caos: una nueva oportunidad para construir humanidad

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No es de extrañarse que a través de las noticias nacionales e internacionales se conozca de hechos que atenten contra las personas, en contra de sus derechos. En estos últimos días los términos de “discriminación” y “racismo” pasaron a su plano más álgido y no solo como parte de discursos. En esta oportunidad me referiré a los Estados Unidos, la tierra de la diversidad cultural con el mayor número de personas inmigrantes en el mundo.

Cuando hablas con gente hispana sobre Estados Unidos de América surgen muchos temas de diálogo, se sabe que en dicho país se puede llegar a tener ingresos muy altos por el trabajo a realizar. Sabemos que se autonombra defensor de la paz y la democracia. Casi de manera natural viene a nuestras mentes los nombres de las mejores universidades como ser Harvard, Stanford o Berkeley. Uno de los países líderes en investigación científica y tecnológica.

¿Qué hay detrás de todas estas fortalezas y oportunidades? Las buenas noticias sobre este paraíso terrenal llegan por gentileza de los medios de comunicación, pero estos medios no nos informan que 20,8 millones de personas en este país viven en lo que denominan pobreza severa (datos de la Oficina del Censo de EE. UU – 2014). Ignoramos que es el país con mayor número de bases militares desplegadas por el resto del mundo. No sabemos sobre la gran diferencia que existe entre la educación pública y privada, no conocemos sobre las dificultades que atraviesa la mayoría de los jóvenes para poder acceder a una educación universitaria. Simplemente nunca nos informaron sobre movimientos sociales como Ocupa Wall Street o Act Up, ni el fuerte trabajo político que realizan las Panteras Negras o la Organización Nacional de Mujeres en favor de los derechos.

Por la magia del cine y la televisión imaginamos que en Estados Unidos los afroamericanos tienen las mismas oportunidades que los blancos, que las personas homosexuales no sufren violencia ni discriminación, que los transexuales son aceptados y que los inmigrantes realizan sus sueños en la tierra de las oportunidades. Naturalmente esta imagen que se tiene es fruto de la lucha por los derechos de las minorías, gracias a grupos de personas visionarias se lograron muchos avances en las leyes y derechos.

Sin embargo, con las recientes elecciones presidenciales de Estados Unidos la realidad llega y nos abre los ojos ¡Cual si fuera un duro golpe! la victoria de Donald Trump revela que aquel paraíso ideal no era tan real, que detrás de esa población respetuosa de su ley existía gente que reprimía su odio, su intolerancia y su falta de empatía. El resultado es que ahora estudiantes cantan a sus compañeros hispanos ¡que se construya el muro!, niños y adolescentes empiezan a amenazar a sus compañeros afroamericanos, militantes del Ku Klux Klan lanzan sus mensajes de supremacía blanca, en distintos espacios se van generando una serie de ataques racistas y para colmo de males las empresas petroleras preparan sus planes más repudiados para ponerlos en práctica.

Asimismo, en contraste a estos hechos surgen movimientos en contra del racismo, discriminación, el sexismo, la homofobia y el nacionalismo blanco. Protestas de personas que valoran la individualidad de la gente, más allá de las preferencias sexuales, color de la piel o nacionalidad, con carteles como: “Los inmigrantes han hecho América grande”. Esta valoración que nos dignifica como seres humanos, capaces de construir un mundo mejor. Ahora en Estados Unidos se organizan marchas de manifestantes en defensa del acuerdo sobre cambio climático COP22, estas personas expresan la importancia de que sus voces sean escuchadas a la hora de tomar decisiones; de manera paralela muchos grupos sociales van cuestionando su actual democracia y van proponiendo cambios que permitan mejorarla. Algo se está activando y pienso que cada uno de nosotros estamos llamados a actuar desde nuestros espacios, desde nuestros países, desde nuestros barrios, debemos generar reflexión porque aquello que sucedió en Estados Unidos es similar en mayor o menor grado a lo que vivimos en cada uno de nuestras realidades.

De manera personal pienso que la victoria de Trump es una oportunidad para que los ciudadanos estadounidenses vean la realidad social en la que viven y que pueden cambiar el curso de su historia. Esta victoria nos pone de frente ante la pobreza, y es que mientras existan millones de personas en esta situación no se puede hablar de un auténtico bienestar. Si bien es una época de riesgo para las minorías también es una oportunidad para retomar la lucha y no volver a abandonarla, para trabajar la transformación individual y colectiva por una autentica sociedad que respete la diversidad y los derechos de las personas.

Propongo que la experiencia de Estados Unidos nos permita auto-evaluarnos como sociedad. El racismo no sólo es una cuestión que se da a través de terceros… , ya hablé en un artículo anterior de ese  “mejorar la raza” a través del que desvalorizamos nuestra condición como seres humanos.Salgamos del letargo en que a veces vivimos, concretemos los cambios que necesitamos para que todas y todos podamos vivir dignamente en el ejercicio pleno de nuestros derechos humanos. Que a partir del caos reaccionemos y construyamos una nueva forma de humanidad, donde nadie sea relegado.

Marcelo Vargas Valencia, La Paz

(c) ATD Cuarto Mundo

soy varón y rechazo la discriminación de las mujeres

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“No conozco mujeres que sean buenas profesionales en programación o en el área de sistemas”, “las mujeres no son eficientes ni competentes cuando están embarazadas, “las mujeres son muy hormonales e impredecibles para dirigir”. Estas son algunas frases que he escuchado en diferentes espacios laborales, reforzando prejuicios y estereotipos de género.

En muchas empresas e instituciones los cargos de poder y decisión están en manos de hombres, incluso en aquellos que promueven el empoderamiento femenino o Derechos Humanos. Esta realidad muestra que todavía es difícil reconocer a las mujeres como profesionales competentes y capaces, debido a estereotipos que la relacionan con el carácter débil, con su capacidad de cuidar exclusivamente a la familia y ser el soporte principal de otros (esposo e hijos), creyendo consciente o inconscientemente que no puede ser una buena líder. Esta realidad hace que esté en constante evaluación, valorando las características más cercanas al comportamiento masculino, por ejemplo: la cantidad de tiempo extra que le dedique al trabajo, sin tomar en cuenta que para un hombre es más sencillo quedarse más tiempo en el trabajo, pero no es así para las mujeres, porque también debe cumplir con otras responsabilidades como la maternidad o el trabajo en casa, responsabilidades que muchas veces suelen ser impuestas.

¿Qué pasa con las mujeres en situación de pobreza? Ellas se encuentran en condiciones mucho más vulnerables, no sólo por su limitada formación educativa, sino porque están expuestas a trabajos que si bien coadyuvan a su autonomía e independencia, como: personal de limpieza, cocineras, vendedoras en puestos en la calle, entre otros, son ocupaciones que siguen reafirmando los estereotipos sexistas donde se considera que la mujer sólo es útil para cierto tipo de tareas. Hoy en día muchas de ellas van incursionando en trabajos tradicionalmente considerados masculinos como la construcción, la conducción de transporte público o la mecánica, pero se desvaloriza su esfuerzo pagándoles menos de la misma manera que se ignoran y quedan impunes las situaciones de violencia a las que a menudo están expuestas.

Estas realidades visibilizan claramente desigualdades e injusticias sociales que excluyen a las mujeres en base a prejuicios que subestiman sus capacidades. Es posible que esta desigualdad se mantenga a causa de un cierto privilegio que reciben los varones, entregándoles poder y autoridad en cualquier tipo de relación. Estás diferencias marcadas por la sociedad se inician desde la niñez, situaciones en que las niñas deben quedarse en sus hogares para apoyar las tareas domésticas mientras que muchos niños pueden salir a espacios libres de recreación; ya cuando son jóvenes ellas deben velar del cuidado y seguimiento de sus hermanos, como si fueran una especie de segunda madre. Pasando por una serie de etapas podemos ver como se consolidan estos estereotipos en los espacios laborales donde el trabajo de las mujeres no es reconocido o en el peor de los casos son los jefes los que se llevan dicho reconocimiento.

Una madre compartía en la Universidad Popular de ATD Cuarto Mundo las siguientes palabras: “hay todavía papás que crían a sus hijos diciendo que los varones tiene que seguir el apellido, hasta ahora sigue haciéndolo, por ejemplo mi papa era así, decía: ‘él es varón, él va seguir el apellido, el varón tiene que trabajar, nada más, en cambio a mi hija, ella es mujer, va perder el apellido, solo sirve para cocinar, para que sufra, para que tenga hijos, para nada más’. Eso decía, pero la mujer le alcanza todo a un hombre, la mujer sufre más, el varón no lleva niños cargados, no tiene que ir a la escuela, lavar, recoger, las mujeres tenemos mucho trabajo en la casa, en cambio los hombres solo tienen un solo trabajo, y eso para mí está mal. En estas épocas que hombres tienen que aprender a cocinar y no mirar a la mamá, tienen que saber trabajar como la mujer, sufrir como la mujer”. Esta señora no sólo trabajaba en su hogar sino que a la vez innovaba diferentes formas de trabajo para generar ingresos adicionales para el bienestar de su hogar.

Pero lamentablemente esta lógica de poder se consolida en todos los miembros de la sociedad, es así que a veces se puede ver a mujeres que reproducen estereotipos machistas de forma consciente e inconsciente debido a la naturalización de comportamientos, es decir que de alguna forma es visto como algo natural que sea el hombre el que tome las decisiones, o el que debe recibir un trato preferencial en muchos aspectos de la vida. No es extraño, que entre las mismas mujeres se vayan marcando más las brechas de entendimiento. Sin ir muy lejos podemos apreciar la actitud que toman algunas mujeres como jueces de la vida de otras mujeres marcado por frases como “esa mujer floja no atiende a mi hijo”, “mi hermano se merece una mejor mujer”, “pobre de su hijo con esta mujer que no sabe ni cocinar”, “seguro anda de coqueta buscando hombres”.

Se ha dicho mucho sobre el hecho de que las mujeres reproducen estas situaciones e incluso se las culpa por la educación que brindan a sus hijos e hijas, pero al realizar un análisis tan simple de esta situación estamos ignorando que los hombres somos los que nos beneficiamos de esta condición. Como varón pienso que debemos afirmar que no es justo que mujeres sean despedidas por estar embarazadas, que ganen menos por el mismo trabajo, que sean víctimas de acoso sexual por algún compañero, que en toda entrevista de trabajo se les tenga que preguntar si es soltera como requisito para obtener el empleo, que se les pida tener una buena presencia para acceder a mejores trabajos, etc. Y debemos analizar estas situaciones no sólo porque también tenemos una hija, una madre o una esposa, sino por el hecho de que todas las mujeres se merecen respeto, dignidad, pero sobre todo un trato justo y equitativo. Si superamos esta injusticia el mundo sería mejor para todos, no sólo para las mujeres.

Marcelo Vargas Valencia, La Paz

‘mejorar la raza’

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“Hay que mejorar la raza” son las palabras que usan muchas señoritas y jóvenes de Bolivia al momento de referirse a su búsqueda de pareja, personas de piel morena que quieren verse más blancos o que al menos aspiran que sus próximas generaciones sí puedan verse “mejor”.

Bolivia es el país con el mayor porcentaje de población indígena de Latinoamérica y el único con un presidente indígena, el señor Evo Morales Ayma —usamos el término indígena para referirnos a las culturas, pueblos y naciones originarias de este territorio, también conocidas como pueblos amerindios y pre coloniales— . El 22 de febrero del 2010 Bolivia es refundado como un estado plurinacional a través de su Nueva Constitución Política del Estado (NCPE), ley fundamental que reconoce 36 pueblos o naciones indígenas originarias; entre ellas, la afroboliviana, descendientes de los esclavos traídos de África en la época de la colonia que son hoy reconocidos bolivianos originarios por el dolor y sufrimiento compartido pero también por la lucha de lo que se constituye como su nueva cultura en Bolivia.

Alrededor de un 66% de la población boliviana es indígena o descendiente de indígenas, una población indígena mayoritaria que ha sido sin embargo históricamente explotada, denigrada y humillada. Previo a la aprobación de la NCPE en el año 2008, los indígenas fueron perseguidos, golpeados y desnudados en las ciudades de Santa Cruz y Sucre, e incluso fueron asesinados en la masacre de Porvenir en el departamento de Pando. A la vez, un periodista de Beni lanzaba sus gritos de amenaza por la radio: “Raza maldita, tienen 24 horas para salir de Riberalta”. Esta violación de los derechos humanos de los indígenas no es más que el reflejo del fuerte racismo que se vive en Bolivia. La fundación de un Estado Plurinacional es apenas el primer auténtico esfuerzo para luchar contra el racismo y la humillación que sin embargo se mantienen presentes en Bolivia.

Si bien la presencia de un presidente indígena contribuyó de manera simbólica a la aceptación del indígena en el imaginario de las personas, se percibe a la vez un desprecio y rechazo al indio que se va consolidando. Al mínimo error del presidente, escuchamos frases como “este indio de mierda”, o en la redes sociales leemos frases como “imilla perra”, “aunque el mono se vista de seda, mono se queda” para mencionar a la hija de presidente. El mensaje es claro: nos referimos de manera general al presidente como “el Evo”, igual que si se tratara de tu mascota “el pulgas” o “el firulais”.

Desde mi punto de vista, en Bolivia existe una relación directa entre racismo y pobreza. Si bien el colonialismo español terminó en Bolivia el año 1825 no podemos negar que las raíces coloniales y sus consecuencias siguen presentes en Bolivia. Durante todos estos años de independencia se mantuvo una estructura elitista donde unos eran preparados para dirigir y gobernar, mientras que el resto debía obediencia y respeto a los primeros. Un aspecto que marcaba esta posibilidad dentro de la sociedad era el aspecto racial de las personas. Los barrios donde viven personas con mayor poder adquisitivo son habitados, casi en su totalidad, por personas blancas; al mismo tiempo, contratan personas de piel morena para que trabajen de seguridad durante el día y la noche. En estos lujosos barrios aún escuchamos como las mujeres, hombres e incluso los jóvenes y niños se refieren a esos rostros morenos como el “doncito” o el “hombrecito”. ¡Qué desprecio! Pequeños e insignificantes seres humanos, expresiones que revelan el dominio o la superioridad de unos sobre otros; entonces sucede que es aceptable explotar a esos rostros humildes y dar oportunidades a los rostros más claros.

Al mismo tiempo, podemos ver rostros morenos discriminando otros rostros morenos, tal vez porque estos últimos son ligeramente más morenos. Una madre me compartía como entre sus mismos hijos se discriminan, uno de ellos tiene la piel un poco más oscura razón por la cual sus otros dos hermanos le llaman negro. Estas mismas formas de maltrato y humillación se repiten en las escuelas, colegios, universidades, trabajos y espacios públicos. Aquel que en su momento fue tratado de indio ignorante ahora llama indio estúpido a su vecino, a su compañero de trabajo, a su hermano.

La cara triste de la historia sucede cuando todos estos mensajes de inferioridad se reproducen dentro de las personas humilladas y menospreciadas. Una persona en situación de pobreza decía: “nos daña en lo que se llama autoestima, en nuestro sentido de valor, de cuanto valemos, nos hace pensar que no valemos nada, de que vivir a veces no vale nada porque se ha hablado incluso de casos de suicidio, cuando la vida debería ser el valor más elevado”. De alguna forma, la historia se reproduce, ahora las palabras de desprecio a tu piel surgen de tu misma mente o de tu boca, y la esperanza se manifiesta desde la negación de uno mismo, expresada en la frase “hay que mejorar la raza”, y se consolida en costosos productos de belleza que prometen aclarar tu tono de piel y se reproduce con la negación de tus raíces culturales e incluso la negación de tus propios padres.

Es así como vivimos en Bolivia: un país con mayoría indígena que se niegan a aceptarse como personas bellas e inteligentes. Nos negamos a ver al otro como un ser humano que se merece respecto y trato digno, no queremos aceptar su opinión porque son ignorantes, flojos o pobres. De manera personal puedo decir que a mí me han llamado de manera despectiva como cholo, indio o tara (palabra en lengua indígena quechua que significa cargador pero que es usada de manera despectiva), y que hoy yo sigo luchando por amar los rostros morenos de mi gente. Es a esa lucha interna, individual y social a la que llamamos descolonización.

Marcelo Vargas Valencia, La Paz

cuando las ganancias están por encima del ser humano

Periódico Los Tiempos (07-09-2016)

En septiembre de este año, productores de leche de Bolivia empezaron a realizar protestas y bloqueos debido a que la empresa recolectora tuvo que reducir, por la falta de demanda, la cantidad de litros que compraba. Esto quería decir que la cantidad de leche producida superaba la cantidad vendible en el mercado interno boliviano.

Luego sucedió algo que molestó mucho a nuestra población: los productores de leche decidieron tirar este alimento a la calle como acto de protesta. ¿Cómo se explica que en un país con una importante tasa de desnutrición infantil se realicen este tipo de actos?

Escuché esta noticia justamente cuando me encontraba comiendo en la mesa de una persona que vivió de manera muy fuerte la pobreza, ella me había invitado a almorzar pero yo sabía que no tenía lo suficiente. ¿Por qué las personas que tienen poco o casi nada son tan solidarias? Luego de recibir varias invitaciones de esta misma persona, me atreví a preguntar: ¿Por qué lo haces si sabes que no tienes lo suficiente?, y la respuesta fue impactante: “Porque sé lo que es no tener y lo importante que es compartir lo poco que uno tiene”.

Muchas veces me topé con esa realidad: que las personas que viven la pobreza son las primeras en ayudarte compartiendo los pocos alimentos que tienen. En mi experiencia, las personas que conocen lo que es pasar hambre no se fijan si tienes o no tienes dinero, simplemente comprenden que en ese momento es necesario compartir.

Los productores de leche en Bolivia no son empresarios con grandes capitales, al menos no en sus orígenes. Es verdad que poco a poco la realidad rural de mi país va mejorando y los productores de leche ahora tienen cierta estabilidad económica, pero sus raíces están en hogares rurales humildes o precarios. Entonces, ¿cómo se explica que gente con fuertes raíces en esta realidad termine tirando la leche a la calle? Seguro existen muchas causas, pero para mí es claro que una de las principales es el interés por el dinero sobreponiéndose a nuestro sentido humano de solidaridad.

La leche es muy importante para la nutrición de los niños, pero para las familias pobres de mi país es un bien de lujo que pocas veces pueden dar a sus hijas o hijos. Perdidos de alguna forma entre volúmenes de producción que incrementen las ganancias, los productores de leche terminan olvidando los principios de la comunidad de los que provienen y son capaces de desperdiciar alimentos o simplemente dejarlos sin compartir. Como lo hizo la mujer que me invitó a su mesa, ¿soy yo capaz de compartir incluso cuando mi situación económica es totalmente adversa? ¿Cuántos somos capaces de hacer de nuestra vida diaria un conjunto de actos que nos permitan construir humanidad en cada uno de nosotros? Aún si no sé si yo tendría el valor de compartir en circunstancias tan adversas, estoy seguro de que es necesario aprender de la solidaridad de las personas en pobreza y practicarla en nuestro diario vivir; no como un acto de bondad sino como un acto de justicia.

Marcelo Vargas, La Paz