esas sus manos

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El mes de febrero me regaló un viaje a Bolivia. Regreso con placer al abrigo del frío del Illimani, de las alturas. Hace años que el equipo de ATD Cuarto Mundo en Bolivia trabaja junto a las familias que habitan el distrito de Senkata en la ciudad de El Alto. Ahora, el equipo de voluntarios permanentes vive también en el barrio junto a estas familias, toda una nueva manera de hacer frente a los desafíos de la vida cotidiana en la pobreza, toda una nueva manera de construir acciones para el cambio.

Quince días en el seno de esta comunidad que nos empuja con urgencia hacia ese otro mundo que soñamos han llenado mi awayo para el año. Ahora camino con una carga de sajraña y kantutas que insiste en la importancia de lo que llevo a las espaldas, de lo que hemos elegido cargar, de lo que viene con nosotros. En medio de todo, de las reflexiones que eran necesarias, de los proyectos y las evaluaciones, de las decisiones que tomar… en medio de todo, siempre las manos, las manos capaces y útiles que nos ayudan a pensar, las manos en mi awayo.

Reflexionamos sobre nuestros próximos proyectos y doña Lucía hila, hace hilo la mujer repleta de manos y en el huso se arrejuntan todas las ideas. Reflexionamos y Emma deshace la costura errada, doña Agustina prepara la sajraña con raíces de cardo secadas al sol, doña Primitiva limpia el cordero, Juan Carlos mueve las piedras que sostendrán el piso, Sandra acomoda las papas, Miguel busca alimento para la vaca, y juega con el ternero… un día preparamos el horno de adobe, otro cambiamos los muebles de lugar, el día después limpiamos la cocina… hacemos, y se llenan nuestras manos de ideas y palabras.

IMG_2411IMG_2544IMG_2521IMG_2569Un poco más allá, en la comunidad de Hornuni, Agustina nos reúne alrededor del alimento y nos lo explica “En el campo, esas sus manos harto trabajan”. Llegamos y pude yo también hacer mis manos útiles, tomar conciencia del proceso, trabajar con ellas y las manos de otros. Harto piensan nuestras manos en el campo. Al final, el apthapi y un canto de niña en aymara son recompensa y sonrisa para el hambre.

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Como ocurrió durante mi viaje a Senegal hace unos años, este viaje a Bolivia me hace sospechar de la ciudad y el desarrollo, hacerme aún más preguntas sobre la división del trabajo, sobre los procesos que desaparecen, sobre nuestra manera de organizarnos… esa firme sutileza que nos organiza para que sean unos los que piensan y otros los que usan las manos. Hay un viaje de ida y vuelta necesario. Hay en este viaje una invitación que yo elijo cargar en el awayo, junto a la sajraña y las kantutas que también traje conmigo, como carga, como vuelo, junto a la belleza de un Illimani que nos abriga con su frío.

Beatriz Monje Barón, El Alto / Ciudad de México

en twitter @beatriz_monje_

IMG_3568Kantutas sobre mi awayo,  y la sajraña que prepararon Emma y doña Agustina para cuidar mi cabello.

 

a veces, ganamos

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“A los chicos los encontré una noche en las calles, bajo los efectos de la droga. Me arriesgué mucho para poder conocerlos e invitarles a compartir algún día de la semana con un partido de fútbol… ¡y aceptaron, para sorpresa mía!” Así comienza Eiber Guarena su relato sobre los partidos de fútbol semanales que organiza en el centro de La Paz. “Son chicos lustrabotas, chicos muy pobres. En muchos casos, de familias enteras que trabajan lustrando calzados”. Mientras le escuchaba, volvían a mí las imágenes de todos los niños y todos los jóvenes que había cruzado durante mis recorridos por la ciudad, todos ellos trabajando con el rostro cubierto, a duras penas visibles en las aceras… “Así es —explica Eiber— los chicos lustrabotas se tapan la cara. Ronaldo, uno de los que viene a jugar, me decía “Los demás nos ven como basura en las calles”.

Eiber es estudiante de arquitectura y aliado del Movimiento ATD Cuarto Mundo en Bolivia. Cada semana, se une a la Secretaría Tapori hispanohablante para responder las cartas que reciben de niños del mundo que, como Eiber, tampoco aceptan la injusticia de la miseria. Como los niños Tapori, Eiber ha encontrado también un camino de compromiso personal extraordinario. Con toda la valentía, ha sabido crear las condiciones para un encuentro verdaderamente humano, rostro a rostro, verdaderamente joven, partido a partido: “Me acerqué a ellos con la esperanza de algún día verlos compartir algo sano y saludable, como es el deporte, y ahora tengo la gratitud de todos los jueves encontrarnos en la cancha para jugar al fútbol toda la tarde. Lo cual, me atrevo a decir, es una de las cosas más hermosas que podemos vivir como seres humanos”. De nuevo recuerda las palabras de Ronaldo: “Sí, los demás nos ven como basura en las calles, pero nos alegra mucho conocer a personas que nos quieren como somos, y que podamos aprender algo de ustedes”.

Eiber continúa hablado de sus motivaciones: “Si puedo ayudar a alguien, debo saber que tengo la obligación moral de hacerlo, y esa es mi más grande satisfacción conmigo mismo y mi felicidad encontrada a través de quienes muchas veces son apartados de la sociedad”.

En seguida pienso que deseo compartir con otros esa plática con Eiber, la profundidad de ese gesto, la maravilla de ese partido semanal DIGNIDAD contra MISERIA. Pido a Eiber escribir lo esencial en algunas frases y permiso para reproducirlas. Aquí las habéis leído. No cabe duda, es gol de Dignidad. En pleno centro de La Paz gana Dignidad y pierde Miseria. 0-9, resultado histórico.

¿Nos atrevemos con la Copa del Mundo?

Eiber Guarena y Beatriz Monje Barón, La Paz/Ciudad de México

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conocíamos nuestros nombres

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Ciudad de México. Siete y veinte de la mañana. Como cada día, caminito que se abre de regreso a casa tras despedir a mis hijos en la puerta de la escuela. Frescor de una ciudad que amanece, todavía tranquila, a penas el olor a mandarina en las manos del frutero. Camino.

En la acera de enfrente, un joven pierde piso y se derrumba, directo a la calzada. Imagino que es el joven del puesto de periódicos y mi imaginación le ve ya levantándose, de vuelta a sus periódicos. Pero no se levanta y un coche, y un segundo coche, se ven obligados a esquivarlo. Al instante, un hombre que anda le alcanza, alza su pierna derecha como el atleta que se dispone a saltar una barda, y le salta, primero la derecha y después la pierna izquierda. Le salta, y continúa su rumbo: ¿a dónde? ¿hacia qué humanidad se dirige? ¿hacia qué humanidad nos dirigimos?

Años atrás, yo había tenido la oportunidad de conversar en Dublín (Irlanda) con Keith. Él era uno de los mil actores de la investigación participativa en la que ATD Cuarto Mundo estaba trabajando, nos preguntábamos juntos qué significa la palabra violencia en el contexto de la pobreza. Tratábamos de romper el silencio, de buscar la paz. La miseria es violencia decíamos. Decía:

«A los diez años, escapando, logré llegar hasta la estación de policía, pensando que sería un lugar seguro. No pude entrar y me quedé en las escaleras esperando poder obtener ayuda. Nadie me hizo caso, y aún peor, los policías que entraban y salían del edificio me pasaban por encima. Nadie se preguntó que hacía ahí un niño y a nadie le importó. Si alguien pasa por encima de un niño que está solo recostado en una escalera, es que no está viendo en él a un pequeño ser humano, es que no está viendo a un ser humano en absoluto».

A lo largo de aquellos trabajos de construcción colectiva de conocimiento, cientos de personas en situación de pobreza describieron el hecho de no ser considerados seres humanos como una violencia cotidiana e inherente a la vida en la pobreza: “eso es lo que más afecta a una persona, que te traten como a un animal”; “los más pobres fueron desplazados a otra parte, como basura que se recoge”; “no había nombres para nosotros, sino números”; “no sólo yo no tenía nada, sino que había sido reducido a nada”. Animales, basura, números, nada: “Como si para ellos no fuéramos seres humanos”.

Diálogo tras diálogo, a lo largo de toda la investigación, muchos dijeron: “¡yo soy un ser humano!”. Grito y resistencia del ser humano que tiene que afirmarlo, del que que no ha sido reconocido como tal. “En la muerte, como en la vida, toda dignidad nos es negada. Y sin embargo, somos seres humanos”.

¿Cómo sería posible una humanidad que marcha mientras un hombre, tendido en la calzada, se ve obligado a afirmar en silencio ¡yo soy un ser humano!? ¿Cómo sería posible una humanidad que no reconoce la dignidad humana a cada uno?

Como Keith, Guillermo es también un hombre pobre. Aquella mañana se había roto el tobillo. Si alguien pasa por encima de un hombre tendido en la calzada, es que no está viendo en él a un ser humano. Guillermo y yo nos encontramos de nuevo esa misma tarde, casi en la misma esquina con olor a mandarina y a periódico. Ya conocíamos nuestros nombres. Caminamos.

Beatriz Monje Barón, Dublín/Ciudad de México

en twitter @beatriz_monje_

#LibertadReal

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La Fundación Secretariado Gitano acaba de revolucionar las redes sociales con la campaña #LeonorDejaLaEscuela. El lema hace pensar que se trata de la Princesa de Asturias, hija primogénita de la familia real española, y la magia de la comunicación convierte la campaña en trending topic. De repente, se hace visible lo que ha sido siempre ignorado: los obstáculos que enfrentan los niños y niñas de etnia gitana para permanecer en la escuela.

Inmediatamente pienso en Libertad, un preciosa niña gitana de cinco años. Libertad vivía en el Pozo del Huevo, así que no era solamente preciosa y gitana, sino también la primogénita de una familia profundamente castigada por la injusticia que es la pobreza extrema. Hacía años que ATD Cuarto Mundo existía también en este barrio madrileño de calles de tierra y hogares construidos a base de maderas viejas y lata, de luz y agua alcanzada gracias al ingenio, de madera para leña en carretillas, de esfuerzo cotidiano por la supervivencia, de comunidad y familia. Como cada verano, aquel mes de julio celebramos también nuestro Festival del Saber y, celebrando el saber, Libertad no dejó de compartir su ilusión por empezar la escuela el mes de septiembre, su sueño de aprender a leer y hacer nuevas amigas, todo lo que estaba por llegar.

En España, la educación obligatoria comienza a los seis años, pero es habitual que los niños estén ya escolarizados a los tres, pues este periodo inicial es también gratuito y, bajo la ley, accesible para todos. Así, nuestra Libertad feliz habría de encontrarse pronto con niños y niñas con tres años de escolaridad en sus mochilas.

Ya en septiembre, mientras nos preparábamos para la Biblioteca de Calle que nos daba cita semanal durante todo el año, vi llegar a Libertad por la calle de tierra que servía de acceso al Pozo del Huevo. Regresaba de la escuela, debía ser la primera o la segunda semana para ella. En cuclillas, pregunté ilusionada por sus primeros días, recuerdo perfectamente el entusiasmo que yo guardaba en mis adentros. Libertad me escuchaba, pero negaba con su cabecita de cabellos castaños: “Ya no me gusta. La profe da a los otros niños letras para pintar y a mí no me da nada, sólo me dice que haga dibujos”.

Soy maestra de formación, así que puedo entender muy bien que hay todo un camino que hacer antes de aprender a escribir, y que los otros niños ya habían recorrido una buena parte del camino… Entiendo también el valor del dibujo y aún más de la creatividad, pero no puedo entender “a mí no me da nada”, ni puedo aceptar la falta de fe en cada niño de la que fui testigo a lo largo de los meses siguientes, o el abandono.

A menudo, los profesionales se refieren a esta realidad como “abandono escolar gitano”. Pero ¿quién abandona a quién?, ¿qué hace que una maestra deje de tener fe en una niña de apenas seis años?, ¿y cómo podríamos garantizar lo que es nuestra obligación común: que cada niño tenga realmente la oportunidad de aprender en la escuela?

A lo largo de mis años compartidos en el Pozo del Huevo, conocí a muchos niños y niñas que pasaban años en la escuela y nunca aprendían a leer y a escribir, abandonados por sus maestros desde el primer día. Conocí a muchos padres y madres que, a pesar de no haber tenido para sí mismos la oportunidad de la escuela, hacían extraordinarios esfuerzos por enviar a sus hijos; a padres y madres que habían creído que la escuela sería una esperanza para sus hijos y observaban atónitos que sus niños, a pesar de tanto esfuerzo, tampoco podían leer o escribir.

Cuando vives en una chabola rodeada de barro en invierno, llegar a la escuela con los zapatos limpios es, sencillamente, un milagro que unos y otros hacen posible sólo a través de un empeño extraordinario. Cuando nunca has ido a la escuela, ayudar a tus hijos con las tareas escolares requiere la valentía de los héroes. Cuando eres la única en tu clase que aún no sabe leer, llegar cada día a la escuela da testimonio de que ya eres un pequeño gran ser humano. ¿Cómo es posible que no hagamos todos nosotros, la escuela, el Ministerio de Educación y los maestros el mismo esfuerzo que ellos hacen para asegurarnos de que la escuela es útil para todos los niños y niñas?

Claro que sí, hay muchas maestras en nuestras escuelas que tienen fe en cada niño, muchos que hacen uso de toda su creatividad pedagógica para asegurarse de que cada niño cumple su sueño de aprender. Claro que hay muchos niños y niñas que lo logran a pesar de todos los obstáculos, y muchos padres que no dejan de empeñarse aún si el camino es muy largo y difícil. Todos ellos son nuestros héroes, nuestros niños y mayores reales.

Sin embargo, lograrlo verdaderamente para todos necesita de un plan institucional contra el abandono de los niños y las niñas gitanas en la escuela, especialmente de los más pobres. Un plan que debe ser construido con los maestros y todos los que conforman la comunidad educativa, pero fundamentalmente con los niños y los padres y madres abandonados por nuestro sistema educativo; un plan pensado con ellos y a partir de sus experiencias de discriminación y abandono, de sus sueños y esfuerzos, y sobre todo del imprescindible conocimiento y saber del que ya son portadores. Porque ellos también, a pesar de no saber leer o escribir, tienen un saber necesario que aportar: un saber para construir, de una vez por todas, una escuela útil para todos los niños. En realidad, un saber para un mundo para todos.

Crear juntos los mecanismos para que la experiencia y el pensamiento de estos padres y niños tenga un impacto en nuestra manera de hacer escuela para todos, sería no solamente un acto de justicia hacia ellos, sino un acto de justicia hacia todos los niños y el mundo. Una escuela que es útil para los niños que tienen más obstáculos que superar, es también una escuela más útil, humana y académicamente, para los niños que aprenden más fácilmente. Esta es la escuela que yo quiero, y digo, como Samuel, ¡sí podemos!

Beatriz Monje Barón, Madrid/ Ciudad de México

en twitter @beatriz_monje_

© Fundación Secretariado Gitano

¿qué es el tiempo?

Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo,
van por la tenebrosa vía de los juzgados:
buscan a un hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen,
lo absorben, se lo tragan”.

MIGUEL HERNÁNDEZ. El hombre acecha

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¿Qué es el tiempo? / Una bestia”. Así iniciaba uno de sus poemas Emilio, uno de los 500 jóvenes en el penal de menores cercano a mi casa en la Ciudad de México.

Era jueves. Yo visitaba el centro por primera vez. Me sorprendió la apertura de su patio interior, que a la manera de las haciendas mexicanas, nos permitía ver el cielo desde el interior del edificio. Emilio nos guiaba a Julieta y a mí a lo largo de una muestra de poemas fruto de un taller de literatura. Nos paramos largo y tendido en sus poemas, leyéndolos en voz alta, disfrutando de la frescura de los versos del poeta incipiente, de la vida afirmándose en los versos del poeta preso, de la fuerza en los versos del poeta niño. “Soy inocente”, dijo Emilio en voz alta sin añadir nada más, como una plegaría a nuestra humanidad. Miré largo rato sus ojos grandes de sueños, de joven de quince años, de vida incierta… y regresamos juntos a la lectura de sus poemas y los de otros jóvenes, todos ellos presos de ese tiempo-bestia.

Habíamos llegado hasta ese patio por invitación de Juan Manuel, maestro en la escuela de mis hijos. Juan Manuel recorre todas las tardes las pocas calles que separan nuestra escuela del penal. Allá trabaja, junto a un grupo de profesionales, para convertir ese largo tiempo en una oportunidad para cada joven. Como en la escuela de mis hijos, el maestro imparte talleres de literatura, comparte su pasión y cuenta historias… Como en la escuela de mis hijos, el maestro dice  que alberga, en el penal también, esperanza para cada joven. Nos cuenta que nunca hablan de las razones que les llevaron hasta allí, sino de literatura. Pero nos cuenta también de la injusticia y el sinsentido. Con los ojos tristes, Juan Manuel nos habla del círculo infernal de la violencia que arrastra a jóvenes y niños… de los indecibles delitos que nos rodean. De la misma manera, nos cuenta lo que es bien sabido por las autoridades judiciales y penitenciarias: que la gran mayoría de estos 500 presos de entre 12 y 17 años no han cometido sino pequeñas faltas, el robo de unas botellas en un supermercado, un enfrentamiento verbal con un oficial de la policía… Su delito, en realidad, no es otro sino el de provenir todos ellos de colonias y familias muy pobres, sin los medios para pagar abogados, para pagar fianzas, para hacer frente a los vericuetos y corrupciones del sistema judicial. “Ni un solo chavo de nuestra escuela hubiera llegado hasta aquí por la misma falta, lo más sería pasar unas horas en la policía. A veces, estos chavos [los del penal] pasan años aquí hasta que puede celebrarse un juicio, hasta que pueden defenderse”. Una vez más, como decía el poeta Miguel Hernández desde su propio encierro: las cárceles buscan a un hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen / lo absorben, se lo tragan.

Tras la muestra de poemas, visitamos también a algunos jóvenes en el taller de pintura, en la biblioteca, en sus dormitorios… Con los ojos adoloridos, les vimos caminar de un lado a otro en fila y paso militar, vestir sus uniformes, a algunos de ellos, apoyar sus manos en los barrotes de un cuarto de aislamiento. Era muy difícil mirar. Yo quería también decirles, como Emilio a nosotras, “soy inocente”. Quería, de alguna manera, desligarme de una sociedad que condena brutalmente a tantos jóvenes en situación de pobreza.

Los oficiales nos fueron abriendo las puertas a lo largo de nuestro camino de salida. Antes de alcanzar la última, recuperamos nuestras cosas. Ya en la calle, a tan poca distancia de nuestras casas, sentí que recuperaba, muy poco a poco, el sosiego que había perdido en el mismo instante de nuestra llegada, del registro, de la primera puerta con llave… de la conciencia de que nos adentrábamos en otro mundo, el mismo, en realidad, que amanece ardiendo de injusticia cada día.

Unas semanas después, Juan Manuel, en la puerta de la escuela de mis hijos, me entregó un libro de poemas de Emilio editado en la cárcel. Lo habían preparado juntos, y Emilio le había pedido entregarme una copia. Quedé profundamente conmovida. En secreto, pensé que quizás Emilio, como yo a él, me había oído desear ser inocente, que quizás Emilio, como yo en él, había tenido fe en mí.

Sólo unos días después, Juan Manuel me contó que Emilio había salido del penal esa misma mañana, declarado inocente y libre de todos los cargos. Fueron casi dieciocho meses en la cárcel, cada uno de esos meses, de esos días, de esos minutos, injusto desde todo punto de vista: “¿Qué es el tiempo? / Una bestia.”

Vivir es un don divino,/ ver es como poder volar./ Oler, el poder de la alegría. / Escuchar, el regalo del alma y del viento./ sentir para poder amar./ Saborear los pigmentos naturales./ vida, misterio indescifrable.”  Valgan, Emilio, estos versos tuyos repletos de vida, tus ojos grandes de sueños de niño de quince años, tu fe en la humanidad del otro… para ayudarte en tu libertad. Valgan tus versos para acompañarnos en nuestra lucha común por un mundo más justo y fraterno, en el que cada ser humano, liberado de toda miseria, podrá desarrollar su potencial.

Beatriz Monje Barón, Ciudad de México

en twitter @beatriz_monje_