su mano me interpela y me cuestiona.

¿Qué es lo que realmente quieres? Porque el hambre física se quita con un poco de comida.

Elda García, Guatemala/Francia

siempre me quedan los gestos

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Lise es una mujer joven que conoce la pobreza y el vivir errante en su propio país. Sabe lo que significa no ser bienvenida en ningún sitio. Sin domicilio, Lise pasa sus noches en albergues y Centros de urgencia. Dice, que a menudo, intenta llegar pronto a los albergues, para poder acoger. Cuando una mujer llega por primera vez al dormitorio del albergue, el cansancio y el miedo se lee en los rasgos de su cara, Lise las contempla, les tiende una mano y se presenta por su nombre. Puede que dicha mujer esté enferma. Entonces, Lise, prevé y le enseña a quien tiene que dirigirse, la conduce donde pueda conseguir lo que necesita. “Cuando no conoces a nadie, tienes miedo de preguntar”. Lise habla de una joven refugiada de religión musulmana, pensaba que para esta chica sería horrible ir a la bodega para recibir ropa por parte del hombre que la distribuye y decide acompañarla. “Hay que tomar su tiempo, explicar las cosas con delicadeza… hablo un poco otros idiomas y cuando no tengo las palabras, siempre me quedan los gestos”.

Lise no se tira flores… “para mi es en los detalles de la vida en los que te dan la bienvenida”. Nada más normal. Habla de las mujeres Rumanas, que no hablan su idioma, pero que son tan amables, acogedoras y que siempre están atentas a las demás. “Podríamos creer que se han vuelto duras por la vida que les toca, las echan de todas partes, pero no…”.

Al mismo tiempo, estoy sumergido en el alboroto del mundo, en la guerra en el Cercano Oriente, bombardeos indiscriminados, intereses monetarios inconfesables y poblaciones arrojadas a las carreteras del exilio: elecciones en USA, referéndum en Gran Bretaña, votación en Suiza de una iniciativa popular “para devolver a los criminales extranjeros”, felizmente rechazada por una minoría del pueblo… Y las reseñas sobre Grecia, tierra de acogida, aislada por alambradas erigidas bajo la comunidad internacional que las ponen como ejemplo. Atenas, donde personas como Lise, se preocupan de lo que les pasa a los refugiados que no son bienvenidos en ningún sitio.

En el centro mediático, la inevitable galería de retratos importantes y atronadores. Máscaras sin miradas que enarbolan promesas de preferencias nacionales, de muros y del orden de la seguridad. Delante de un tal confinamiento del espíritu, pienso en la famosa alegoría de la caverna de Platón, donde, en la complacencia de la oscuridad tranquilizadora, el espectáculo ordinario de la mentira se adorna con mil lentejuelas y ejerce fascinación: el miedo. Un mundo donde nadie se atreve a mirar a los ojos.

Prefiero unirme a Lise a la luz del día. ¡Uff! Ligada a la realidad, en la elucidad de una acción genuina y espontánea. La única que cambia el mundo, sin ruido. Aquí, las mujeres y los hombres os miran a los ojos. Dejan ver sus ojos. Puedo ver mis ojos en sus ojos. Es aquí donde encuentro luz. Me siento bienvenido.

Lise me devuelve a otro pasaje de Platón en el “Primer Alcibiades”. Sócrates se dirige a un joven candidato para el ejercicio del poder, preocupado por que se quiera ahorrar y negar a ver la realidad el mismo: “Por lo que un ojo que mira otros ojos y que se adhiere a lo que es mejor en él , por lo que él ve , por tanto, puede verse a sí mismo”. Y más lejos: “¿así que quiero ver el ojo en sí , tiene que mirar a otro ojo, y en este lugar donde se encuentra el ojo bajo el ojo , que es la visión ?” Y termina: “Pues bien , mi querido Alcibíades , el alma también , si se trata de reconocer , la voluntad, ¿no es así ? ver un alma , y sobre todo esta parte del alma , donde es la virtud del alma , la sabiduría , o cualquier otra cosa se parece a éste ”.

François Jomini, Suiza. [Traducción del original en francés publicado en el blog colectivo Pour un monde riche de tout son monde]

no podemos dejarlos mirándolos solos

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Montagne Nicolas es una aldea en construcción. Se trata de un lugar con un acceso bastante difícil donde los servicios básicos no existen. No pueden acceder los vehículos. No hay agua, ni electricidad, ni colegio. Para muchas de las necesidades más básicas hay que salir de la aldea y tomar caminos realmente arduos.

Es en este contexto en el que decidimos animar una biblioteca bajos los árboles de mango. Desde que se inauguró la biblioteca en abril de 2015 vemos dos niños que cada “día de biblioteca” nos observan perplejos desde la valla de una casa vecina. Esta valla es de lona y telas, como las de hojear el libro.

Jean-Pierre, un niño de 10 años que nunca falta a la biblioteca con los animadores y los demás niños dijo de repente: « Toma, voy a ver los libros con aquellos niños, no podemos dejarlos mirándolos solos, puede que necesiten que les expliquemos». Entonces fue a hojearlos con ellos, les vimos a los tres hablando. Luego se unió otro niño. Ahora ya eran cuatro niños mirando los libros juntos, muy felices al otro lado de la valla que tenían prohibida atravesar a los dos niños de entre 6 y 8 años. Desde este día forman parte de la biblioteca y también de la comunicación con los demás niños. Del gesto de este niño podemos aprender que todo el mundo puede salir de la exclusión si alguien le tiende la mano. muchas de las casas de la aldea. Como no les permiten salir cuando la actividad no les interesa a los padres, apartan la tela y desgarran un poco la lona para poder ver. Un día, durante el “momento del libro”, los animadores les acercaron un libro para que también pudieran, por ellos mismos, viajar al mundo de la cultura, dondequiera que estuvieran. Se pusieron muy contentos y comenzaron a hojear el libro.

Solo esperamos que algún día estén con nosotros si valla de por medio, que sus padres puedan perder el miedo y no tener que tener encerrados a sus hijos detrás de una valla para protegerles del exterior. Que un día los libros y la cultura sean suficientes para romper las barreras y que aunque tarde en llegar, al menos, un niño nos haga ver y entender que hay otros detrás y que si les esperamos, todos ganamos.

Saint Jean Lhérissaint, Haití. [Traducción del original en francés publicado en el blog colectivo Pour un monde riche de tout son monde]

 

 

no es lo mismo sin estar ellos aquí

 

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El sábado pasado acompañé a dos amigos que van a menudo al vertedero a recoger chatarra para intentar sacar algo de dinero. Ese día me levanté por la mañana y estuve preparando las cosas que llevo habitualmente para buscarme la vida: la mochila y las bolsas, por si salía algo de chatarra, para bajarla nosotros mientras que viene a buscarnos otro compañero con su coche. Me levanté temprano y también lo hicieron los niños. Como vieron que me estaba preparando me dijeron “Hoy no te vayas… ¿hoy te vas a ir? Quédate y damos un paseo en familia”. Hace ya algunos fines de semana que quiero salir a dar un paseo con los enanos [los niños], pero tenía que ir a buscarme la vida.

Fui en bici a encontrarme con mis amigos allí donde viven. Ellos pueden entrar en el vertedero, pero sólo cuando han terminado otros que también recogen chatarra allí. Lo malo es que cuando se van, los primeros han estado mirando por todos lados los sitios y lo que haya de valor se lo llevan ellos.

Los que están por la mañana no dejan pasar a nadie más. Sólo a mis amigos, y porque hace ya mucho tiempo iban con sus abuelos. Uno de ellos me lo contaba: “Bueno, antes tocábamos a un poquito menos, porque venía el abuelo, pero te daban compañía. Tu madre traía latas cada vez que podía y venía, y nos hacíamos compañía. No es lo mismo sin estar ellos aquí, estamos más solos. Ellos tenían cercanía, esa mano cercana de la familia”.

El aire estaba muy cargado, había un olor muy fuerte. Cada vez que se levantaba algo de aire se llenaba todo de partículas y de polvo, de todo lo que hay allí en el vertedero. Es una manera muy difícil de ganarse la vida. Dice uno de mis amigos que le han dicho los operarios del vertedero que se pongan mascarillas, que les puede entrar infección respiratoria a los pulmones.

Fuimos los tres sin comer, y no comimos ninguno mientras estuvimos allí. Mis amigos no tenían nada que pudieran llevar, porque el día anterior no habían sacado nada. Yo llevé unas naranjillas que tenía aquí en casa.

Uno de mis amigos hace tiempo se pinchó con una aguja en el vertedero, revisando cosas de hospitales, jeringuillas, material, bolsas… muchas cosas. Pese a que le dijeron que se fuera al médico para que le hicieran pruebas, al final no fue. Es arriesgado estar ahí con muchos productos que son peligrosos para la salud.

De mis dos amigos, uno no cobra nada, y tiene un niño pequeño. Siempre, a pesar de todo, él lo intenta, busca cómo poder traerse un cacho [trozo] de pan a su casa. El otro también estaba en la misma situación, pero menos mal que le pusieron este verano la Renta Mínima de la Comunidad de Madrid.

Estuvimos ahí y no vino ningún camión. Bueno, sí, vinieron algunos camiones, pero no trajeron nada. Es cuestión de suerte, como cuando voy yo a rebuscar. Sacamos unos 10 eurillos, pero como éramos tres (más otro familiar que venía después con el coche a recoger la chatarra) les dije que no me guardaran nada del dinero cuando lo vendieran, que habíamos sacado muy poquito y que no íbamos a tocar a nada. Que si hubiéramos sacado algo más pues sí.

Conmibiciazul, Madrid

títeres desde abajo,títeres pobres, títeres con cabeza, con corazón y con manos

Algunos títeres, titiriteros y titiriteras nos han mirado siempre desde abajo, porque comparten con los pobres, con los mendigos, con los que transitan rebuscando en las basuras, con los que hacen cola para obtener caridad, comparten la calle, las aceras y sus penas.

Los títeres y sus titiriteros buscan, como los pobres desde su miseria, enganchar la mirada cómplice y curiosa, solidaria y crítica del que camina con prisa egoísta, del que no hace más que pasar.

Tienen como nosotras y nosotros, cartones para cubrirse, miles de historias que contar y un deseo loco de justicia mecida entre risas. Se ganan la vida con inteligencia y deshechos, viven de la cultura aunque los del poder en las manos dicen que quieren vivir del cuento.

A esta sociedad y a sus poderosos le gustan los títeres sin cabeza, les gusta que pensemos sólo en estadísticas, en el infortunio de la crisis y que pasemos de largo, sin cuestionarnos nada más. Y sobre todo, que te sigas comiendo la sopa, que hagas cola, que vayas al ropero, recojas el ticket de la trabajadora social, una saco para el frío de la noche en la calle. La sociedad de los títeres sin cabeza no sabe de personas, sabe de macro-estadísticas, que es un tipo de pescado con la que llenan sus redes banqueros y avaros.

Pero la lucha contra la miseria es una cuestión de cultura. Una cultura que saque a la sociedad de su ignorancia, para que deje de ignorar a los pobres y las riquezas que atesoran. Una cultura que ataque de frente la cuestión del poder, de las desigualdades, del dominio, de la explotación, de la deriva totalitaria del dinero, de la barbarie de una sociedad egoísta.

Esta es la cultura solidaria de pobres de siempre, es la cultura de los titiriteros y titiriteras con cabeza. Es la cultura que necesita la cabeza y la inteligencia y el corazón y las manos de todas y de todos.

Pero eso los jóvenes ya lo saben, y desde hace años se lanzan a las calles de nuestros barrios, y rapean, y bailotean, y riman, y leen, y buscan juntos la humanidad que nos falta, la solidaridad que nos queda por construir, una cultura del “nadie se queda atrás1”.

A los títeres del poder no les gusta que pensemos, no les hace gracia la ironía de la calle.

A los títeres pobres, títeres y titiriteros, mano y cabeza, corazón y estómago, a nosotros y nosotras, tantas veces convertidos en marionetas por la vida, en personajes de cuento, no nos callan con sus cárceles, con sus censuras y con sus leyes cínicas.

La humanidad se construye desde abajo, en un abrazo continuado a pie de calle.

Titiriteros y títeres desde abajo, ayer os dejasteis el espectáculo a medias, nosotras y nosotros, con nuestros cartones2, os guardamos el sitio.

Bienvenidos de nuevo al terreno de los titiriteros y titiriteras pobres, luchar contra la miseria es nuestra cultura. Bienvenidos a la calle.

Jaime Solo

1Bibliotecas de calle, Festival del saber, Arte para Todos,Cartón Libro, Crea-Existe-Resiste… y otros tantos proyectos vitales del encuentro de la inteligencia de los pobres, a pie de calle.

2Pienso en personas con nombre propio que me enseñan el valor de la dignidad, El abuelo, Óscar, David… un saludo, os echamos de menos.

una gotita de esperanza

Es duro buscarte la vida de por sí, con lo que puedes, sin hacer daño a nadie. Hay días desesperantes, que desearías no vivir, porque lo necesitas y no encuentras nada. Pero sigues porque es tu sustento.

Hay gente que te insulta, se mete contigo, y lo pasas peor, se te hace el día más duro. Cuando me insultan intento no responder, no girar la cara, sigo mi camino. Sería una pérdida de tiempo responderles. Un día iba con la bici y uno me iba cerrando el camino con el coche. ¿Y si me pasa algo físicamente, cómo voy a poder dar un plato de comida a mis hijos?

Otras veces es el lado contrario de la moneda. Una vez me hice sangre en la mano y un señor se paró y me ofreció un kleenex, se preocupó por mí. Es una gotita de esperanza que haya gente que te comprenda, que te intente ayudar, no económicamente, que sin conocerte se acerque. Eso me anima y hace que no sea el día tan duro.

Conmibiciazul, Madrid

gestos de solidaridad: pistas para un futuro digno para todos

Un año más, la conmemoración del 17 de octubre, Día Mundial para la Erradicación de la Pobreza, nos permite juntarnos, motivados por la convicción de que, si queremos ser capaces de construir sociedades justas, solidarias y en paz, tenemos que unirnos tomando en cuenta las fuerzas e inteligencia de todos.

Cada año, esta jornada nos invita especialmente a descubrir a aquellos que viven en situaciones de pobreza como los principales actores con los que asociarse en esta lucha.

Demasiadas veces ignorados e invisibles para el resto de la sociedad, sus gestos muestran mejor que todos nuestros discursos, que nadie es tan pobre que no tiene nada que dar y confirman que los primeros en sostener a otros que lo pasan mal por culpa de la pobreza son aquellos que la viven en carne propia.

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Estos son algunos de estos actos de los que he sido testigo. Los nombres son inventados, pero las historias son reales.

Gracias a Cándida, que le visita regularmente y está pendiente de él, Manuel pudo ser hospitalizado y ser tratado de urgencia como consecuencia de un paro cardíaco. Ambos viven en chabolas, en una gran precariedad, apartados de la ciudad. Si no es por Cándida, Manuel no hubiera sobrevivido.

Miguel apoyó a María y a sus hijos durante una temporada muy dura para ella en la que su marido estaba en la cárcel y ella fue desahuciada del piso en el que vivían. Miguel la apoyó, entre otras cosas, a encontrar una casa en la que poder entrar a vivir para no quedarse en la calle.

La señora Marisa acogió a su hijo en su piso de realojo durante varios meses para que él y su mujer pudieran recibir en mejores condiciones a su bebé recién nacido, ya que en ese momento estaban viviendo en un camión, en una zona industrial a las afueras de la ciudad. Al mismo tiempo, la señora Marisa acoge y cría a tres nietos ante la situación de vida difícil de varios de sus hijos.

Unas señoras de grupos familiares enfrentados, superan sus diferencias y se reúnen una vez a la semana para elaborar jabones juntas. Además de generar recursos propios, demuestran que es posible ir más allá de sus conflictos y potenciar una economía de paz en un barrio secuestrado por el tráfico de drogas.
Ana María conoce a sus compañeros de albergue en el que viven muchas personas en situación de abandono. Ella sabe que tienen cosas importantes que aportar, por lo que cada vez que se acercan encuentros y reuniones del Movimiento Cuarto Mundo lleva varias cartas de preparación y les pregunta, anota sus respuestas y se las entrega al equipo para que su saber sea tomado en cuenta.
Alfredo sabe que Ramón ha tenido un conflicto que le impide participar en una asociación. En vez de desentenderse, Alfredo se implica y motiva a otros responsables de dicha asociación para que hablen con Ramón, entiendan la raíz del problema y encuentren juntos una solución.
Concepción ha sacado a su hermana pequeña del basurero en el que vivía, acogiéndola, ofreciéndole un lugar en el que vivir y ayudándola a salir de la droga.
Antonio es un jubilado que acaba de salir de la cárcel. Estaba cobrando una pensión no contributiva que recibía en el Banco de prisiones y a la que había dejado de tener acceso. José le está acompañando a diferentes citas en Servicios sociales para que pueda arreglar su situación administrativa y pueda seguir accediendo a su pensión.
Ernesto acoge en su casa a Eva después de que ella se hubiera quedado a la intemperie tras una pelea con su familia. Ernesto ha vivido una temporada en la calle y consciente de los riesgos, se aprieta en su nueva casa para encargarse de Eva como si fuera su padre.

No es habitual que se tome en cuenta a las personas en situación de pobreza para buscar soluciones a lo que viven, o que se les escuche en los grandes eventos sobre solidaridad. Es una verdadera pena, porque en su día a día, entrelazando vida y actos concretos, ellas realizan gestos de reconocimiento y apoyo hacia otros en situaciones también muy difíciles, llenando de contenido la palabra esperanza y mostrando posibilidades de vida digna para todos.

Álvaro Iniesta Pérez, Madrid

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